Redacción (Martes, 24-11-2015, Gaudium Press) Han pasado los siglos y todavía hoy se macera uvas pisándolas a pie limpio en un estaque grande, como en los remotos tiempos de la antigüedad. Las prensas modernas que usan ahora algunas casas de vinos no son tan reputadas como el tradicional proceso del lagar, cuyo nombre todavía se asocia más con el oficio de hombres y mujeres machacando con los pies, que de ruidosas máquinas prensando.
Es que esta forma de comenzar la transformación de la uva en vino, tiene algo de íntimamente humano que no lo puede reemplazar el golpe frío y seco de una prensa a veces metálica, totalmente indiferente y dura, sin los «sentimientos» adecuados para obtener el mosto o zumo casi vivo que se ha de madurar orgánicamente y sin prisa en su propio fermento. El vino es más que una bebida alcohólica y lleva en su esencia la historia de la humanidad, sobre todo cuando se mezcla con el agua y da ya definitivamente el pío licor, que Dios transustancia maravillosamente para su gloria y el bien de los hombres en nuestra Eucaristía.
Pero también el vino alegra el corazón del justo, dice el salmo. Le hace brillar el rostro y su mirada. Torna volátil el pensamiento, jovial e inspirado el convivir humano y lo llena de un casta alegría que prepara el alma para la contemplación. Bellos versos e incluso grandes obras de la literatura fueron aderezados con una fecunda y aromática copa de vino junto a la pluma y el papel, sobre la mesa de un pensador empedernido.
¿Quién podría negar categóricamente que las plantas de nuestros pies humanizan esa bebida que debemos saber apreciar para beberla? Una misteriosa relación se establece entre las cosas y el trabajo humano artesanal, que lo hace reconocible y valioso, sobre todo cuando una carga de intenso sentimiento o pensamiento, se imprime sin dejarse ver de ojos que no están acostumbrados a contemplar los imponderables y el arte de la vida. El trabajo humano es como que la bendición de los hijos de Dios sobre las cosas que transforman para la mayor gloria del Creador. Si las cosas de la naturaleza son directamente salidas de las manos de Dios -y por ello las llamamos sus hijas, las que el hombre hace transformándolas con su cansancio y penas, pueden denominarse entonces como que las nietas del Señor. Así, el mosto va saliendo enrojecido por pisadas artesanales que parecen que lo sangran, exprimiéndole su esencia sin la cual no puede haber vino.
Y nos da una lección: En el lagar de la vida muchos hombres han sido machacados como uvas. Exprimidos por las pisadas de incomprensiones, persecuciones y aislamientos para que su virtud no fuera reconocida, proclamada y emulada por los demás en el momento, sin embargo tarde o temprano el buqué se siente con mayor intensidad sobrenatural algún día aromatizando al mundo. «El hombre que no bebe la diaria copa sanguinolenta, no puede ser cristiano de buen a cepa», dice algún adagio español. Y Donde no está el vino no está el amor, dijo Eurípides: Quizá el poeta griego ya intuía que el amor más grande del mundo, se manifestó también en un cáliz de vino una noche en una cena pascual de un hombre-Dios que se dejó macerar en un lagar de su propiedad.
Por Antonio Borda
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