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Adviento: tiempo para meditar en la "Dulce Espera" de la Virgen María

Redacción (Viernes, 11-12-2015, Gaudium Press) Dentro de las tradiciones que existen durante el Adviento, existe una que centra su atención en la gestación de Nuestra Señora. María de la Dulce Espera, o la Virgen de la Esperanza, es una de las devociones y advocaciones marianas más queridas durante el tiempo previo a la Navidad. La Virgen María, quien se representa embarazada, se convierte para este tiempo en signo de esperanza que el Salvador del mundo estará muy pronto en medio de nosotros.

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La fiesta litúrgica de María de la Dulce Espera es el 18 de diciembre.

La fiesta litúrgica de la Virgen de la Esperanza se celebra cada 18 de diciembre. El origen de esta festividad viene desde el Concilio X de Toledo celebrado en el año 656, cuando se estableció la conmemoración mariana de la ‘Expectatio Partus’, es decir, de la «espera del parto», para que se celebrase los ocho días antes de la Navidad. Así dice el decreto conciliar: «Se establece por especial decreto que el día octavo antes de la Navidad del Señor se tenga como celebérrimo y preclaro en honor de su santísima Madre», siendo un tiempo «únicamente consagrado a celebrar la encarnación del Hijo de Dios y la Divina maternidad de la santísima Virgen».

Este decreto fue muy pronto confirmado por San Idefonso, Arzobispo de Toledo del 657 al 667, dándole por nombre «Expectación del parto de la Virgen Santísima» a esta festividad, invitando a los fieles que, «aunque en todo el Adviento deben pedir y desear fervorosamente con la Iglesia el nacimiento el Salvador», en los ocho días previos a la Navidad, aumenten «sus deseos, sus votos, sus ansias, sus suspiros por el sagrado parto de la Santísima Virgen».

Tiempo después, durante el Pontificado de Gregorio XIII, fue aprobada esta fiesta originaria de España. Extendiéndose su devoción, primero por Francia, y luego por otros países.

Según comenta en su blog el Padre Eduardo Sanz de Miguel, religioso Carmelita Descalzo, en esta celebración «se hace memoria de la Encarnación del Señor en el vientre de María y de la plena colaboración de María con los planes de Dios. María es la mujer orante, que escucha la Palabra de Dios, y es el modelo de la Iglesia, que pone en práctica la Palabra de Dios».

«A lo largo de los siglos, los justos de Israel habían esperado en el cumplimiento de las promesas de redención hechas por Dios por medio de sus profetas. En la plenitud de los tiempos, la esperanza de Israel y de la humanidad entera se concentra en María, la humilde sierva del Señor, que cree y espera con confianza que Dios cumplirá lo que anuncia», agrega el sacerdote.

Es un tiempo para meditar en la ‘Theotókos’, es decir, en la «Madre de Dios». Como lo explica San Juan Pablo II en la Carta Apostólica «Mulieris Dignitatem», sobre la dignidad de la mujer: «En el momento de la Anunciación, pronunciando su ‘fiat’, María concibió un hombre que era Hijo de Dios, consubstancial al Padre. Por consiguiente, es verdaderamente la Madre de Dios, puesto que la maternidad abarca toda la persona y no sólo el cuerpo, así como tampoco la ‘naturaleza’ humana. De este modo, el nombre ‘Theotókos’ -Madre de Dios- viene a ser el nombre propio de la unión con Dios, concedido a la Virgen María».

Virgen Maria Espera.jpg Museo Arte Metropolitano de NY.JPG

Son diversas las representaciones de María Santísima en estado de gestación, siendo muy comunes en los iconos de Oriente, en los que se muestra a la Virgen en actitud de oración con sus brazos abiertos y el Niño Jesús colocado dentro de un círculo en su vientre.

