Redacción (Miércoles, 28-10-2015, Gaudium Press) Las religiosas de la Orden de las Hermanas Clarisas Capuchinas Sacramentarias, que habitan en el Monasterio de San José y Santa María de Guadalupe, en el pueblo de San Juan Tlihuaca, en Azcapotzalco en México, y quienes celebran sus 115 años de fundación, recientemente concedieron una entrevista al semanario Desde la Fe de la Arquidiócesis de México, donde revelaron cómo es su vida dentro del Convento y cómo ha sido su presencia en el país latinoamericano desde hace más de un siglo.
«La orden nació en tiempo de la persecución religiosa. En el año de 1901 la comunidad no tenía una casa propia, por lo que tuvo que andar vagando de un lugar a otro. Era habitual que las hermanas se mantuvieran escondidas en los sótanos de casas particulares con familias de noble corazón. Después de diversos sufrimientos, se establecieron en el cerrito de la Basílica de Guadalupe; sin embargo, no era un lugar propio, sino un espacio que se les ofreció para establecerse por un tiempo», narró la Hermana Clara Cuéllar sobre los comienzos de la Orden.
«La vida contemplativa es como una velita. Nosotros realizamos una continua alabanza y ofrenda a Dios». |
Contó también que el 25 de junio de 1957, la comunidad se vio obligada a buscar otro espacio llegando al pueblo de San Juan Tlihuaca, Azcapotzalco, donde constituyeron el Monasterio de San José y Santa María de Guadalupe, el lugar donde se encuentran actualmente.
La hermana también habló sobre su experiencia como monja dedicada a la contemplación: «La experiencia de estar con Dios es parecida a platicar con el mejor de los amigos. A Dios se le comenta el estado de ánimo, lo que se quiere, lo que se sufre, lo que se piensa. Pero sobre todo buscamos pedirle fuerza para que el amor que se le tiene no se termine nunca, sino que crezca cada vez más».
Dijo, además que, «a lo largo de los años la experiencia se hace más profunda, no se puede medir, e incluso, llega a ser algo incomunicable. Uno no sabe exactamente qué sucede, pero son los otros los que reconocen la presencia de Dios en la monja que se dedica a la contemplación, en su mirada, sus gestos, su conducta. Uno gana una confianza y alegría permanente, se descubre que Dios está presente en todo y que se preocupa por cada uno de nosotros. Dios está hablando siempre, pero son los hombres los que no lo escuchan. Por tal motivo, a través de la contemplación lo percibimos en los amaneceres, el botón de la rosa que se abre, el frío de la mañana, en todo».
«La vida contemplativa es como una velita. Nosotros realizamos una continua alabanza y ofrenda a Dios. La actividad que realizamos puede ser entendida como una luz que se enciende por una intención que trabaja en favor de todos los hombres de la tierra. Por ello, en el momento en que vamos frente a Cristo Eucaristía no sólo hablamos de nosotras, sino de las necesidades y la salvación de todos los hombres», agregó la hermana.
La orden nació en tiempo de la persecución religiosa. |
Sobre cómo es un día en un convento, contó que las actividades inician desde las 5 de la mañana y terminan a las 9 de la noche. «Lo primero que hacemos es asearnos como si fueras a cualquier trabajo. Uno se peina, se baña, se pone linda porque va a estar en presencia de Dios. A lo largo del día se realizan varias oraciones y meditaciones, las cuales ocupan una parte significativa del día».
Ya durante el día, las religiosas tienen actividades divididas dentro del convento. Normalmente el desayuno se toma en silencio, pero durante la comida hay ocasión para compartir. «Parte de nuestro trabajo es tejer, elaborar hostias, preparar pan y galletas, y el rompope que vendeos», agregó.
El día termina con alguna actividad física o recreativa, como ver una película, que sigue con una cena ligera y un momento de oración antes de ir a dormir.
Con información de SIAME.
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