martes, 26 de noviembre de 2024
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¿Es posible sentir a Jesús en la Comunión?

Redacción (Viernes, 09-10-2015, Gaudium Press) Nuestro Señor Jesucristo está verdaderamente presente en el Santísimo Sacramento. Sin embargo, no lo está sensiblemente, o sea, no lo podemos oír, ver o tocar, pues está oculto bajo las Sagradas Especies. Dios así quiso para que, por los méritos de la fe, obtuviésemos la salvación eterna.

1.jpgImaginemos si esto no fuese así, y si Nuestro Señor se hiciese perceptible a nuestros sentidos; si nosotros pudiésemos ver, por ejemplo, «un pequeño movimiento de su mano divina, y observar su pulso, considerando que allí pulsa el Sagrado Corazón de Jesús, una vez que la pulsación del Corazón se refleja en las venas» [1]; o si pudiésemos oír su santa voz, grave, seria y muy suave al mismo tiempo, diciéndonos palabras de consolación, o incluso de corrección. ¡Qué respeto, qué júbilo, qué alegría no tendríamos en relación a ese sublime Sacramento!

Ahora, Nuestro Señor está en la Hostia; nosotros no lo vemos, pero creemos. Al llegar la hora de la comunión en la Santa Misa cuántas veces pensamos: «Ahora voy a comulgar, y Jesús estará realmente presente en mí. ¿Será que Él no me va decir nada?» ¡Sí! En el interior de nuestras almas, Él dirá: «Mi hijo, cuando dos están juntos, uno siente al otro. ¿Será que cuando Yo estoy en ti no sientes nada? Oye el lenguaje silencioso de mi presencia, que no te habla a los oídos. ¡Presta atención en Mí! Yo estoy en ti, la gracia te habla. ¿Tú no sientes nada?»[2]

Ya decía un sabio sacerdote del siglo XIX: «Voz de Cristo, voz misteriosa de la gracia que resonáis en el silencio de los corazones, vosotros murmuráis en el fondo de nuestras consciencias palabras de dulzura y paz». [3] Es un silencio que dice mucho más que mil palabras; «es algo que comunica luz, amor, fuerza. Y permanece en nuestra alma, aunque para muchos parezca ser pasajero». [4] A pesar de que no lo podemos percibir a través de los sentidos, Él no deja de hablarnos al alma, y de enriquecernos con su presencia. A cada comunión que, por los ruegos de María Santísima, recibimos, la inteligencia se torna más perspicaz para los asuntos de la fe, el amor a Dios y a lo sobrenatural, y crecen nuestras fuerzas para vencer las tentaciones y hacer sacrificios. De la misma manera la voluntad de luchar contra nuestros pecados y malas inclinaciones, se multiplican por sí mismas. [5]

En esta vida, puede sernos una prueba el hecho de no poder ver a Nuestro Señor en la Eucaristía. Sin embargo, si estamos firmes en la fe, y somos ardorosos devotos de ese sublime Sacramento, en la vida futura eso nos será motivo de gran alegría, como dice San Pedro: «De este modo, vuestra fe será probada como siendo verdadera, más preciosa que el oro perecedero, que es probado en el fuego, y alcanzará alabanza, honra y gloria, en el día de la manifestación de Jesucristo. Sin haber visto al Señor, vosotros lo amáis. Sin verlo todavía, en él creéis. Eso será para vosotros fuente de alegría indecible y gloriosa, pues obtendréis aquello en que creéis: vuestra salvación». (I Pd 1, 7-9)

Seamos asiduos frecuentadores de las Santas Misas, fervorosos «oyentes» de las misteriosas voces divinas que claman en nosotros, sea en medio de las consolaciones o durante las pruebas, y, en el Cielo, podremos, en fin, ver, sentir y hasta incluso abrazar a Nuestro Señor Jesucristo durante toda la Eternidad.

Por Bruna Almeida Piva
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[1] CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. A Eucaristia, eixo da piedade católica. Dr. Plinio, São Paulo, n. 156, mar. 2011, p. 30.
[2] Cf. Loc. cit.
[3] SAINT-LAURENT, Thomas de. O livro da Confiança. São Paulo: Teixeira, [s. d.], p. 9.
[4] CORRÊA DE OLIVEIRA. Op. cit., p. 30.
[5] Cf. Loc. cit.

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