Redacción (Jueves, 17-03-2016, Gaudium Press) La tarde de sábado veraniego Don Matías se puso a reparar cuidadosamente la carreta de su granja. Era un carro pesado que acostumbraba ser tirado por un fuerte y lozano Percherón color bayo que todos en casa mimaban. Debajo de ella, Matías golpeaba con el martillo el eje intentando sacar la rueda. Se levantaba, halaba con las manos, hacía palancas, removía en distintas direcciones la pesada rueda, volvía a ponerse bajo la carreta expandiendo la grasa por el empate y hacía otras tantas cosas propias de la ruda tarea que se había propuesto pues las ruedas ya chirriaban mucho. Su pequeño hijo Martín de apenas 7 añitos llegó a ofrecerse para ayudarle. En realidad era poco lo que podía aportar con sus tiernos músculos pero el papá lo involucró en la faena.
«Debajo de la carreta, Matías golpeaba con el martillo el eje intentando sacar la rueda…» Coche en Viena, Austria |
-Alcánzame el martillo, Hijo. Ayúdame a halar esto aquí. Levanta tú aquella palanca y tráemela. Acuña la rueda. Y Martín feliz con su trabajo.
La mamá los vio desde la ventana de la cocina y decidió llevarles un poco de limonada fresca.
-Mis dos hombres deben estar agotados, les dijo mientras servía un vaso para cada uno. Papá e hijo interrumpieron un tanto la labor y se acercaron para beber. Martín se sentía el niño más útil y laborioso de la comarca. Papá lo elogiaba ante mamita con mucho afecto.
-Mira como nos va quedando el trabajo, amorcito. Martín me ayudó a empatar la rueda. Falta cruzarle la cuña. Verás cómo va a quedar de bien todo.
Mamita miró con admiración a su pequeño hijo que apuraba muy serio y compenetrado su vaso de limonada mirando el trabajo mientras observaba como un experto que además habría que engrasar también el otro empate.
-Exacto, hijo, exacto. Respondió papá como si no hubiera percibido eso tan evidente.
Tras tomar la bebida volvieron los dos al trabajo con mucho juicio y aplicación hasta terminarlo. Martín ayudó a Don Matías a poner de nuevo las herramientas en el saco, para llevarlas al sitio donde se guardaban, sintiéndose muy satisfecho de haberle colaborado su buen padre.
Papá regresó llevando el hijito de la mano y pensando:
-Realmente así nos trata Dios. No nos necesita, pero nos involucra amorosamente en su trabajo para que nos sintamos bien y de alguna utilidad aunque Él es capaz de hacer todo solito y por su propia cuenta. Hoy aprendí una lección de su amor hacia nosotros con mi tierno y buen Martincito, que se siente el más útil y fuerte ayudante de la comarca.
A su lado el niño caminaba seguro de sí mismo y compenetrado, sintiendo su importancia.
Por Antonio Borda
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