martes, 26 de noviembre de 2024
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Hace 50 años terminaba el exilio del Fundador de Schoenstatt

Redacción (Miércoles, 21-10-2015, Gaudium Press) El día 22 de octubre se celebran 50 años de la rehabilitación del Padre José Kentenich (1885-1968) por las autoridades de la Iglesia y el final de su exilio. Hace exactamente un año, en la audiencia celebrativa de los 100 años del Movimiento Apostólico de Schoenstatt, el Papa Francisco se dijo impresionado con la «incomprensión y el rechazo que tuvo que sufrir el Padre Kentenich». Y explicó: «Esa es la señal de que un cristiano va hacia adelante: cuando el Señor lo hace pasar por la prueba del rechazo. Porque es la señal de los profetas. Los falsos profetas nunca fueron rechazados, porque decían a los reyes o a las personas lo que ellos querían escuchar.» Los falsos profetas concuerdan con todo, dicen: «Ah, qué bonito. Y más nada.» Ya para los que son rechazados, continua él, se hace necesaria «la capacidad de aguantar», o sea, «soportar en la vida ser dejado de lado, rechazado, sin vengarse con la lengua, con la calumnia y la difamación.»

1.jpgEl Papa describe así, con precisión y belleza, el profetismo del Padre Kentenich y su reacción paciente delante del rechazo sufrido. De hecho, abundan en la historia de la Iglesia situaciones en que fundadores proféticos, imbuidos de una inspiración particular del Espíritu Santo, no son bien comprendidos por las personas de su tiempo y, muchas veces, por la propia Jerarquía de la Iglesia. Las pruebas, a las cuales son sometidos, no son más que el camino querido por Dios para comprobar la veracidad de la profecía y la vigencia de la misión que les fue confiada.

Con el fundador del Movimiento de Schoenstatt no fue diferente. El Padre José Kentenich pasó por difíciles persecuciones en diferentes momentos de su vida. Por tres años y medio (1941-1945) fue prisionero del régimen nazista y sobrevivió al «infierno de Dachau», campo de concentración al sur de Alemania, para donde eran enviados los religiosos considerados enemigos del Nacional Socialismo. La prueba más difícil, todavía, además estaba por venir. A partir de 1949 su obra fue sometida a una Visita Apostólica, conducida por el Santo Oficio. Aspectos concretos de la práctica pedagógica del movimiento eran vistos con desconfianza y se consideró más adecuado alejar al fundador de su fundación.

El Padre Kentenich cumplió su exilio en la ciudad de Milwaukee, norte de los Estados Unidos. Se mantuvo inquebrantable en sus convicciones y continuó defendiéndolas. Enfrentó, todavía, ese tiempo con paz interior, confianza inquebrantable en la Providencia y sonrisa en el rostro, sin jamás difamar o hablar mal de la Iglesia. La mayoría de las personas que convivían con él no tenían ni idea de que él estaba exiliado. Cargó esta pesada cruz durante largos catorce años (el paralelo con las catorce estaciones de la vía sacra es inevitable), que solo fueron interrumpidos gracias al Concilio Vaticano II.

Con los «nuevos vientos» que invadieron la Iglesia, estaba preparado el terreno para que, finalmente, la Iglesia jerárquica pudiese entender el carisma de Schoenstatt y la profecía de su fundador. El día 22 de octubre de 1965, a las vísperas del final del Concilio, el Papa Pablo VI firmó el decreto en que se suspendían las acusaciones y se rehabilitaba al Padre José Kentenich. Unos días después, el Papa lo recibió en audiencia y el fundador le prometió «la colaboración de Schoenstatt para la realización de la misión postconciliar de la Iglesia». A pesar de la movilización de obispos y cardenales, las circunstancias demostraron que, más que obra humana, su rehabilitación fue un milagro y una gracia de la Madre Tres Veces Admirable, a quien consagró su vida y su obra. Ya con 80 años de edad, el pudo retornar a Schoenstatt, a las márgenes de Reno, en Alemania, donde pasó los últimos tres años de su vida trabajando intensamente por la obra que Dios le había inspirado.

Por su pedido explícito se gravó en su tumba en una frase que resume su vida: «Dilexit ecclesiam» (Amó a la Iglesia). Al contrario de distanciarlo, las incomprensiones sufridas reforzaron todavía más su amor a la Iglesia y la certeza del carisma recibido. Si la obra no fuese de Dios, mejor que no existiese, fue siempre su convicción. Al celebrar los 50 años de estos acontecimientos, la Familia de Schoenstatt renueva su compromiso de amar y servir a la Iglesia con el corazón misionero y el compromiso profético de su fundador.

Por el Padre Alexandre Awi Mello, ISch

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