Redacción (Martes, 01-12-2015, Gaudium Press) «Los cielos proclaman la gloria del Señor y el firmamento las obras de sus manos!» (Sl 18,2) Al contemplar una noche de cielo estrellado, un bello nacer del sol, el colorido de la naturaleza, o el vaivén elegante de las olas del mar, fácilmente el pensamiento humano va al Creador de tantas maravillas.
¿Que habrá Dios creado de más excelente? Podríamos imaginar un astro espléndido, desconocido por los hombres y, quizá, por los Ángeles. ¿Cuál sería la intensidad de su brillo? De una luminosidad superior a millones de soles y constelaciones enteras, sería un astro que solo despuntaría en el firmamento a cada mil siglos, siendo reservado apenas para la contemplación y gozo del Soberano Creador. Si Dios permitiese ver la belleza puesta en esta criatura mítica, ciertamente no habría un sólo hombre en la faz de la Tierra que no se encantaría con su belleza.
Pues bien, este astro luminoso no es otro si no María Santísima, apreciada con vehemencia en el Cántico de los Cánticos: ¿»Quién es esta que surge como aurora, bella como la luna, brillante como el sol, terrible como un ejército en orden de batalla?» (Ct 6,10).
Mediadora y Distribuidora Universal de todas las gracias
Para comprender mejor el papel de Nuestra Señora, es preciso resaltar su posición en cuanto Mediadora.
El concepto de mediador estuvo presente en la Historia desde tiempos distantes. De hecho, la función de los Patriarcas y sacerdotes en el Antiguo Testamento era servir de enlace entre el Creador y las criaturas. Testifica la propia Escritura la necesidad imprescindible de un defensor: Moisés intercedió, en Sinaí, por el pueblo elegido (cf. Ex. 32, 7- 14); José, junto al Faraón, en defensa de sus hermanos (cf. Gn. 47,1-2); Esther, en favor de su pueblo, consiguiendo todo lo que deseaba (cf. Est. 7, 3).
En las palabras de Santo Tomás, «es oficio propio del mediador unir aquellos entre los cuales se interpuso; pues los extremos se unen en el medio». 1
Con otros términos, explica Mons. João Clà:
«Puede ser que un inferior, llamado a unirse a un superior, elija a un mediador, para que lo aproxime más al superior. Y ese mediador irá a actuar, irá a hacer gestiones, en el sentido de que el inferior aspire más por el superior, y el superior se abra más al inferior». 2
Sabemos por los escritos de San Pablo que «hay un sólo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre, que se entregó como rescate por todos» (I Tm 2, 5-6). El sacrificio ofrecido por el Salvador nos reconcilió con el Padre Eterno trayéndonos, así, la gracia y la justicia, sin la cual nadie podría ser salvado. Sin embargo, tal afirmación no impide la consideración de mediadores secundarios entre Dios y los hombres, subordinados a la mediación principal y perfecta, o sea, la de Cristo.
Entre el Padre Eterno y la creación, existe el Hombre-Dios: enteramente Dios, como las otras Personas de la Santísima Trinidad; tan hombre cuanto cada uno de los descendientes de Adán. Resta, todavía, un tal abismo separando Nuestro Señor Jesucristo de las demás criaturas, que la pregunta se impone: ¿en el orden de las cosas no debería haber otro ser que, al menos de algún modo, llene ese hiato? 3
¿Quién sería capaz de, apenas con una sonrisa afable, conquistar la benevolencia del Altísimo, entregándole míseras oraciones y comprándonos los favores deseados? «María Santísima es la única capaz de ejercer esta función admirable». 4
La criatura llamada a completar ese vacío en el conjunto de la creación, la criatura excelsa, infinitamente inferior a Dios, pero al mismo tiempo insondablemente superior a todos los Ángeles y a todos los hombres de todas las épocas -es precisamente Nuestra Señora. […] Nuestra Señora es el broche de oro que une Nuestro Señor Jesucristo a toda la Creación, de la cual Ella es el ápice y la suprema belleza. 5
San Bernardo compara a la Santísima Virgen a una escalera, pues, así como no se sube al segundo peldaño sin antes pasar por el primero, de la misma forma no podemos llegar a Jesucristo si no por María: «Hijitos, esta es la escalera de los pecadores, esta es mi mayor confianza, esta es toda la razón de mi esperanza». 6
¡Todos los beneficios que recibimos nos llegan por la intercesión de María! La razón es simple: «Porque Dios así lo quiere. Tal es la voluntad de Aquel que dispuso que todo lo tuviésemos por María». 7
El famoso taumaturgo del siglo XX, Padre Pío de Pietrelcina, nos dejó también un ejemplo de ardiente devoto de Nuestra Señora. Después de Dios, decía él, era Ella «la gran veneración de su vida». 8 Con el enérgico temperamento que lo caracterizaba, afirmaba continuamente: «Hay personas tan necias que piensan poder pasar la vida sin el auxilio de Nuestra Señora». 9
A fin de exhortar a los fieles a la devoción a María, contaba una sabrosa historieta, la cual ilustra cuanto Ella sobrepasa las miserias humanas y es capaz de «poblar de santos los tronos vacios, que los Ángeles apóstatas abandonaron y perdieron por orgullo».10 Hé aquí sus pintorescas palabras:
Cierto día, Cristo paseaba con San Pedro por el Paraíso. Súbitamente Él notó la presencia de varios individuos que le parecían totalmente dislocados en aquel escenario.
