Redacción (Martes, 01-03-2016, Gaudium Press) «Después del Bautismo, es necesario al hombre la oración continua para entrar en el Cielo», [1] advierte el Doctor Angélico. Aquellos que hacen uso de ese poderoso tesoro se aproximan íntimamente al Divino Redentor. Con todo, ¿qué garantiza que Dios oirá propicio sus súplicas, siendo el hombre tan insuficiente? ¿Cuáles las condiciones necesarias para tornar nuestra oración infalible y hasta incluso omnipotente?
Así como la santidad solo es alcanzada mediante la práctica heroica de todas las virtudes, de la misma forma, la oración posee diversos grados hasta alcanzar el esplendor perfectísimo de la unión con Dios. Pues, «en la oración las delicias de las almas son como las que en el cielo deben tener los elegidos». [2]
Hay varios tipos de atención que se deben practicar en la oración |
Los maestros de vida espiritual dividen los grados de la oración en nueve.
El primero, por orden ascendiente, corresponde a la oración vocal, la cual está al alcance de todos. Ella se manifiesta con palabras y, por eso, es la única forma de oración pública o litúrgica. Para que sea eficaz posee dos condiciones: debe ser hecha con atención y profunda piedad.
Es también de saber que hay tres atenciones sin las cuales la oración vocal no será posible. La primera es estar atento a las palabras, para que en ella no cometa error; la segunda es prestar atención en el sentido de las palabras; la tercera, que es la máxima necesaria, considerar el fin de la oración, esto es, a Dios y al objeto de la oración. [3]
A ese respecto escribió Santa Teresa:
Para ser oración es necesario reflexión. No llamo oración a mover sólo los labios sin pensar en lo que decimos, ni en lo que pedimos, ni quien somos nosotros, ni quien es Aquel al cual nos dirigimos. Algunas veces podrán haber esas falencias en personas que se esfuerzan por rezar bien, pero será por motivos que se justifican, y entonces será buena la oración. Sin embargo, la costumbre de hablar a la Majestad de Dios como quien habla a un extraño, diciendo lo que le viene a la cabeza, sin reparar si está correcto, por haber memorizado o repetido muchas veces, – a eso no tengo en cuenta de oración. ¡No permita Dios que cristiano alguno rece de ese modo! [4]
Comete verdadero pecado de irreverencia, aquel que realiza la oración con distracciones voluntarias, además que así se impiden sus frutos. [5]
Sobre la segunda condición, nos enseña el P. Royo Marín:
Con la atención, aplicamos nuestra inteligencia en Dios. Con la piedad colocamos la voluntad y el corazón en contacto con Él. Esa piedad profunda implica y supone un conjunto de virtudes cristianas de primera categoría: la caridad, la fe viva, la confianza, la humildad, la devoción y reverencia frente a la Majestad divina y la perseverancia. [6]
La falta de oración compromete la salvación eterna
Esa oración no es una práctica facultativa, siendo de suma importancia en la vida espiritual ejercitarla con fervor. Estando con salud o agonizante, en la consolación o en la aridez, incluso en los más altos niveles de la santidad, jamás podrá el hombre abandonar esa práctica diaria, pues de lo contrario podría comprometer su salvación eterna.
La meditación constituye el segundo grado de la oración, y es donde las almas «perciben mejor los llamados e invitaciones diversas que hace el Señor». [7] Nos enseña la teología que la meditación «consiste en la aplicación racional de la mente a una verdad sobrenatural a fin de convencernos de ella y movernos a amarla y practicarla con la ayuda de la gracia». [8] En este grado será esencialmente utilizada la razón, sin la cual la meditación no podrá efectuarse. Por eso, proclamaba el Apóstol: «oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento; cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento» (I Cor 14, 15).
La meditación tiene dos finalidades: una intelectual y otra afectiva. La primera es comparable a una muralla inexpugnable que nos concede convicciones firmes y enérgicas contra los enemigos del alma. En otras palabras, es ella la que, al desaparecer la felicidad sensible y momentánea, crea raíces en el alma y no deja que, sin resistencia, nos entreguemos al menor soplo de las pasiones. «No se puede construir una casa sólida sobre la arena movediza del sentimiento; es preciso un fundamento pétreo e inamovible de las convicciones profundamente arraigadas en la inteligencia». [9]
La oración de meditación fortalece la voluntad y termina siendo incompatible con el pecado
En efecto, es preciso que la meditación esté acompañada de nuestros afectos, que es la parte principal de la meditación:
Esta comienza propiamente cuando el alma inflamada con la verdad sobrenatural que el entendimiento convencido le presenta, brota en afectos y actos de amor a Dios, con quien establece un contacto íntimo y profundo […].[10]
Esta oración es un don particularísimo de Dios en el cual las almas son introducidas y embriagadas en el amor divino. Ella es incompatible con el pecado, y los hombres que no meditan, fácilmente se dejan llevar por el ímpetu de las pasiones desordenadas. «Con los demás ejercicios de piedad, el alma puede continuar viviendo en el pecado, pero, con la oración mental bien hecha, no podrá permanecer en él mucho tiempo: o dejará la oración o dejará el pecado». [11] Al alma absorta y embebecida no resta ocasión para pensar en sí misma, pues solo se ocupa de lo que dice respecto al Amado, como afirma San Bernardo: «Rara es esa hora, y el tiempo que en ella se gasta es siempre breve, pues, por más dilatado que sea, parece un soplo».[12]
«El amor es fruto de la oración fundada en la humildad». [13] Por ser esta forma de oración tan sublime, debemos pedirla con verdadera sumisión, restituyendo a Dios todos los beneficios que por medio de ella recibimos.
