Redacción (Jueves, 10-03-2016, Gaudium Press) Para que un maestro desempeñe con propiedad el oficio de enseñar, un conferencista realice con éxito su exposición, o aún para que un sacerdote obtenga excelentes frutos espirituales con sus homilías y retiros, es indispensable que haya antes un período de preparación y estudio que les proporcione un conocimiento más amplio respecto a aquello que transmitirán, pudiendo, así, satisfacer la sed de conocimiento de sus discípulos.
Ya afirmaba San Pío X respecto a las clases de catecismo las cuales, incluso en medio a las innúmeras ocupaciones pontificales, se empeñaba en administrar: para una hora de catecismo son necesarias dos horas de estudio. [1] Y esto siendo la mayor parte de los oyentes niños…
En el campo humano esto se entiende sin mucha dificultad visto que conocemos las limitaciones de nuestra naturaleza. ¿Pero, el Hombre-Dios también tendría necesidad de esta preparación para poder ejercer bien su misión salvadora?
De dentro de los propios relatos bíblicos, nos brota la respuesta: según la narración de San Lucas, Jesús comenzó a ejercer su ministerio solamente alrededor de los treinta años de edad (Cf. Lc 3, 23). Antes de eso, sin embargo, vivió en la humilde casa de Nazaret, creciendo en gracia y santidad, apenas delante de Dios, Nuestra Señora, San José, y algunas almas privilegiadísimas que, de vez en cuando, se encontraban con la Sagrada Familia en las estradas de Judea.
Debido a su naturaleza divina, Jesús no necesitaba de esta vida contemplativa como preparación para su ministerio. Con todo, al asumir una naturaleza como la nuestra, se tornó nuestro modelo y quiso demostrar, a través de sus propios actos, el inmenso valor del recogimiento. Es como un arca donde se guarda aquello que se pensó y que se sintió, para, en el momento oportuno, saber manifestar a los demás por medio de palabras y buenos ejemplos.
Y esto se manifestó de manera aún más enfática cuando el Espíritu lo condujo al desierto, donde permaneció cuarenta días y cuarenta noches en oración y penitencia, contemplando el grandioso y terrible panorama de su misión salvadora y obteniendo fuerzas para beber el cáliz de terribles sufrimientos que el Padre le había destinado.
¡Si estos fueron los sublimes ejemplos dejados por el propio Dios, cuanta lección deben de ellos sacar todos los que desean que su apostolado produzca plenamente sus frutos!
Por la Hna. Ariane Heringer Tavares, EP
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[1] SAN PÍO X apud CLÁ DIAS, João Scognamiglio. Subiremos ao Céu em virtude da Ascenção. O inédito sobre os Evangelhos. Comentários aos Evangelhos Dominicais. Advento, Natal, Quaresma e Páscoa – Ano B. Città del Vaticano – São Paulo: LEV; Lumen Sapientiae, 2014, Op.cit., v. III, p. 359.
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