Palo – Filipinas (Viernes, 18-12-2015, Gaudium Press) Los datos de la destrucción ocasionada por el Supertifón Haiyán (o Yolanda, como se le conoce en el país), huracán que asoló Filipinas en noviembre del 2013, son abrumadores.
Al final resultaron afectadas más de 14 millones de personas en todo el archipiélago. 4 millones se vieron desplazadas de sus hogares; 6.300 perdieron sus vidas; 1.800 resultaron desaparecidas, y alrededor de 28.000 sufrieron heridas. Cerca de 1.1 millón casas fueron afectadas, de las cuales la mitad quedaron completamente destruidas.
El desastre se ensañó particularmente con el Arzobispado de Palo, que queda en plena trayectoria del fatídico huracán de hace dos años. En la isla de Leyte, donde se encuentra Palo, el 90% de las casas fueron derruidas, así como el 50 % de los medios de subsistencia fue arruinado.
La Catedral de Palo, reconstruida tras el tifón Foto: Marge Fenelon |
El Seminario del Sagrado Corazón de Palo contaba entonces con cerca de 200 estudiantes. Quiso Dios que estos se hallaran en un retiro-seminario en otro lugar, tierra adentro, pues si hubiesen estado en la casa de estudios tal vez no se les hubiera podido garantizar la seguridad, según afirma el Padre Al Chris Badano, profesor de Teología en esta institución.
El edificio del seminario era una estructura con tres pisos, de los cuales el tercero desapareció a causa del Tifón, mientras que el segundo vio todos sus ventanales rotos. «Parecía como si una guerra hubiese ocurrido aquí», apunta el P. Badano.
«Era como en las fotografías que yo había visto de la Segunda Guerra Mundial: escombros por todas partes y gente sin saber a dónde ir. Habían personas robando y saqueando o que huían a casa de sus parientes en el interior (la arquidiócesis de Palo es costera. Había muchos, muchos muertos y nada para cubrirlos. Estaba empezando a oscurecer, y la gente tenía miedo de los fantasmas de los muertos. Por la noche, los perros [salvajes] aullaban, era muy aterrador. Otra cosa es que hubo rumores de ataques, lo que aumentaba el miedo entre el pueblo», señala el sacerdote.
La ayuda humanitaria pronto llegó, particularmente la de Catholic Relief Services (CRS), la agencia oficial de ayuda y desarrollo de la comunidad católica de los Estados Unidos. Mons. John Forrosuelo Du, Arzobispo de Palo, ofreció la oficina de la Cancillería de la diócesis para que allí se estableciese el cuartel general de CRS. Si ello no hubiera ocurrido, se calcula hubieran tardado cuatro semanas en encontrar lugar para el mismo, en una ciudad devastada.
En reunión de emergencia con todos los sacerdotes de la diócesis, convocada por el Arzobispo Forrosuelo, se configuró la Unidad de Asistencia y Rehabilitación de la Arquidiócesis de Palo, que tiene a la cabeza al Padre Badano. Esta unidad trabaja hasta hoy en conjunto con Cáritas, y CRS, entrenando artesanos, construyendo edificaciones resistentes a las tormentas, refugios de evacuación y, en fin, preparándose para una futura emergencia.
«Estamos muy agradecidos con Cáritas, y CRS porque estamos trabajando simultáneamente con ellos. Ellos nos han entrenado, y así es como hemos aprendido todos estos procedimientos. Fue una experiencia triste para muchos de nosotros, pero de ellos hemos aprendido grandes cosas», dice el padre Badano.
Hasta el momento CRS ha edificado más de 20.000 refugios, en cuya construcción se ha empleado decenas de miles de personas a las que se ha pagado su trabajo. Igualmente la agencia americana ha dado instrucción en manejo de residuos y otros temas sanitarios, asuntos un tanto complejos debido al alto nivel freático de la isla. Asimismo CRS ha permitido que decenas de miles de familias tengan estructura sanitaria en sus casas, particularmente en zonas rurales donde no existían.
«El corazón de mi motivación es que tengo miedo de que ocurra otro desastre y que quede atrapado en la misma situación», dice Gregorio Paboose Lantajo, responsable de un comité cívico conformado en la zona de San Joaquín Barangay, también fuertemente afectada. «Con los años, las tormentas han sido cada vez peores. Cuando yo era un niño, teníamos tifones, nos encerrábamos en nuestras casas y salíamos después de que pasaban. Tal vez las ventanas se rompían, y algunas líneas de energía se venían abajo, pero eso era todo. Yolanda fue diferente. Nunca ha habido nada igual».
Pero trabajando en ello están CRS, Cáritas, la Unidad de Asistencia y Rehabilitación de la Arquidiócesis de Palo, además de un ejército de corajudas personas que ya han hechos realidad un nuevo amanecer en las zonas devastadas.
Con información del National Catholic Register
Deje su Comentario