sábado, 23 de noviembre de 2024
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A los 17 años ‘peleó’ con Dios; hoy es un ginecólogo pro vida

Milán (Martes, 05-04-2016, Gaudium Press) Como muchos de sus contemporáneos, había nacido en una familia católica y de ella había heredado la fe. Pero a los 17 años, «peleó» con Dios. Se volvió médico abortista. Es la historia del ginecólogo Piero Rossi, hoy médico pro vida.

«La confusión no hacía nada más que crecer: cada vez me hundía más, cometiendo pecados cada vez más graves; evitaba la droga sólo porque soy un timorato», decía el Dr. Rossi de esos años mozos. Se había «enemistado» con el Señor a causa de la muerte por neumonía de un coetáneo de la que «acusé a Dios. Empecé peleándome con mi padre para que quitara el crucifijo de la habitación, y llegué a odiar y juzgar a los sacerdotes, a los religiosos y a la propia Iglesia».

En 1984 Rossi se había licenciado: «Me creía el dios de mi vida. Era un gran pecador que, entre otras cosas, practicaba las llamadas ‘interrupciones de embarazo’ «. Entretanto, cuando su novia queda embarazada, entre los dos escogen la vida del niño y se casan en el Ayuntamiento. «No hubiera tomado otra decisión, pero estaba convencido de que cada uno era libre de hacer lo que quería».

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Juan Pablo II llega a Tor Vergata, para la JMJ 2000

El Dr. Rossi seguía a pie juntillas la ley italiana 194, y era uno de los médicos aborteros de la clínica Mangiagalli de Milán: «Intentaba evitar los abortos, pero si la mujer no cambiaba de idea seguía adelante, si bien desde el punto de vista psicológico era duro y me sentía mal cuando los realizaba». El malestar era la voz de Dios hablando a su corazón.

Esas jornadas en que practicaba abortos eran de tristeza: «No eran para nada unos días felices, aunque no acababa de entender por qué me sentía mal». El médico definía su estado como «diabólico: me hacía creer que ser objetor de conciencia significaba abandonar a las mujeres».

Pero un día escuchó el llamado de Juan Pablo II a los jóvenes, reunidos en Tor Vergata, en la Jornada Mundial de la Juventud: «Vosotros defenderéis la vida en cada momento de su desarrollo terreno, os esforzaréis con toda vuestra energía para que esta tierra sea cada vez más habitable para todos. Queridos jóvenes del siglo que comienza, diciendo «sí» a Cristo, vosotros decís que «sí» a vuestro ideal más noble. Rezo para que Él reine en vuestros corazones y en la humanidad del nuevo siglo y milenio. No tengáis miedo de confiar en Él. Él os guiará, os dará la fuerza para seguirlo cada día y en cada situación».

«A partir de ese momento mi vida cambió totalmente», constata.

Primera confesión

Quiso confesarse, y así lo hizo, en Loreto, pero su camino de regreso a la casa paterna no era tan fácil como preveía. Por causa de su actividad abortista, y por no estar casado por la Iglesia, no obtiene entonces la absolución sacramental. «Salí del confesionario humillado, pero no me alejé. Creo que tenía que ir así. Todo lo hacía el Señor».

Una paciente suya, ante la que manifestó su malestar de espíritu, lo conduce al Camino Neocatecumenal, «donde me dijeron que Jesús nos ama en la miseria en la que estamos y que no tenía que hacer nada, sólo dejarme amar por Él».

Después de un año de camino en la Iglesia, Rossi entiende que no puede seguir apoyando el aborto, en ningún sentido. «Fui a ver al que era entonces el director de la clínica ginecológica, Giorgio Pardi, y le dije que ya no haría más abortos. Se quedó muy sorprendido y me dijo que aunque no entendía el porqué, estaba contento porque me veía sereno».

Esa nueva actitud fue también una «provocación» para sus compañeros. El cambio no fue del todo repentino: «Dejé la actividad directa, pero seguí formando parte de la orientación en el ambulatorio. Pero un par de años más tarde también los interrumpí, porque entendí que no podía aceptar compromisos con el mal». Dios fue paciente con el cambio de su mentalidad.

Firmes convicciones

Ahora Rossi expresa sus firmes convicciones: «A la mujer no la ayudas privándola del don que se le hace, sino ayudándola a acogerlo. Cualquier otro camino es destructivo tanto para el niño como para la madre, por lo que intento que entiendan que la angustia que sienten está inducida por la situación y las presiones externas. Y las dirigo hacia quienes pueden ayudarlas, ofreciéndoles también mi apoyo». Maduradas sus posiciones decide casarse por la Iglesia con su mujer, de quien ya tiene tres hijos.

Su vida continúa, sigue «siendo un pobrecillo como antes. La diferencia es que ahora reconozco la presencia del Señor en mis jornadas y reconozco también mi pecado. Me siento como el hijo pródigo, al que el padre acoge con una fiesta. Mientras que la comunidad en la que me ha metido es una ayuda porque veo en mis hermanos al Señor presente, que me convierte continuamente».

Hoy reconoce que su conversión, que comienza en un instante, cuando abre el corazón a unas palabras sabias, tenía detrás oración: «Descubrí que en esos años en los que practicaba abortos había quien rezaba por mí: estaba lejos de Dios y Él vino a cogerme. Y me ha traído hasta aquí. Después no he tenido que hacer nada, sólo dejarme salvar. No merecía todo esto, no merezco ser cristiano». De hecho, aunque el dolor del pecado y «de los tantísimos abortos que he practicado es grande, ahora tengo su amor».

Con información de ReligionenLibertad

 

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