Redacción (Jueves, 17-12-2015, Gaudium Press) ¿Cómo alcanzar una total unión con Dios? ¿Será este un camino dispuesto por la Providencia solamente para aquellas almas muy elegidas, llamadas a una vocación especial?
Conforme las enseñanzas de diversos teólogos, todas las almas en estado de gracia son llamadas a la contemplación infusa, o sea, a una convivencia celestial, poseyendo una chispa de la bienaventuranza de que gozan los justos en el Cielo. Aquí en la tierra, se contempla a Dios como en un espejo. Solamente en el cielo lo «veremos como Él es» (I Jo 3, 2). Con efecto, «no es que la gracia de la contemplación se dé a los grandes y no a los pequeños, si no que, con frecuencia, la reciben ambos; más frecuentemente los retirados y, algunas veces, los casados». 1 Luego, no hay estado alguno entre los fieles que pueda quedar excluido de esta gracia, sea en la tranquilidad de un claustro o en medio a las actividades de la vida secular.
Eso se explica por el hecho de que todos los bautizados, al tornarse participantes de la naturaleza divina, reciben la gracia santificante juntamente con las virtudes y los dones, que se desarrollan con la caridad. Ahora, según Santo Tomás de Aquino, «la vida contemplativa no se ordena a un amor cualquiera a Dios, sino al amor perfecto». 2 Por tanto, es la virtud de la caridad llevada al pleno desenvolvimiento. En esta perfección de amor es que tendrá origen la fecundidad de las acciones propias a la vida activa.
Además, es un bien que debe ser deseado y que no se niega a aquellos que lo buscaron: «Si no fuese general esta invitación, no nos llamaría el Señor a todos, y aunque llamase, no diría: ‘Yo os daré de beber’. […] Pero, como dijo, […] a ‘todos’, tengo por cierto que a todos los que no se quedaren por el camino no les faltará esta agua viva». 3
Recogimiento: conditio sine qua non… 4
Entretanto, para que de hecho la Santísima Trinidad haga de los hombres su morada y los llene con esta insigne predilección, se requieren algunas disposiciones espirituales, independientes del estado de vida en que se encuentren.
Además de un profundo desapego de las cosas concretas, de una entera humildad y pureza de corazón y de la práctica habitual de las virtudes, es indispensable además otro factor que constituye condición indispensable para el desarrollo de la vida contemplativa: el recogimiento. «Así como la disipación repele los bienes divinos o dificulta su saludable influencia, así el recogimiento los atrae hasta nosotros y favorece su eficacia». 5
Antes de todo, es preciso aclarar que recogimiento no es sinónimo de soledad o silencio. Estos son factores que lo tornan propicio, pero no se confunden con él. El recogimiento consiste, más de que en una actitud exterior de alejarse de las ocupaciones del día a día, en un estado de espíritu que nada puede perturbar. «Un alma recogida es, pues, un alma retirada de las criaturas y que busca a Dios, su voluntad y sus deseos para conformarse con El en todo».6
Es un continuo estado de oración en el cual, incluso en medio a las más diversas actividades, el corazón y la mente están siempre centrados en lo sobrenatural. En medio a la disipación y a la agitación, difícilmente se podrá oír el llamado y las inspiraciones que el Espíritu Santo sopla en nuestras almas. «El silencio del alma y de los sentidos exteriores es ‘la ayuda que prestamos a Dios para que Él se comunique a nosotros'». 7 Mismo los pecadores más empedernidos, cuando aprenden a oír esa voz interior, inician un proceso de conversión que puede elevarlos a los altas cimas de la santidad, como narra San Agustín en sus Confesiones: «Es que estabas dentro de mí y yo afuera Te buscaba. […] Llamaste, llamaste y rompiste mi sordera».8
Además de atraer al alma todos los bienes celestiales, el recogimiento es el mejor medio de hacerlos fructificar. Él es como un motor para las buenas obras, como el tallo que liga el fruto a la vid, visto que nos coloca en contacto con el Omnipotente y nos hace trabajar teniendo en vista no las criaturas, sino únicamente la gloria de Dios.
La persona que así procede alcanza rápidamente la santidad y tiene su vida transformada:
[…] Una vez tenía sus horas de meditación y oración; ahora su vida es una oración perpetua; quiera que trabaje quiera que se recree, quiera que esté sola o acompañada, incesantemente se eleva a Dios, conformando su voluntad con la de Él: ‘quae placita sunt ei facio semper’ (Jo 8, 29) [«Yo hago siempre aquello que es de su agrado»]. Y esta conformidad no es para el alma sino un acto de amor y entrega total en las manos de Dios; sus oraciones, sus acciones comunes, sus sufrimientos, sus humillaciones, todo está impregnado de amor a Dios. 9
No nos faltan ejemplos de cómo las comunicaciones divinas se hacen sentir especialmente en los momentos de recogimiento y de cómo este lleva a fructificar los dones recibidos en la contemplación. Entre los innúmeros hechos que nos narran las Sagradas Escrituras, dos son especialmente dignos de nota.