– ¡Mire! – dijo a San Pedro – ¿Cómo estas personas consiguieron entrar?
– ¡No es mi culpa! – respondió San Pedro – El Señor debe preguntar a su Madre. ¡Toda vez que Ella percibe que yo me doy la vuelta, abre el portón y deja a todo mundo entrar! 11
La Mediación de María, como vimos, ejerce gran influencia sobre los hombres. Ella conoce todas nuestras necesidades, e incontables veces se adelanta a nuestros pedidos. ¿Quién sería capaz de expresar con palabras o captar con la mente cuan agradable es a Dios la oración de su Madre?
Gozando Ella de la eterna bienaventuranza y participando del conocimiento de Dios, discierne en la mirada del Altísimo, como en un espejo, las continuas súplicas y necesidades de los hombres, como también el deseo de Dios de socorrerlos por medio de Ella. En la convivencia humana, hay ciertas ocasiones en que la mirada profiere sentencias más sublimes que cualquier vocablo. En el cielo, ¿no pasará lo mismo? La mirada de confiante súplica de la Reina de los Ángeles es la perfectísima oración que socorre a los desgraciados hijos de Eva, recibiendo como agradable respuesta la luminosa y amorosa sonrisa de su Hijo, impetrando, así, las gracias pedidas. 12
«Ah! Si yo pudiese publicar por el universo esta misericordia que tuviste conmigo; si todo el mundo supiese que, sin María, yo ya estaría condenado […]». Esa bellísima súplica de San Luis bien sintetiza la infinita clemencia de Dios al entregarnos esta Arca preciosísima. Él estableció entre María y los hombres una unión indisoluble, capaz de sobrepasar los siglos y recorrer las vastitudes del mundo. ¿Habría algo superior? Con tal vínculo, ¿quién no conquistará la Patria Celeste? ¿Cuál hijo no recurriría, a través de la oración, a esa Mediadora Omnipotente?
Por la Hna. Lays Gonçalves de Sousa, EP
1 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. III, q.26, q.1, ad 2.
2 CLÁ DIAS, João Scognamiglio. Aula de Cristologia no Centro Universitário Ítalo Brasileiro-Unítalo. São Paulo, 14 nov. 2007. (Apostila).
3 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plínio, apud CLÁ DIAS. Pequeno Ofício da Imaculada Conceição comentado. 2. ed. São Paulo: Associação Católica Nossa Senhora de Fátima, 2010. v. I. p. 79.
4 SAN BERNARDO, apud SÃO LUÍS GRIGNION DE MONTFORT. Tratado da verdadeira devoção à Santíssima Virgem. 33. ed. Petrópolis: Vozes, [S. d.] n. 85. p. 90.
5 CORRÊA DE OLIVEIRA, apud CLÁ DIAS. Pequeno Ofício da Imaculada Conceição comentado. Op. cit. p. 79.
6 SAN BERNARDO, apud SANTO AFONSO MARIA DE LIGÓRIO. Op. cit. p. 40.
7 Ibid. p. 39.
8 MCCAFFERY, John. Padre Pio: Histórias e Memórias. 4.ed. Trad. Rosângelo Paciello Pupo. São Paulo: Loyola, 2004, p. 215.
9 Loc. cit.
10 SAN LUÍS MARIA GRIGNION DE MONTFORT. Op. cit. n.28.p. 34.
11 MCCAFFERY. Op. cit. p. 215.
12 Cf. NEUBERT, apud ROYO MARÍN. La Virgen María. Op. cit. p. 202.
13 SAN LUÍS MARIA GRIGNION DE MONTFORT. Oração a Jesus. In: Preces. São Paulo: Retornarei, 2005, p. 207.
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