Redacción (Jueves, 03-12-2015, Gaudium Press) No sé que más hacer. Ya conversé con la asistente social de la escuela, con la psicóloga, con la directora… Estoy participando de todas las reuniones del consejo de padres y maestros, hablé hasta con los compañeros de Jaimito… Pero él esta quedando cada vez peor.
En la última pelea, doctor, él llegó a casa con la nariz sangrando. Apenas mejoró, cogió un cuchillo en la cocina y se puso delante de un espejo, mientras ensayaba la venganza. Con mucha dificultad se lo pude quitar. Después de esa, quedo con pánico de lo que pueda suceder.
En casa, Jaimito no respeta más a nadie. Apenas llega el papá del trabajo, él ya lo insulta y lo desafía. Si su papá no fuese tan paciente, no sé lo que habría pasado. Los hermanos y los vecinos, le huyen cada vez que lo ven, cansados de tantas peleas…
Menos mal que a él le gusta ver televisión. Permanece frente al aparato horas y horas, hasta bien tarde. Por lo menos, cuando está ahí, no se mete en problemas. Pero es sólo apagarla que, listo, comienza todo de nuevo…
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El médico quedó con recelo. Él conocía al niño y sabía que no tenía problemas de salud. Todo indicaba que se trataba no de un disturbio orgánico sino meramente psicológico. ¿Cómo abordar la cuestión y hacerla comprensible a Doña Elena, una buena señora, sin duda, pero de una formación apenas mediana?
No que él no supiese que decir. Antes por el contrario, la respuesta era tan fácil, y hasta tan obvia, que la dificultad era exactamente tornarla creíble.
Por otro lado, él era conocido en la ciudad como médico católico, y había sido buscado justamente por eso. Pero él sabía, por experiencia propia, que no faltaría quien diese a la señora «opiniones» del estilo:
«¿Eso es lo que ese médico raro está diciendo? ¿Será que la ciencia moderna está de acuerdo?» Era necesario, por tanto, no sólo orientarla, sino darle seguridad en cuanto a la solidez de la orientación.
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El niño entró en el consultorio y, después de proceder a un minucioso examen para certificar que el niño gozaba de buena salud física, el médico llamó a un lado a la madre y le dijo:
– Comprendo bien su sufrimiento, señora Elena. Ud. es una madre cariñosa, su esposo es un padre ejemplar. ¿Cómo explicar lo que está sucediendo?
En los congresos médicos de los que he participado, este tipo de problemas ha sido objeto de una atención cada vez mayor, por la frecuencia con que se repite. También las revistas científicas están trayendo un creciente número de estudios sobre la materia. Tanto que, si yo fuese a contarle todo lo que he leído últimamente, podría más confundirla que ayudarla.
Entretanto, tengo aquí un trabajo reciente que es, al mismo tiempo, claro y objetivo. Es una investigación realizada en la Universidad de Columbia, en Nueva York, y publicada recientemente por la revista Science, de la cual soy suscriptor.
En pocas palabras, ella dice lo siguiente: un equipo psiquiátrico acompañó el comportamiento de 707 niños, en el estado norteamericano de Nueva York durante 17 años. Ellos constataron que, de los adolescentes que asistían a menos de una hora de televisión por día, apenas 5,7% se vieron envueltos en episodios de violencia. Entretanto, en aquellos que quedaban de una a tres horas diarias delante de la televisión, el número saltaba a 22,5%. Y de los que asistían a más de tres horas por día, el 28,8% practicaron actos violentos. Por tanto, existía una relación directa.
La vinculación entre la asistencia a la TV y los actos agresivos quedó clara, incluso después de que los investigadores tuvieron en cuenta factores como falta de cuidado en la infancia, baja renta familiar o disturbios psíquicos preexistentes.
– ¡No puede ser doctor! ¡Sólo una hora más de televisión por día y resulta esa diferencia en el comportamiento!
– Así es. Vea también lo que dice la Asociación Americana de Sicología. Ellos verificaron que una hora promedio de programas televisivos, presenta de tres a cinco actos violentos. Y según el Dr. Jeffrey Johnson, coordinador de investigaciones de la misma universidad, 60% de los programas de TV americanos contienen escenas de violencia. Todo eso no puede dejar de tener una poderosa influencia negativa sobre las mentes de las personas, sobretodo de las más jóvenes.
El problema no es sólo de Estados Unidos. En Europa la cuestión ha suscitado tanto revuelo, que existen varias iniciativas oficiales en curso contra la trivialización del sexo y la violencia en los medios de comunicación. La más reciente está siendo liderada por la entonces ministra de la Familia de Francia, Ségolène Royal, con el apoyo de asociaciones de padres, de profesores y de amas de casa.
– Ah, ya sé lo que voy a hacer…
Calma, doña Elena, es necesario ver que la cuestión es compleja. Tengamos en cuenta que los medios de comunicación pueden tener un papel muy importante en la verdadera formación de la opinión pública. Es muy fácil criticarlos. Pero, ¿no sería interesante que los propios «consumidores» tuvieran una mayor participación en la elaboración de aquello que van a consumir? Es tan fácil hacer una llamada, escribir una carta o enviar un e-mail. Al final, vivimos en una sociedad democrática, donde cada uno tiene su contribución a dar. Y si esta contribución no fuere positiva no podremos sino quejarnos de nosotros mismos.
Ahora, en cuanto a Jaime, lo que ahora conviene es saber presentarle buenas alternativas de entretenimiento. No puede estar ocioso. Un grupo de buenos amigos, previamente orientado para ayudarlo, juegos interesantes y nuevos, en los cuales encause toda su energía natural, programas culturales, interesándolo por la música o por otras manifestaciones artísticas para las cuales tenga disposición y, sobretodo, una buena formación moral y religiosa, todo sumado a la dedicada supervisión de una madre cariñosa, bien podría ser una salida, ¿no es cierto?
– Claro doctor. ¿Cómo no había pensado en eso antes?
– Esa es la palabra clave, señora Elena: pensar. Cuando uno se habitúa a pensar, con calma y «cabeza fría», y sobre todo ayudado por la gracia de Dios, siempre se termina encontrando una solución
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