En primer lugar, tomemos los cuarenta días de retiro sobre el Monte Sinaí. Antes de firmar con el pueblo de Israel la Alianza definitiva, en que se realiza la entrega de las tablas de la Ley conteniendo el Decálogo, el propio Dios invita a Moisés para que suba para junto a Él: «Sube hacia mí al monte y déjate estar ahí» (Ex 24, 12). Exige el Señor que su siervo se prepare y esté a la altura de la misión de que será portador. Para eso, desea que él suba, o sea, que se aleje de las cosas terrenales. Moisés sube, pero solamente después de siete días de recogimiento el Señor le dirige la palabra. «Y, entrando Moisés en medio de la nube, subió al monte, y allá estuvo cuarenta días y cuarenta noches» (Ex 24, 18).
Solamente después de cuarenta días de retiro y contemplación le son entregadas las tablas de la ley…
Otro relato en ese sentido es la preparación para la venida del Espíritu Santo. Consta en los Hechos de los Apóstoles que, después de la ascensión de Jesús, los discípulos volvieron a Jerusalén y se reunieron en el Cenáculo. Muchos de ellos todavía juzgaban que aquel seria el momento de la implantación del reino político del Mesías y que obtendrían con eso una gran gloria mundana. 10 Mientras tanto, a pesar de ese estado de espíritu infelizmente reinante, es preciso reconocer que estaban allí reunidos a la espera del bautismo de fuego que, según las palabras del Maestro, recibirían dentro de algunos días.
Por eso, «todos estos perseveraban unánimemente en oración, con las mujeres, y con María, la Madre de Jesús» (At 1, 14). Así, la gracia tenía medios para actuar y preparar sus almas para el precioso Don que recibirían y en virtud del cual expandirían la Iglesia de Cristo por toda la tierra. «Estaban recogidos, modo excelente de preparación para los grandes acontecimientos» 11. Se pasaron diez días de continua oración hasta el cumplimiento de la promesa de Nuestro Señor. «En general, Cristo resucitado escogía oportunidades como estas – de reflexión y compenetración de la parte de todos – para aparecerles, así como el Espíritu Santo para infundirles sus dones».12
Pasados esos días de contemplación, los apóstoles retomaron nuevamente sus actividades y, a través de ese recogimiento regenerador, fueron asumidos por un entusiasmo y un fuego que antes no poseían.
Donde destacamos la necesidad de la contemplación para el sustento de la vida espiritual, concepto tantas veces olvidados en los días actuales, tan penetrados por el ateísmo y por el pragmatismo.
Por la Hna. Ariane Heringer Tavares, EP
[1] ROYO MARÍN, Antonio. Op.cit. p. 454: «[…] no es que la gracia de la contemplación se dé a los grandes y no a los pequeños, sino que con frecuencia la reciben los grandes y con frecuencia los pequeños; más frecuentemente los retirados y alguna vez los casados». (Tradução da autora)
[2] SANTO TOMÁS DE AQUINO. Summa Teologiae, II-II, q.182, a. 4, ad 1: «[…] vita contemplativa non ordinatur ad qualemcumque Dei dilectionem, sed ad perfectam». (Tradução Loyola. Doravante se utiliza sempre esta tradução para esta obra)
[3] SANTA TERESA DE JESUS. Camino de perfección. C. 19, 15. In: Obras completas. 9. ed. Madrid: BAC, 2006, p. 319: «Si no fuera general este convite, no nos llamara el Señor a todos, y aunque los llamara, no dijera: ‘Yo os daré de beber’. […] Mas como dijo, […] ‘a todos’, tengo por cierto que todos los que no se quedaren en el camino, no les faltará esta agua viva». (Tradução da autora)
[4] Condição indispensável. (Tradução da autora)
[5] ROYO MARÍN, Antonio. La vida religiosa. Madrid: BAC, 1975, p. 442: «Así como la disipación rechaza los bienes divinos o dificulta su saludable influencia, así el recogimiento los atrae hacia nosotros y favorece su eficacia». (Tradução da autora)
[6] Ibid. p. 439: «Un alma recogida es, pues, un alma retirada de las criaturas y buscando a Dios, su voluntad y sus deseos, para conformarse a Él en todo».(Tradução da autora)
16 M-BRUNO. Op. cit. p.30: «Le silence de l’âme et des sens extérieurs est ‘l’aide que nous prêtons à Dieu pour qu’Il se communique à nous'». (Tradução da autora)
[8] SANTO AGOSTINHO. Confissões. Madrid: BAC, 2013, p. 385: «Et ecce intus erat et ego foris, el ibi te quaerebam […]. Vocasti et clamasti et rupisti surditatem meam». (Tradução da autora)
[9] TANQUEREY. Op. cit. p. 613-614.
[10] A Autora se lembra de ter ouvido este comentário de Monsenhor João Scognamiglio Clá Dias inúmeras vezes, em diversas homilias, nas missas celebradas diariamente para seus filhos espirituais na Basílica de Nossa Senhora do Rosário, Caieiras, São Paulo.
[11] CLÁ DIAS, João Scognamiglio. E renovareis a face da Terra. O inédito sobre os Evangelhos. Comentários aos Evangelhos Dominicais. Advento, Natal, Quaresma e Páscoa – Ano A. Città del Vaticano – São Paulo: LEV; Lumen Sapientiae, 2012, v. I, p. 398.
[12] Ibid. p. 407.
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