Redacción (Jueves, 03-03-2016, Gaudium Press) El «recogimiento infuso» es el quinto grado de la oración, siendo el primero de la escala contemplativa. Él se caracteriza por la unión del entendimiento con Dios, en el cual se abandona las cosas exteriores para entrar en lo íntimo del alma. La persona «siente un recogimiento suave que la llama al interior», [20] deseando estar a solas con Dios.
Tengo para mí que Su Majestad la concede a ciertas personas que ya van abriendo mano de las vanidades del mundo. No digo por obras – pues algunos, en virtud de su estado, no lo pueden hacer – pero lo desean. De esta manera, Su Majestad invita a las personas, de modo particular, a estar atentas a su interior. Habiendo entonces correspondencia, Su Majestad no se limitará a darles solamente esta gracia. Comienza apenas a llamarlas a cosas más altas. [21]
Ella recibe en esa etapa una «admiración deleitosa que dilata el alma y la llena de gozo y alegría al descubrir en Dios tantas maravillas de amor». [22] Además, comprende sin esfuerzo los misterios de Dios, como las palabras del Evangelio, lo que con años enteros de estudio no podría conseguir.
Para no retroceder en el camino, deberá romper con todos los disparates que la prenden a la tierra y entregarse con toda el alma a la vida interior, mortificando los sentidos e insistiendo en el amor ardiente a Dios.
Oración de quietud
Uno de los más célebres grados de la oración es la «quietud», en la cual el alma alcanza lo sobrenatural. Es un sentimiento íntimo de la presencia de Dios que cautiva la voluntad y llena el cuerpo de suavidad y deleites inefables. «El alma queda suspensa de tal suerte que parece estar fuera de sí». [23]
La diferencia fundamental entre la oración de quietud y el recogimiento infuso es que el recogimiento infuso era como una invitación de Dios a re-concentrarse en el interior del alma donde quiere Él comunicarse. La quietud va más lejos: comienza dar al alma la posesión, el ‘gozo fruitivo’ del soberano Bien. [24]
En esta fase, el alma encuentra el perfecto equilibrio entre acción y contemplación, pues, aunque tienda al silencio y al reposo, por no encontrar obstáculos en el entendimiento, puede perfectamente practicar obras activas.
Admirables son los efectos santificadores que la oración de quietud produce, a saber: una gran libertad de espíritu que dilata el alma, un temor filial, gran confianza en la eterna salvación, amor a la mortificación y a los trabajos, profunda humildad, desprecio de los deleites terrenos y un crecimiento en todas las virtudes.
Santa Teresa aconseja a las almas que alcancen este elevado grado de piedad a huir de las ocasiones de ofender a Dios, pues son como niñitos que comienzan a alimentarse, y si se alejan de la leche materna, acabarán por sucumbir.
Me empeño tanto en este aviso de no ponerse en ocasiones de pecado, porque el demonio insiste en ganar una de estas almas antes que muchísimas otras no favorecidas por el Señor con iguales mercedes. Es que estas almas pueden acarrearle gran perjuicio, atrayendo otras atrás de sí y, probablemente, producirán muchos frutos en la Iglesia de Dios. Basta, es más, al enemigo ver el particular amor que Su Majestad les muestra, para que ponga todo en juego, con el objetivo de perderlas, incluso sin otras razones. De este modo, son muy combatidas y, si se engañan, será para ellas mucho mayor la perdición que para otras almas. [25]
Pocas son las almas que, después de llegar a ese destino, avanzan en la escala de la oración. Muchas, después de haber sido objeto de la predilección de Dios, la abandonan completamente. Por este motivo, no podrá el alma acobardarse juzgándose incapaz de subir esta montaña sagrada. «Tengamos fe: Aquel que da los bienes, dará también la gracia para que, en el momento en que el demonio comience a tentarnos sobre este punto, luego entendamos y tengamos fuerza para resistir». [26] La oración de quietud es como una chispa de amor la cual, desde que no sea extinta por culpa propia, comienza a incendiar el alma al punto de producir verdaderas lavas de caridad, beneficiando a los más débiles. Ella es la garantía de que Dios escogió tal alma para grandes hechos.
«Unión simple»
La «unión simple» es un grado intensísimo de la oración contemplativa en la cual todas las potencias del alma están cautivadas y absortas en Dios. «Es labor sin fatiga, alegría que no se deja percibir, un regocijar sin comprenderse de qué». [27] En ese período el alma goza de la certeza inquebrantable de estar unida plenamente a Dios, acompañada de una ausencia de distracciones, lo que en los grados anteriores no ocurre.
