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Descendió fuego del cielo…

Redacción (Viernes, 01-04-2016, Gaudium Press) Habiendo transcurrido tres años y medio de sequía en Israel, Dios ordenó a Elías que saliese de la casa de la viuda de Sarepta y se presentase a Acab, en Samaria.

¿Hasta cuándo claudicareis entre el bien y el mal?

El impío Acab, avisado de que el Profeta se aproximaba, fue a su encuentro y al verlo indagó: «¿Por ventura eres tú quien arruinas Israel? Elías respondió: ‘No soy yo quien arruinó Israel, sino tú y la casa de tu padre, por haber abandonado los mandamientos del Señor y seguido los ídolos de Baal» (I Rs18, 17-18).

En seguida, Elías mandó que Acab convocase al pueblo de Israel para ir al Monte Carmelo, juntamente con 850 falsos profetas, de los cuales 450 eran de Baal y los restantes de otro ídolo, mantenidos por Jezabel.

¡Causa admiración el hecho de Elías enfrentar, sin armas y sin defensores, al tirano de Israel, los falsos profetas y el pueblo idólatra!
Estando reunidos en el Monte Carmelo -situado a las márgenes del Mar Mediterráneo-, Acab, los 450 falsos profetas de Baal y el pueblo, Elías invectivó a este último: «¿Hasta cuándo andaréis de un lado y de otro? Si el Señor es el verdadero Dios, seguidlo; pero, si es Baal, seguidlo a él» (I Rs 18, 21). El pueblo se quedó callado.

Vemos como Elías era un varón íntegro, que no admitía la actitud de aquellos que claudican entre el bien y el mal.

Y agregó: «Yo soy el único profeta del Señor que resta, al paso que los profetas de Baal son 450. Que nos den dos novillos. Ellos escojan un novillo y, después de cortarlo en pedazos, lo coloquen sobre la leña, sin poner fuego abajo. Yo prepararé después el otro novillo y lo colocaré sobre la leña, y tampoco le pondré fuego. En seguida, invocaréis el nombre de vuestro dios y yo invocaré el nombre del Señor. El dios que oiga, enviando fuego, este es el Dios verdadero» (I Rs 18, 22-24).

Dios se ríe del hombre impío

Al pueblo le gustó la propuesta y Elías ordenó que los profetas de Baal comenzasen por la mañana. Ellos tomaron un novillo, lo prepararon, iniciaron sus invocaciones y danzaban alrededor del altar que habían levantado; danzas «probablemente impúdicas, pues Baal era el dios de la inmoralidad y de la inmundicia».

«Al mediodía, Elías se burló de ellos, diciendo: ‘Gritad más alto, pues siendo dios, puede estar ocupado. Por ventura se ausentó o está de viaje; o tal vez esté durmiendo y sea preciso despertarlo.’ Entonces ellos gritaban aún más fuerte y se herían, según su costumbre, con espadas y lanzas, hasta la sangre escurrir.» (I Rs 18, 27).

La actitud de Elías, burlándose de los falsos profetas, se suma a la del propio Dios, que «Se ríe del impío, pues sabe que está llegando su día» (Sl 37, 13). El Profeta creía firmemente que se aproximaba el final de los falsos profetas de Baal…

Atardeciendo, Elías tomó doce piedras, simbolizando las tribus de Israel, y con ellas reedificó el altar de Dios que había sido demolido, y en torno del mismo hizo una luz. Encima del altar colocó leña y sobre esta un novillo que él esfolara. Ordenó que derramasen agua sobre las carnes del novillo y la leña; mandó que eso fuese repetido por dos veces más, de modo que «el agua corrió en vuelta del altar y el rego quedó completamente lleno» (I Rs 18, 35).

La majestad de Elías

Después, el Profeta rezó pidiendo a Dios que lanzase el fuego y convirtiese al pueblo. «¡Consideremos la majestad de la hora de la invocación de Elías! Hombre venerable, ya con la barba blanca, probablemente con una túnica alba que le iba hasta los pies, él reza al Señor, pidiendo que al final viniese el fuego del cielo para probar que Él es el verdadero Dios.»

«Entonces cayó el fuego del Señor, que devoró el holocausto, la leña, las piedras y el polvo, y secó el agua que estaba en la zanja» (I Rs 18, 38). «Podemos imaginar un fuego lindísimo con llamas entre azul y rojo, que descendía del cielo y penetraban en la carne de aquel buey […]; a medida que el fuego descendía, Elías se tornaba más majestuoso y grandioso…»

Viendo tan grande maravilla, el pueblo se prosternó con el rostro en tierra, exclamando que Elías estaba con el verdadero Dios.
Pero el Profeta luego ordenó: «¡Prended a los profetas de Baal y que ninguno de ellos escape! Ellos los prendieron, y Elías los llevó al torrente de Quison, donde los mató» (I Rs 18, 40). La acción del Profeta de Dios era expresamente exigida por la Ley (cf. Dt 13, 13-16).

La nubecita prefigura Nuestra Señora

A fin de pedir a Dios que cesase la sequía, Elías, acompañado de su siervo, subió hasta la cumbre del Monte Carmelo, se sentó sobre una piedra, colocó el rostro entre las rodillas, rezó y dijo al criado que subiese un poco más y observase en dirección al mar. El servidor observó y declaró que no había nada. El Profeta mandó que él volviese a mirar por seis veces más. En la séptima vez, el criado afirmó:

«Es que sube del mar una nube, pequeña como la mano de un hombre» (I Rs 18, 44).

Entonces Elías mandó a su siervo decir a Acab que volviese deprisa a su casa para que la lluvia no lo detuviese. El rey subió en su coche y fue a Jezrael. Pero Elías «corrió adelante de Acab hasta la entrada de Jezrael» (I Rs 18, 46), ciudad en la cual el rey poseía su palacio (cf. I Rs 21, 1). Y llovió torrencialmente…

«Según una larga tradición en la Iglesia, aquella ‘nubecita’, anunciadora de la lluvia, prefiguraba la Santísima Virgen. En el Nuevo Testamento, Ella haría ‘llover sobre la humanidad’ el Redentor, y, después, las gracias obtenidas por su intercesión. El profeta Elías es considerado su primer devoto.»

Por Paulo Francisco Martos
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1 – CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Santo Elias, Profeta. In Revista Dr. Plinio, São Paulo, n. 148, julho 2010, p. 13.

2 – Idem, ibidem, p. 13-14.

3 – Idem, ibidem, p. 14.

 

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