Ese método de oración debe ser asiduo y perseverante. El alma que busca llevar una vida rumbo a la perfección, entregándose enteramente al apostolado, pero despreciando la oración mental, lejos está de la brisa de la santidad, afirman los teólogos. Continúa el Doctor Melifluo:
Yo, por mis fuerzas, no puedo llegar a ese amor, a esa unión y contemplación tan elevada; solo pido que Él me conceda a mí. Solo el Señor por su bondad y gratuita liberalidad nos ha de levantar a este ósculo de sus divinos labios, a esta altísima oración y contemplación. [14]
La oración afectiva ocupa el tercer grado de la oración. Ella es una especie de meditación simplificada y orientada al corazón, en la cual predominan los afectos de la voluntad sobre el discurso del entendimiento. Ella representa un profundo descanso para el alma, una vez que disminuye la ‘grosera’ labor de la meditación discursiva. En relación a ese pormenor, incomparables son las ventajas espirituales concedidas en este tercer grado: una unión más íntima y profunda con Dios, por la cual nos aproximamos cada vez más al objeto amado; un desarrollo especial de las virtudes infusas en conexión con la caridad, además de consuelos y suavidades sensibles que sirven de estímulo y aliento para la práctica de las virtudes cristianas.
La oración litúrgica es un fundamental grado de oración |
Las consolaciones son medios, no fines
Esos preciosos auxilios, entretanto, podrán verse comprometidos, caso no se haga buen uso de ellos. El verdadero fervor reside en la voluntad, no en la sensibilidad. De esta forma, el alma podrá usar las consolaciones, pero no vivir solamente de ellas. De lo contrario, pasará a tener una gula espiritual, como explica San Juan de la Cruz, que impulsa a buscar en la oración afectiva la suavidad de los consuelos sensibles envés del estímulo para la práctica austera de las virtudes. [15] Los frutos de la oración afectiva no son medidos por la cantidad de consolaciones sensibles, sino por las manifestaciones cada vez más intensas de las virtudes. «¿Oh Jesús, habrá quien no quiera tan grande bien, especialmente si ya pasó por el más trabajoso? ¡No, ninguno de nosotros!».[16]
Simple visión, mirada amorosa a Dios o a las cosas divinas que enciende en el alma el fuego del amor: es el cuarto grado de la oración, conocido como oración de simplicidad. Los tres primeros grados pertenecen a la ascética en la cual se sobresale el esfuerzo. Ya el cuarto representa la transición progresiva y gradual de la ascética a la mística, que es acción directa de la gracia. En esa etapa el alma es llevada por un ardiente deseo de glorificar a Dios y de buscarlo en pequeños quehaceres, uniéndose a Él con una mirada cargada de amor, como afirma Santa Teresa:
Solo quiero que os compenetréis bien de lo siguiente: para aprovechar en este camino y subir a las moradas deseadas, lo esencial no es pensar mucho – es amar mucho. Escoged de preferencia lo que más os conduzca al amor. Tal vez no sepamos lo que es amar, lo que me espanta. No consiste el amor en ser favorecido de consolaciones. Consiste, sí, en una total determinación y deseo de contentar a Dios en todo, en buscar, cuánto podamos, no ofenderlo y en rogarle por el aumento continuo de la honra y gloria de su Hijo y por la prosperidad de la Santa Iglesia Católica. [17]
En esas circunstancias, el alma es invitada a sumergirse en su interior, basándose en la gran verdad de que «Dios está dentro de nosotros mismos», [18] lo que prepara el alma para saber escuchar la voz del Altísimo. Cada grado de la oración significa un nuevo avance rumbo al Reino de los Cielos; en la oración de simplicidad, con menos trabajo y esfuerzo, el alma consigue resultados más intensos. [19]
(Continuará…)
Por la Hna. Lays Gonçalves de Sousa, EP
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[1] SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. III, q. 39, a. 5.
[2] SANTA TERESA DE JESÚS. Livro da vida. Trad. Maria José de Jesus. 9. ed. São Paulo: Paulus, 2005, p. 72.
[3] Ibid. II-II, q.83, a. 13.
[4] SANTA TERESA DE JESUS. Castelo interior ou Moradas. 11. ed. São Paulo: Paulus, 2003, p. 23.
[5] Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. II-II, q. 83, a. 13.
[6] ROYO MARÍN, Antonio. Teología de la perfección cristiana. 5. ed. Madrid: BAC, 1968, p. 655. (Tradução da autora).
[7] SANTA TERESA DE JESÚS. Castelo interior ou Moradas. Op.cit. p.42.
[8] ROYO MARÍN. La oración del cristiano. Op. cit. p. 26. (Tradução da autora).
[9] Id. Teología de la perfección cristiana. Op. cit. p. 662.(Tradução da autora).
[10] Loc. cit. (Tradução da autora).
[11] Ibid. p.663. (Tradução da autora).
[12] SAN BERNARDO, apud RODRIGUES, Afonso. Op. cit. p. 19.
[13] SANTA TERESA DE JESUS. Livro da vida. Op. cit. p. 73.
[14] SAN BERNARDO, apud RODRIGUES, Afonso. Op. cit. p. 23.
[15] Cf. ROYO MARÍN. Teología de la perfección cristiana. Op. cit. p. 674-677.
[16] SANTA TERESA DE JESÚS. Castelo interior ou Moradas. Op. cit. p. 56.
[17] Ibid. p. 75.
[18] Ibid. p. 87.
[19] Cf. ROYO MARÍN. Teología de la perfección cristiana. Op. cit. p. 681.
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