Ciudad del Vaticano (Viernes, 02-10-2015, Gaudium Press) En uno de los mensajes pronunciados en su homilía durante la Misa en la Casa Santa Marta este jueves 1º de octubre, fiesta de Santa Teresita del Niño Jesús, el Papa Francisco recordó a los fieles que la alegría del Señor es nuestra fuerza, y que en él encontramos nuestra identidad.
Al iniciar su reflexión, basada en la primera lectura del Libro de Neemías sobre el pueblo de Israel que, después de años de deportación, volvió a Jerusalén, comentó los elementos que son sustancia para la identidad del cristiano.
Según Francisco, la alegría que el Señor nos ofrece ocurre cuando encontramos nuestra identidad. «Y nuestra identidad se pierde en el camino, se pierde en tantas deportaciones o auto-deportaciones nuestras, cuando hacemos un nido aquí, un nido allá», dijo.
Después, el Papa preguntó a sí y, al mismo tiempo, al público en la Casa Santa Marta, de qué modo podemos encontrar nuestra propia identidad. «Cuando usted perdió lo que era suyo, su casa (…) viene esta nostalgia, y esa nostalgia lo lleva a usted de regreso a su casa».
Con este deseo, agregó el Pontífice, el pueblo de Israel «sintió que era feliz y lloraba de felicidad por eso, porque la nostalgia de la propia identidad lo llevó a encontrarla. Una gracia de Dios».
En seguida, el Papa Francisco ejemplificó: «si nosotros estamos llenos de comida, no tenemos hambre. Si estamos confortables, tranquilos donde estamos, nosotros no necesitamos ir para otro lugar. Yo me pregunto, y sería bueno que todos nosotros nos preguntásemos hoy: ‘¿Yo estoy tranquilo, feliz, y no necesito de nada – espiritualmente hablando – en mi corazón? ¿Mi nostalgia se apagó?'»
Luego, respondió que debemos mirar «para este pueblo feliz, que lloraba y era feliz», pues «un corazón que no tiene nostalgia, no conoce la alegría. Y la alegría, precisamente, es nuestra fuerza: la alegría de Dios. Un corazón que no sabe lo que es la nostalgia, no puede hacer fiesta. Y todo ese camino que comenzó hace años termina en una fiesta».
El pueblo de aquella época, conforme el Santo Padre, regocijaba de alegría, una vez que había «entendido las palabras que habían sido proclamadas a él. Había encontrado aquello que la nostalgia le hacía sentir y seguir en frente».
Al final de su homilía, el Papa hizo un pedido: «vamos a preguntarnos cómo es nuestra nostalgia de Dios: ¿estamos contentos, estamos felices así, o todos los días tenemos ese deseo de seguir en frente? Que el Señor nos conceda esta gracia: que nunca, nunca, nunca se apague en nuestro corazón la nostalgia de Dios». (LMI)
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