Redacción (Martes, 15-12-2015, Gaudium Press) En su execrando deseo de matar a David, Saúl acabó quedándose al alcance de la mano del valiente guerrero. Pero David no quiso eliminar a aquel que era el ungido del Señor.
Después de David vencer a los filisteos en Ceila, sus seguidores ya eran 600 hombres. Perseguido por el impío Saúl, el huía de un lugar para otro, acompañado de su pequeña tropa.
Humildad de Jonathan
Estando David en el desierto de Zif, Jonathan, hijo de Saúl, fue a encontrarse con él y lo animó diciendo: «No temas, pues la mano de mi padre no te alcanzará. Tu reinarás sobre Israel, y yo seré tu segundo» (I Sm 23, 17).
Es bella la actitud sin pretensiones de Jonathan. «El está seguro de que en adelante su amigo será rey, y no le envidia ese título; él espera por lo menos permanecer junto a David, ocupando el segundo puesto.» [1]
Rey David – Retablo de la Catedral vieja de Salamanca |
Ambos renovaron el pacto de amistad delante del Señor, y Jonathan volvió para su casa. Los dos amigos no irían a verse más.
El valeroso guerrero fue para el desierto de Engadi. Sabiendo de eso, Saúl reunió a 3.000 soldados de élite y partió en búsqueda de David. En cierto momento, Saúl precisó entrar en una gruta que era enorme; en el fondo de ella estaban David y sus seguidores.
«Entonces David se aproximó suavemente y cortó la punta del manto de Saúl» (I Sm 24, 5).
Los soldados de David querían que él matase a Saúl allí mismo. Pero el varón de Dios les dijo que no levantaría la mano contra el ungido del Señor. «Y con palabras firmes, David contuvo a sus hombres y no permitió que se lanzasen sobre Saúl» (I Sm 24, 8).
Respeto de David por el ungido del Señor
Cuando Saúl salió de la gruta, David se retiró luego después y gritó atrás de él: «¡Señor mi rey!». Saúl se volvió y David, habiéndose prosternado, le dijo:
¿»Por qué das oídos a los que te dicen que David procura tu ruina? Viste hoy que el Señor te entregó en mis manos, en la gruta. Pensé en matarte, pero reflexioné: ‘No levantare la mano contra mi señor, pues él es el ungido de Dios, y mi padre’. Ve en mi mano la punta de tu manto, y reconoce que no hay maldad ni rebeldía en mi» (cf. I Sm 24, 10-12).
Es de notar la humildad y el respeto de David que, aún después de las diversas tentativas homicidas de Saúl, lo llama padre.
Entonces, Saúl se puso a llorar en voz alta. Después reconoció que David solo quería su bien, en cuanto él, Saúl, le deseaba apenas el mal. En aquel instante adquirirá la certeza de que David sería Rey de Israel. Y le pidió que jurase, en nombre de Dios, que no eliminaría a los descendientes de Saúl. Y el fiel David hizo el juramento.
Después, Saúl fue a su casa; David y sus seguidores se dirigieron a un refugio.
El arrepentimiento de Saúl no fue real y profundo, sino superficial y pasajero. Poco tiempo después, él nuevamente irá a la búsqueda del inocente David, intentando matarlo.
En este intermedio, falleció el profeta Samuel, con la edad aproximada de 80 años. Fue una «pérdida enorme para Israel, aunque el papel activo de Samuel hace mucho tiempo cesara». [2]
«Todo Israel se reunió para los funerales» (I Sm 25, 1) y fue sepultado en Ramá. Tal fue su vida virtuosa que la Iglesia lo considera Santo, siendo su memoria celebrada el 20 de agosto.
Nabal recusa atender a David
David se dirigió al desierto de Maon, en el cual había una localidad llamada Carmel, donde vivía Nabal con su esposa Abigail, «muy sensata y bonita». Nabal se torno muy rico, poseía 3.000 ovejas y mil cabras, pero era «grosero y malo» (I Sm 25, 3).
Pasando por serias dificultades en encontrar alimento, David envió a diez jóvenes a Nabal a fin de pedirle auxilio, utilizando las palabras: «Dad lo que tuvieres a mano a estos siervos tuyos y a tu hijo David» (I Sm 25, 8).
David quiso honrar a Nabal con este número de enviados; él había prestado muy buenos servicios a Nabal, protegiendo sus rebaños y pastores contra los malhechores del desierto. [3] Y, con gran modestia, David se declara «hijo» de Nabal.
El pésimo Nabal les respondió que no sabía quién era David, insinuando que él sería una especie de esclavo rebelado contra su señor.
Los jóvenes regresaron y contaron todo a David, el cual ordenó a sus seguidores que ciñesen la espada. Y, acompañado de 400 hombres, partió decidido a matar a todos los siervos de Nabal, del sexo masculino.
Uno de los criados de Abigail le informó al respecto del inminente peligro que todos allí corrían. Y acrecentó que los siervos de David siempre trataron muy bien a los siervos de Nabal, y que hasta aún les sirvieron de «muro de defensa, día y noche» (I Sm 25, 16) contra los enemigos, en cuanto ellos apacentaban los rebaños.
¿Qué hará Abigail para salvar a sus siervos? Con profunda humildad, providenciará los medios para aplacar a David.
Que Nuestra Señora nos libre del vicio del orgullo que hoy abunda en todos los sectores, y nos conceda la virtud de la humildad.
Por Paulo Francisco Martos
(in Noções de História Sagrada (53))
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1 – FILLION, Louis-Claude. La Sainte Bible commentée. 3. ed. Paris: Letouzey et aîné. 1923, v.II, p.306-307 .
2 – Idem, ibidem, p. 312.
3 – Cf. FILLION, ibidem, p 312-313.
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