Suwon (Jueves, 26-11-2015, Gaudium Press) Hace 23 años el P. Vincenzo Bordo, OMI, fundó, en la ciudad de Suwon, la «Casa de Anna». Se trata de un centro católico de acogida que ayuda a ancianos, niños abandonados, hombres sin techo y desempleados, un centro para los que viven en la calle que ofrece 550 comidas por día, además de servicios higiénicos médicos, consultas, educación y trabajo.
El Padre Vincenzo afirma que «hoy está nuevamente en boga la expresión ‘periferias’, sin embargo, para nosotros de la Casa de Anna es tiempo de ir más allá, más allá de las periferias, en aquella ‘tierra de nadie’ procurar a los llamados ‘run-away teenagers’, adolescentes abandonados por las familias y por el Estado, que huyen de todo y de todos. Para esos jóvenes creamos una red de solidaridad que los acoge, los sustenta y los inserta nuevamente en el contexto familiar y social. Pero no basta. Hoy, queremos ir a buscarlos», testimonia el sacerdote.
Estadística
Según informa el misionero, «de acuerdo con las estadísticas oficiales, en Suwon, cada año cerca de 2.000 adolescentes dejan la escuela y la familia. Solamente pocos de ellos encuentran los centros de acogimiento. Los otros corren el riesgo de destruir dramáticamente su vida joven con el alcohol, prostitución, robo, violencia, cárcel y opresión».
«Descubriendo esta realidad dramática, prosigue el P. Bordo, decidimos ir a buscarlos: nació así el Movimento Agit. Con una camioneta, una tienda, dos mesas y cuatro sillas, desde las 19:00 horas hasta las dos de la mañana, vamos por las calles a buscar a esos adolescentes. No somos muchos, pero estamos animados de pasión y amor por estos jóvenes». Por amor a Dios ellos aman a esos jóvenes.
«Cuando un adolecente acepta seguir a los voluntarios, explica el Padre Bordo, él es llevado a la ‘Casa Roja’, primer centro de acogida para adolescentes que vienen de la calle. Con un agente especializado, los adolescentes hacen coloquios, encuentros, terapias y consultas. El objetivo es reinsertarlos nuevamente en la propia familia. Cuando esto no es posible, explica el misionero, porque la situación familiar fue más allá de toda posible reconciliación y diálogo, los adolescentes son acogidos en la ‘Casa Amarilla’, allí, los menores son acompañados hasta completar el recorrido escolar y conseguir un diploma. En fin, los otros que no pueden ni volver a sus padres, ni desean entrar en el circuito escolar, son insertados en el mundo del trabajo. Cada año en nuestro programa de recuperación, pasan cerca de 200 jóvenes», informa el sacerdote en declaraciones hechas a la Agencia Fides.
Un nuevo rostro de Dios
El P. Bordo concluye: «En esta tierra de nadie, sombría y brutal, donde parece que no hay espacio ni aún para Dios, porque poblada de luchas violentas, explotación sexual de menores, embriaguez, y abusos, yo encontré un nuevo rostro de Dios. Un Dios que me dice: ‘Sácate los zapatos porque este es un lugar sagrado’. Este es un lugar santo porque los jóvenes, hijos de Dios, están aquí y Él está aquí con ellos. Él no los abandona nunca. Por eso, decidí dejar las ‘periferias’ para ir más allá y estar al lado de esos adolescentes». (JSG)
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