Redacción (Martes, 29-03-2016, Gaudium Press) Invitemos a nuestros lectores a viajar hacia la India de mediados del siglo I de la era cristiana, donde de la mano del apóstol Santo Tomás, nacerá una de las Iglesias más antiguas de la Cristiandad.
Natural de Galilea, Santo Tomás era un simple pescador de las márgenes del amplio Lago de Genesareth, ejemplo del intrépido apóstol que desafía peligros, barreras culturales, lingüisticas, sociales y étnicas, no vacilando en vencer todo tipo de hostilidades, para evangelizar la tierra en el Nombre de Cristo.
Santuario Nacional de Santo Tomás, Tamil Nadu, India Foto: Gustavo Kralj |
Según narran las escrituras, era «llamado Dídimo» que significa gemelo. Sus palabras y sus obras, poderosas en gracia y en obras, lo tornarán conocido hasta el fin de los tiempos como el Apóstol de la India. La santidad y celo con que llevó a cabo su Misión evangelizadora fue tan pura que transformó indeleblemente los corazones y las vías de todos los que le conocieron; su acción fue tan profunda y persuasiva que influenció y echó raíces en todos los campos posibles de la vida humana. La realidad de esta experiencia perdura hasta nuestros días, reflejada indeleblemente en las tradiciones, rituales, santuarios y folklore de ambos lados de la península indiana.
La figura de Santo Tomas emerge ya en los primeros días de la Vida pública de Jesús, siendo llamado a formar parte de los Doce. Su intrépida figura aparece en el evangelio (Juan 11:1-16) instando a los otros discípulos a seguir al Maestro en su visita a Lázaro. Los episodios anteriores, indican que los fariseos habían intentado apedrear a Jesús y que una nueva visita a Betania podría acarrear serio peligro de muerte, dejando a los discípulos temerosos de arriesgar sus vidas en las cada vez más peligrosas circunstancias. «Maestro, ¿hace poco trataron de apedrearte, y todavía deseas regresar?»- le preguntaban. Tomando la palabra, Tomás, interviene decisivamente: «vamos también nosotros, para que muramos con él».
Hombre directo y muchas veces de franqueza sin rodeos, Tomás era un discípulo que no vacilaba en cuestionar al Maestro caso no entendiese algún punto de su Divina enseñanza. Sus intervenciones, sin embargo, provocaron formulaciones Divinas que se transformarían en pilares de la Doctrina Cristiana.
Así, durante la mismísima Última Cena, no vacila en preguntar: «Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?» provocando que el Divino Maestro se defina de manera cautivante: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.»
De temperamento fogoso, el apóstol se caracterizaba por la manera fiel, generosa y valiente con la que seguía al Hombre-Dios aunque todavía sin estar exento de las humanas fragilidades: sin más, desaparece de la escena, huyendo como los otros apóstoles, en el crucial momento del arresto, juicio y crucifixión de Jesús…
Un evento, sin embargo, inaudito e increíble, transformaría completamente su imperfecta visión del Mesías: la resurrección retumbante del Maestro y su aparición a los discípulos que, temerosos, se encontraban a puertas cerradas por miedo a los Fariseos.
El Apóstol Tomás toca las heridas de Jesús resurrecto Santuario Nacional de Santo Tomás, Tamil Nadu, India Foto: Gustavo Kralj |
De carácter impetuoso, el apóstol que no estaba presente durante la primera aparición del Señor resucitado, se niega terminantemente a creer en ninguno de los relatos que oye «a menos que vea las marcas de los clavos en sus Manos y que coloque mi dedo en su Costado, no creeré…».
No pasaron muchos días sin que el Señor apareciese nuevamente a sus discípulos, de esta vez en la presencia del futuro Apóstol de la India. El Maestro, entonces, le pide que introduzca su dedo en las Divinas Llagas: «Tomás, -le increpa- cesa de dudar y cree.» Cayendo de rodillas, tras colocar su dedo índice en la Sacratísima herida del Costado del Señor, el incrédulo discípulo, exclama en adoración: «Señor mío y Dios mío…»
Ciertos espíritus puntillosos que todo lo clasifican en compartimientos a su medida, apuntan en la actitud de Tomás una falta de Fe que merecería la censura del Divino Maestro. Sin embargo, interviene nada menos que Santo Tomas de Aquino, afirmando que la fe de decenas de millones de almas en el futuro, penderá de ese dedo de Santo Tomás, que se transforma en prueba irrefutable de la resurrección de Cristo crucificado.
En todo caso, el mismo Señor toma la iniciativa y pone un sello definitivo a la cuestión: «Tomás, tú crees porque viste…Bienaventurados los que no vieron y creyeron…» Jn 20:28-29
«Id por todo el mundo y predicad el Evangelio…»
Días después, el Divino Maestro indica a sus discípulos la forma con la que serán sus testigos en toda la faz de la Tierra: «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, se salvará; mas el que no creyere, se condenará. A los que creyeren les acompañarán estas señales: en mi nombre echarán los demonios, hablarán lenguas nuevas, tomarán en sus manos serpientes, y, si bebieren ponzoña, no les dañará; pondrán las manos sobre los enfermos, y estos recobrarán la salud…» Marcos 16: 15-18
Siguiendo las precisas indicaciones del Señor, los apóstoles decidieron dispersarse por todos los cuadrantes del mundo conocido. Habiendo echado suertes, narra la tradición que a Tomás le fue asignada la península de la India como campo de su evangelización y que, en un principio, santo Tomas se mostraba reticente en emprender tal aventura: ‘Por debilidad física no puedo viajar, y además cómo puedo yo, un hebreo, ir y predicar a esas gentes?» Mientras consideraba semejantes obstáculos, el Señor le aparece de noche y le dice: «No temas, Tomás, vé a la India y predica la Palabra, pues mi Gracia estará contigo…»
Por aquellos días, ocurrió que un mercader de nombre Habban, había sido enviado a Jerusalén por un rey del Sur de la India, llamado Gondofares, con órdenes de adquirir los servicios de un arquitecto y llevarlo de regreso para construir uno de sus nuevos palacios. El apóstol, entonces, en llamas con el fuego del Divino Espíritu Santo, se aprestó a partir con Habban, para cumplir los deseos de Gondofares, el rey terrestre, pero sobre todo los deseos de Cristo, el Rey Celeste, que lo enviaba, a evangelizar en su Nombre.
Partieron los Apóstoles a sus destinos, y Tomás se puso en ruta hacia la India. Desde entonces, y por los siglos venideros, el mundo ya no sería el mismo…
Lo que ocurrió con Santo Tomás, lo veremos en nuestro próximo episodio, donde el rey Gondofares es sorprendido por los dotes de un arquitecto que es capaz de construir palacios no solo en la tierra sino en los cielos…
Por Gustavo Kralj
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