Estando así el alma buscando a Dios, se siente casi desfallecer completamente, en una especie de desmayo, con grande y suave ternura. Ve que le van faltando el aliento y todas las fuerzas corporales, de modo que ni puede menear las manos, a no ser a mucho costo. Los ojos se cierran involuntariamente, o, si conservados abiertos, la persona nada ve. Si lee, no acierta con las letras, ni atina en reconocerlas; ve los caracteres, pero, como el intelecto no ayuda, no consigue leer, aunque quiera. Oye, sin embargo, no entiende lo que oye, de modo que los sentidos de nada le sirven. […] Es imposible hablar: no atina con una sola palabra y aunque atinase, no tendría aliento para pronunciarla. Toda fuerza exterior se pierde y se concentra en las del alma. [28]
Fuertísimos e inesperados impulsos invaden el alma, abrazándola en las llamas del divino amor, al punto de, al escuchar el nombre de Dios, súbitamente enciende en su corazón un ímpetu insaciable y devorador. «El alma arde en deseos de que le rompan las ataduras del cuerpo para volar libremente a Dios». [29]
Los últimos grados: la unión
El octavo grado es la «unión extática». La magnitud de unión mística sobrepasa los límites de la fragilidad humana, y, como consecuencia, sobrevienen los éxtasis, los cuales consisten en una debilidad corporal que suspende los sentidos internos y externos. En tales raptos, es imposible resistir, tornándose patente que:
No somos señores del cuerpo ni capaces, por consiguiente, de detenerlo cuando Su Majestad así lo quiere. Al contrario, verificamos, por mucho que nos pese, que existe arriba de nosotros alguien más poderoso, y que tales gracias son dádivas suyas, mientras de nuestra parte nada, absolutamente nada, podemos hacer. Se imprime, entonces, mucha humildad en el alma. [30]
Los éxtasis místicos producen una energía sobrenatural que hace al alma llegar a la práctica heroica de las virtudes, al punto de estar dispuesta a todo sufrir por el Objeto amado. «Es preciso que el alma sea resoluta y corajuda, mucho más que en los estados precedentes, para arriesgar todo -venga lo que venga- y, entregándose a Dios, dejarse guiar de buen grado por sus manos a donde Él quiera». [31]
La «unión transformante» es el último y más alto grado de la oración, también conocida como unión consumada. Es ella un preludio anticipado y preparación inmediata para la gloria celeste. El Doctor Místico, San Juan de la Cruz, define esta oración como la plena transformación en el Amado, tantas veces deseada en los grados anteriores, en el cual el alma es puesta en lo más hondo del amor divino, transformándose en el propio Dios, sin dejar, entretanto de ser criatura. «El alma más parece Dios que propiamente alma». [32]
Magníficos dones nos concede este rocío celeste: una muerte total del egoísmo, preocupándose solamente con la gloria de Dios, un gran deseo de ser crucificado con Nuestro Señor Jesucristo, gozo por ser perseguido y calumniado, paz y quietud imperturbables en la cual el demonio no consigue penetrar. «Este es el más alto estado que en esta vida se puede llegar». [33]
Ese largo recorrido de la oración no es un periplo extraordinario reservado apenas para algunos. Al contrario, las más altas cumbres de la santidad deberían ser la vía normal de todo bautizado. Con todo, pocos son aquellos que buscan alcanzar esa perfección, como advierte San Juan de la Cruz:
¡Oh almas llamadas y creadas para estas grandezas! ¿Qué hacéis? ¿En qué os ocupáis? Vuestras pretensiones son bajas y vuestras posesiones, miseria. ¡Oh miserable ceguera de alma!; con tanta luz estáis ciegos, y con voces tan altas, sordos. […] Recibiendo tantos bienes, os tornáis ignorantes e indignos.[34]
Por la Hna. Lays Gonçalves de Sousa, EP
[20] SANTA TERESA DE JESÚS. Castelo interior ou Moradas. Op. cit. p.88.
[21] Ibid. p. 88.
[22] ROYO MARÍN. Teología de la perfección cristiana. Op. cit. p. 716.
[23] SANTA TERESA DE JESÚS. Livro da vida. Op. cit. p. 71.
[24] ROYO MARÍN. Teología de la perfección cristiana. Op. cit. p. 718.
[25] SANTA TERESA DE JESÚS. Castelo interior ou Moradas. Op. cit. 93.
[26] Id. Livro da vida. Op. cit. p. 73.
[27] Ibid. p. 135.
[28] Ibid. p. 139.
[29] ROYO MARÍN. Teología de la perfección cristiana. Op. cit. p. 729.
[30] SANTA TERESA DE JESÚS. Livro da vida. Op. cit. p. 153.
[31] Ibid. p. 152.
[32] SAN JUAN DE LA CRUZ, apud ROYO MARÍN. Teología de la perfección cristiana. Op. cit. p. 741.
[33] Ibid. p.744.
[34] Ibid. p. 761.
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