Redacción (Miércoles, 11-11/2015, Gaudium Press) Por haber desobedecido a las órdenes divinas, transmitidas por el profeta Samuel, Saúl perdió la realeza. El joven David es ungido como rey.
Los filisteos reunieron a una multitud de soldados para combatir a los israelitas. Estos, viendo que estaban acorralados, «se escondieron en grutas, cavernas, acantilados, cuevas y cisternas» (I Sm 13, 6); y algunos consiguieron huir.
«¡Actuaste como un insensato!»
Saúl se encontraba con sus soldados en Gilgal, esperando a Samuel para ofrecer un sacrificio. Mientras tanto, pasaron siete días y el profeta no llegaba. Aterrorizados, los soldados comenzaron a abandonar a Saúl.
Entonces, el propio Saúl ofreció el holocausto, y después llegó Samuel, que le dijo: «¡Actuaste como un insensato! ¡No guardaste el mandamiento que el Señor, tu Dios, te había prescrito! El Señor habría confirmado tu realeza sobre Israel […], pero ahora tu reino no subsistirá. El Señor buscó para si un hombre conforme su corazón y lo constituyó como jefe sobre su pueblo, porque tú no observaste lo que el Señor había prescrito» (I Sm 13, 13-14).
Saúl partió de Gilgal y fue para Gabaá, donde pasó revista a las tropas que permanecieron con él: eran apenas 600 hombres. Y todos sin espadas ni lanzas, con excepción de Saúl y su hijo Jonathan (cf. I Sm 13, 15.22).
El Heroísmo de Jonathan
En esa situación terrible, en que la desproporción entre el número de filisteos y de israelitas era clamorosa, Jonathan tomó una resolución heroica.
Junto con su escudero, Jonathan se dirigió al puesto avanzado de los filisteos; ambos atravesaron un desfiladero y, arrastrándose con pies y las manos, llegaron al lugar deseado y mataron a casi 20 filisteos.
Con eso el terror se apoderó del campamento de los filisteos, y cada uno huyó en una dirección. «Hasta la tierra tembló, y Dios causó el pánico» (I Sm 14, 15).
En el medio de la confusión, los filisteos se mataban entre sí; y los hebreos que estaban escondidos en las montañas bajaron y se lanzaron contra ellos.
Terminada la guerra, el pueblo hebreo reconoció que Jonathan fue «aquel que alcanzó la tan gran victoria para Israel» (I Sm 14, 45).
Saúl vence a los amalecitas, pero desobedece a Dios
Rey David – Vitral en Noia, España |
Ahora se tornaba necesario batallar contra otro pueblo, que había intentado oponerse al camino de los hebreos cuando salían del Egipto, en dirección a la Tierra Prometida.
Samuel dijo a Saúl: «Así habla el Señor de los ejércitos: […] Arremete contra Amalec y destruye todo lo que le pertenece, sin nada que guardar. Matarás [a todos los amalecitas] y también bueyes, ovejas, camellos y jumentos» (I Sm 15, 2-3).
Saúl partió con 210.000 hombres y los derrotó, pero guardo a Agag, rey de Amalec, así como a sus mejores animales.
Cuando supo de esto, Samuel se entristeció y pasó la noche en oración. Al día siguiente, bien temprano, fue al encuentro de Saúl y lo increpo por no haber obedecido a Dios. Y Saúl afirmó que mandara guardar a los mejores bueyes y ovejas, a fin de ofrecerlos en sacrificio al Señor.
El profeta, entonces, replicó: «La obediencia vale más que el sacrificio […] La rebelión equivale a un pecado de magia, y la desobediencia, a un crimen de idolatría. Así, porque rechazaste la palabra del Señor, Él te rechazó: tú no eres más rey» (I Sm 15, 22-23).
Samuel, entonces, ordenó que le trajeran a Agag, el cual temblaba de pavor delante del profeta; y Samuel lo «hizo pedazos en la presencia del Señor» (I Sm 15, 33). En seguida, volvió a su casa, en Ramá, y nunca más vio a Saúl.
La obediencia vale más que el sacrificio
Enseña el gran exegeta flamenco Cornélio a Lápide (1567-1637):
«La obediencia es preferible a los sacrificios: 1º – Porque la obediencia es la inmolación de la voluntad. El hombre, dice San Bernardo, es tanto más agradable a Dios cuanto más rápidamente se sacrifica con la espada del precepto, después de haber reprimido el orgullo […]; 2º – Porque la obediencia hace que nuestra voluntad se conforme a la voluntad de Dios, que es santísimo y es la forma y la regla de toda virtud y santidad; 3º – Porque la obediencia hace de la voluntad un sacrificio vivo y continuo, mientras que los antiguos sacrificios se componían solamente de la carne de los animales sacrificados, y duraban pocos instantes. En este sacrificio místico, pero muy noble, la voluntad muere, y sin embargo vive; muere para sí misma, y vive en Dios y en la voluntad divina.»[1]
Quien obedece a sus superiores – evidentemente en aquello que no constituya pecado – imita a Nuestro Señor que fue «obediente hasta la muerte – y muerte de cruz!» (Fl 2, 8).
Dios apareció a Samuel y le ordenó que llenase un cuerno de aceite y fuese a la casa de Jessé, en Belén, pues Él había escogido a uno de sus hijos para ser rey.
Samuel se dirigió a la residencia de Jessé, el cual tenía ocho hijos; cuando vio a uno de ellos juzgó, por su buena presentación, que este era el escogido. Pero Dios le dijo: «No te impresiones con su apariencia, ni con su gran estatura; no es este el que Yo quiero. Mi mirada no es la de los hombres: el hombre ve la apariencia, el Señor ve el corazón» (I Sm 16, 7)
Jessé llamó a los otros seis hijos, pero ninguno de ellos era el elegido. Habiéndole Samuel preguntado si allí se encontraban todos sus hijos, Jessé respondió que el más joven estaba cuidando del rebaño. Obedeciendo a la orden del profeta, Jessé mandó que lo trajeran: era un niño de bellos ojos y muy buena apariencia, llamado David.
Avisado por Dios de que era el escogido, Samuel tomó el cuerno con aceite y ungió a David. «Y a partir de aquel día, el espíritu del Señor comenzó a ser enviado a David» (I Sm 16, 13).
Que la Santísima Virgen nos obtenga la gracia de la perfecta obediencia, para así imitar a su Divino Hijo y rechacemos las seducciones del demonio.
Por Paulo Francisco Martos
(in Noções de História Sagrada (49))
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1 – CORNÉLIO A LÁPIDE. Apud BARBIER, SJ, Jean-André. Tesoros de Cornelio a Lapide. Madri: Librerias de Miguel Olamendi e outros. 1866, v.III , p 467.
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