Redacción (Lunes, 04-01-2016, Gaudium Press) Ha concluido el año 2015 que, junto con algunos buenos logros, nos trajo grandes calamidades. De tal manera la realidad grita que no es el caso de dar ejemplos.
Al hablar de catástrofes, naturalmente nos vienen a la mente las guerras, los cataclismos naturales, los accidentes fatales, la corrupción… Pero todo eso no ha sido lo peor. Ha habido algo más grave: fueron los sacrilegios contra la Eucaristía.
Una onda sorprendente de atentados a Jesús Hostia empañó al mundo en los diversos continentes durante el año que pasó. Con honrosísimas excepciones, el mundo permaneció insensible y continuó indiferente ante esos hechos públicos que clamaron al cielo. La humanidad no ha querido ver en profundidad y, por lo mismo, se ha dispensado de reparar a la altura. Los crímenes de lesa majestad, los magnicidios, que en todo tiempo y lugar han conmocionado a la opinión, al ser perpetrados contra el Rey de reyes y Señor de señores… son como si no hubieran existido: el sol no perdió su brillo, los días siguieron sucediéndose, y la gente continuó a vivir… a pecar.
Comunión de Santa Francisca Romana Basílica Santa María in Trastevere, Roma |
Una rápida consulta en internet nos muestra que se dieron profanaciones de hostias consagradas en diversos lugares de España, Irlanda, Argentina, México, Ecuador, Colombia, Venezuela, Estados Unidos, Francia, Italia, Chile, India, Perú, Nicaragua, Filipinas, Brasil… la lista es todavía más extensa. En cada caso hubo detalles diferentes de maldad, pero es el mismo odio a Jesús Sacramentado que se hizo presente en todos ellos. Odio estulto, odio gratuito, odio satánico. (No hablamos aquí del sacrilegio que se comete recibiendo la comunión en pecado mortal; es imposible medir la extensión de esa odiosa práctica).
Quizá el más grave de los sacrilegios noticiados, haya sido el ocurrido en Pamplona, España: doscientos cuarenta y dos hostias consagradas robadas, fueron expuestas para ser visitadas en el ayuntamiento, formando una palabra ignominiosa, todo ello por obra de un supuesto «artista» plástico. Este sacrilegio no sólo ha quedado impune, sino que suscitó nuevas burlas y ataques contra la eucaristía y los símbolos cristianos que también se van realizando sin mayores consecuencias.
Estamos en presencia de un característico signo de los tiempos. Los signos deben ser leídos e interpretados, ya que reflejan una realidad profunda y, a la vez, son preanuncio de lo que pueda venir. Ciertos hechos protuberantes que estallan de repente, son la parte visible de un iceberg enorme que se ha dilatado por debajo de las aguas.
Pero el signo que se manifiesta e interpela, no es solo el sacrilegio en sí. Claro que también lo es, y lo es por excelencia. Más, igualmente es un signo grave la insensibilidad de la mayoría de la gente, y de los fieles en particular. En todos los lugares profanados se hacen actos de reparación; es lo que se debe hacer. Pero ¿Cuántos participan? ¿Con qué calor? ¿Cuál es el cambio de vida en las almas amantes de la Eucaristía y realmente indignadas? Todo eso, está por verse…
Estamos en el Año Jubilar de la Misericordia en que se ha dado a varios sacerdotes la potestad de perdonar los pecados reservados a la Sede Apostólica, entre otros, las profanaciones al Sacramento Eucarístico. Algunos de esos pecados son un hecho y están a la vista de todos; nos preguntamos ¿se hace igualmente patente el arrepentimiento? Es verdad que se trata del fuero íntimo de las personas, y que de lo interno la Iglesia no juzga. ¡Quiera Dios que los profanadores que aspiran al perdón… ¡si es que los hay! tengan sinceras disposiciones de dolor y de enmienda!
El Cardenal Cañizares, Arzobispo de Valencia, España, presidió a mitad de año en su catedral, una Misa de desagravio por el hurto sacrílego de un cáliz y un copón con hostias consagradas en un hospital de su diócesis. En su homilía, exhortó a multiplicar las capillas de Adoración Eucarística como respuesta a la grave ofensa contra el Sacramento ¡Qué propuesta oportuna!
La proliferación de capillas de adoración y el aumento de fieles que se rinden a los pies de la Eucaristía, sería un formidable signo de los tiempos que raparía tanto mal cometido y establecería de alguna manera el equilibrio en la relación Creador-creaturas, aplacando a un Dios celoso (Ex. 20, 5; Deut. 4, 24) y airado (Rom. 1, 18; Sal. 7, 12-14; Is. 48, 9). Un Dios que es infinitamente misericordioso y deseoso de que todos se salven, aunque no todos acojan su misericordia ni se empeñen en lograr la salvación ofrecida.
Hoy en día, hay muchísimas situaciones indeseables e inquietantes; ¿Cuántos se preocupan con los gravísimos atentados hechos directamente al mismo Dios, profanando su cuerpo oculto bajo la apariencia de una sencilla hostia blanca? La realidad de esta indolencia, es también un signo de los tiempos que, por ser menos chocante que la crudeza de un sacrilegio, no es menos preocupante.
Acabamos de celebrar la Navidad. Sabemos que a María y a José les cerraron las puertas en la ciudad de Belén (que significa «casa del Pan»). Hoy, después de dos milenios de beneficios que nos vinieron precisamente de la noche santa de Navidad, se profana al Pan de Vida violando las puertas de los sagrarios, esas humildes casitas donde nos espera siempre el Señor en su Sacramento de Amor.
Por el P. Rafael Ibarguren, EP
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