Lima (Lunes, 28-03-2016, Gaudium Press) El Señor resucitado pide a sus fieles ser testigos, afirmó el Cardenal Juan Luis Cipriani, en la homilía del domingo de Pascua en la capital peruana. El Arzobispo primado del Perú afirmó que «desde el primer instante en los hechos de los apóstoles, a través del Espíritu Santo [el Señor] les dice a sus apóstoles, vayan y enseñen lo que han visto. (…) El testigo tiene dentro de su alma, de su pensamiento, de su corazón, tiene la seguridad, vio y creyó».
El testigo también atestigua al Señor resucitado con su propia vida, pues «los demás pueden decir: mira, este chico, esta mujer, cree y por qué te das cuenta, porque los ves alegres, porque perdonan, porque son generosos en ayudar a los demás, porque no huyen del dolor, son testigos y están haciendo lo que Jesús les enseño y lo que el espíritu santo nos va explicando a cada uno».
Adentrándose específicamente en el significado para el hombre de hoy de la Pascua de Resurrección, el Cardenal Cipriani afirmó que esta, la gran festividad de la Iglesia, responde abundantemente los más profundos interrogantes del hombre: «Justamente en el día de la Pascua de Resurrección nos damos cuenta de esa incertidumbre que todos tenemos: ¿Y que habrá después de la vida? ¿Y cómo será? ¿Y dónde estarán mis parientes que ya han muerto? ¿Y qué será de este enfermo y de esta otra persona? Uno tiene esas grandes preguntas. Hoy en la Pascua de Resurrección, todas esas preguntas tienen una respuesta: Jesucristo, resucitando me dice: ‘Voy a prepararte un lugar. Te invito a la eternidad’ «.
«Por eso uno va por esta vida trabajando, ofreciendo su esfuerzo, confesándose, enseñando, cansándose, sufriendo, pero va con un corazón sereno. Me espera la felicidad eterna, me espera la alegría eterna, me esperan tantos santos y santas en el cielo», continuó el purpurado.
La Pascua de Resurrección también trae esperanza en los momentos difíciles
Ante los momentos difíciles, la Pascua de Resurrección nos permite reportarnos a la alegría eterna en cielo, y a la felicidad que ya tendremos en esta vida, cuando transitamos los caminos del Señor. «A veces hay dudas, a veces hay un poco de oscuridad: «No entiendo cómo mi hijo… cómo mi hermano… cómo mi esposa… cómo mi abuela… cómo este enfermo… no entiendo ¿Por qué tanta mentira?, no entiendo». Y el señor te dice: «Mi reino no es de este mundo, si conmigo actuaron así, ¿por qué te sorprende que el Señor te diga: «Ayúdame, ofrece tu vida en la cruz», pero te adelanto, te espero en la alegría de la resurrección»».
«No hay para siempre, todo lo humano termina, todo: la vida, la salud, el trabajo, la familia, termina. Lo que no termina es lo que Dios, a través de su hijo, nos ha invitado: ‘Te invito a la felicidad eterna’ (…) El demonio existe, con cara, con nombre, con apellido y con modo de ser, personas endemoniadas, existen, pero hoy nuestra esperanza al contemplar a Jesús resucitado nos llena de alegría. El motivo de mi alegría es: ‘Soy hijo de Dios en Cristo’, Cristo me dice: ‘Ánimo, ven’ «.
Pero para alcanzar la felicidad eterna debemos emplear bien nuestra libertad. Tú tienes que portarte bien, tú tienes que rezar, tú tienes que ayudar a los demás, en tus manos está. Esa felicidad eterna es una oferta que está en tus manos, conquístala con tus obras, con tu humildad, con tu fe. Por eso le pedimos a nuestra Madre [la Virgen María]: Danos esa humildad, danos esa fe para estar convencidos de que vale la pena luchar por amor hasta el último instante».
Con información y foto de la Oficina de Comunicaciones del Arzobispado de Lima
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