Las representaciones de Nuestra Señora embarazada se empezaron a generalizar en Occidente durante la Edad Media. En muchas de ellas, pinturas y esculturas, aparece la Virgen expectante con el arcángel Gabriel, en otras, con su prima Isabel, o sobre su vientre se coloca un círculo con el Nino Dios o un sol.

La Virgen de la «Dulce Espera» es patrona de las mujeres embarazadas y de las que entran en proceso de parto.

Oración a María de la Esperanza

María de Nazareth
madre de nuestro Señor,
compañera de nuestras marchas,
ven a visitarnos, quédate con nosotros.

Te necesitamos, madre buena,
vivimos tiempos difíciles,
atravesamos bajones,
tenemos caídas, nos agarra la flojera,
nos inmoviliza la apatía,
nos da rabia la solidez de la injusticia.

María, virgen de la Esperanza.
Contágianos tu fuerza,
acércanos el Espíritu que llena tu vida.
Ayúdanos a vivir con alegría,
a pesar de las pruebas
y de las cruces que encontramos
en el seguimiento de tu hijo.

Que no nos desaliente
la lentitud de los cambios,
que las espinas de la vida
no ahoguen la semilla del Evangelio.
Que no perdamos la utopía,
de creer que es posible otro mundo
y otra sociedad.

Que no bajemos los brazos
en la lucha por la justicia
y en la práctica de la solidaridad.
Que no se enturbie nuestra mirada,
al punto que no veamos la luz del Señor
que nos acompaña siempre,
que camina a nuestro lado,
que nos sostiene en los momentos duros.

María, vos creíste y te jugaste la vida.
Y no te fue fácil.
También pasaste
tiempos de incertidumbre,
de no entender las cosas que pasaban,
de sufrimiento y soledad.
Y saliste adelante,
con buen ánimo y entrega.
Nos enseñaste con tu ejemplo
que para dar vida
hay que entregar la vida,
todos los días,
en las buenas, en las malas,
y en las más o menos.

Siendo un muchacha,
estando comprometida,
corriste el riesgo de decir sí
al plan de Dios.
Confiaste en El
y el sueño de Dios se hizo realidad.

Madre, en nuestros días Dios sigue soñando.
Su Reino de hermanos
está muy lejos de ser realidad.
Y nos pide, como a vos en Nazareth,
que demos lo mejor de nosotros
para ayudarlo a realizar su Proyecto.
María, ¡cómo cuesta decirle sí al Señor!
Cómo cuesta decir sí
más allá de las palabras,
decir sí con los hechos, con actitudes,
con gestos… ¡con la vida!

Enséñanos a esperar en el Señor,
a confiar en su palabra,
a dejarnos guiar por su Espíritu,
a llenarnos de su buen humor y alegría.
Enséñanos a escuchar su voz,
en la realidad de todos los días,
en el sufrimiento de tantos,
en las ansías de liberación y cambio,
en la sed de justicia de las mayorías.

Enséñanos a orar
para no perder la Esperanza
y para darle raíces sólidas.
Enséñanos a orar
para discernir donde poner los esfuerzos
y descubrir nuestro lugar y misión.
Enséñanos a orar
para no desalentarnos
en las dificultades y contratiempos.

María, camina cerca de nosotros,
acompáñanos madre buena,
fortalece nuestra esperanza
para que sea el motor de nuestra entrega
el pozo donde beber para seguir,
el refugio donde descansar
y retomar fuerzas.
Anuda nuestra esperanza
al proyecto del Padre.
Danos firmeza y hasta tozudez
para seguir adelante.
Llena nuestros corazones
de la esperanza que libera
para vivir el amor solidario.

Lo que se espera
se consigue con esfuerzo,
con trabajo y con la vida.
Nos confiamos en tus manos
para que nos hagas
fuertes en la fe
comprometidos en la solidaridad
y firmes, muy firmes,
en la Esperanza del Reino.

 

Con información de vatica.va, padreeduardosanzdemiguel.blogspot.com.co y ACI.

Gaudium Press / Sonia Trujillo

 

 

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