domingo, 24 de noviembre de 2024
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¿Cómo alcanzar una sociedad feliz?

Redacción (Jueves, 08-10-2015, Gaudium Press) La primera institución humana no fue gubernamental, ni económica, ni incluso laboral. Creado Adán, y formada Eva de su costado, constituyeron ellos la primera familia humana, principio y causa de todas las demás.

Desde el origen, como fue reafirmado posteriormente por el Salvador (cf. Mc 10, 6-8), Dios creó al hombre y a la mujer, los cuales, uniéndose según un designio eterno de su sabiduría, «son una sola carne» (Gn 2, 24).

La solidez y estabilidad de esta unión -cuya sublimidad fue elevada a Sacramento por el propio Cristo como Fundador de la Iglesia- se encuentran radicadas en el hecho de ser ella obrada por el propio Dios, aunque administrada por los esposos: la iniciativa es humana, pero el resultado es divino, por lo tanto el hombre no tiene poder para anularlo. Esta realidad fue sancionada por el Redentor con una orden clara: «no separe el hombre lo que Dios unió» (Mt 19, 6).

Fue este uno de los elementos al que se opusieron los fariseos: muy preocupados por los aspectos humanos, y poco interesados en los designios divinos, buscaban estos distorsionar los principios mosaicos para adecuar la Religión a sus pasiones. Jesucristo, con todo, no dio el menor margen a sus ansias; obstinados e impenitentes, con esta y otras actitudes, los fariseos se empujaban voluntariamente al margen de la Historia…

Del casamiento concebido según la visión cristiana, surgieron las familias que dieron origen a las sociedades inspiradas en el Evangelio, destinadas a hacer florecer los frutos del Espíritu: «caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza» (Gal 5, 22-23). Con mucha organicidad, el hombre conocía una mujer y, motivados por la caridad, resolvían casarse; enfrentaban dificultades, pero perseveraban juntos. ¡Pasaban los años, y ambos se daban muy bien! Así perduraron las sociedades, durante veinte siglos…

Sin embargo, surgieron el divorcio y formas cada vez más esdrújulas de «familias»; y los problemas, en vez de disminuir, aumentaron… Así, llegamos a una situación en la cual la familia sufre una crisis global, hasta constituirse hoy una verdadera encrucijada en la Historia.

Con efecto, de modo casi cíclico, la dureza del corazón que Jesús denunciara en los fariseos (cf. Mc 10, 5) torna una y otra vez a manifestarse: con pretextos más o menos semejantes, pretenden siempre retorcer la verdad de modo a juzgarse en el derecho de exigir de Dios que justifique los efectos de las pasiones desordenadas. ¿Dónde encontrar nuevamente el remedio para este mal antiguo?

Para un mismo problema, vale la misma solución. Ayer, como hoy y siempre, el hombre en esta Tierra nunca podrá evitar el dolor. El secreto de la felicidad, por lo tanto, no se encuentra en no sufrir, sino en cómo enfrentar el sufrimiento. La felicidad de la familia bien constituida se afirma en la Roca sobre la cual fue edificada (cf. Lc 6, 48); en cuanto ambos esposos se encuentran abrazados en el amor a Dios, no temen ni vacilan; incluso cuando sufren, están llenos de alegría espiritual. La llave de la felicidad de determinada sociedad consiste, pues, en estar formada por familias cuyos cónyuges ansían la santidad.

(Editorial de la Revista Heraldos del Evangelho, Nº 166, Octubro de 2015)

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