Redacción (Martes, 05-04-2016, Gaudium Press) En una madrugada fría, del riguroso invierno de la lejana Rusia, mientras subía la pendiente de la montaña principal de la región del Tykrapshol, el tren de Marie se desvió de su ruta normal y atrasó el horario de su llegada, dejando a muchos en gran aflicción. ¿Qué podría haber ocurrido?
– Yo creo y puedo dar mi testimonio. ¡Fue un milagro! ¡Un milagro! – exclamaba el chofer del tren al ser interrogado por sus superiores.
¿Cuál motivo lo hizo parar en medio del recorrido? Todos estaban sorprendidos y querían saber qué había ocurrido, pero el chofer no paraba de repetir la frase de arriba.
¿Qué «milagro» sería ese? ¿Y qué «testimonio» él podría dar?
Al seguir por las trillas, en una considerada velocidad, el maquinista, Jorge Krash, vio delante del tren una gran sombra que ofuscaba el farol izquierdo, pareciendo hacer señal para disminuir la velocidad y parar la máquina. El señor Krash juzgó que estaba teniendo alguna falsa impresión y que las altas horas de la noche estaban influyendo y despertando su imaginación. Prosiguió el recorrido como si nada hubiese acontecido.
Minutos después, la misma sombra apareció nuevamente, haciendo señales todavía más rápidas. Eso se repitió por tres veces más. No pudiendo más contenerse, vio que no podría ser apenas imaginación y comenzó a disminuir la marcha hasta el tren parar. Todos los pasajeros, asustados con la repentina parada, corrieron a las ventanas para ver lo que había pasado. Para su sorpresa constató que la «gran sombra» era producida por las frágiles alas de una mariposa…
Después de certificarse que era solo eso lo que estaba sucediendo, el chofer subió nuevamente al vagón para recomenzar el camino. Mientras accionaba los botones de partida, uno de los pasajeros dio un fuerte grito:
– ¡Alto! ¡No avance, sino morimos todos!
Ese pasajero pudo de su ventana avistar una gran piedra que se había desprendido de la montaña y obstruía el pasaje por las trillas. En ese momento, todos comprendieron que aquella repentina parada había sido una intervención de la Divina Providencia. Si el tren hubiese continuado con la velocidad anterior, habría chocado fuertemente contra la piedra, ocasionando un grave accidente, una explosión y, consecuentemente, la muerte de todos los pasajeros.
El señor Krash, convencido de la protección de su ángel de la guarda, el cual siempre invocaba antes de sus viajes, confirmó que el motivo que lo hiciera parar había sido la sombra de una mariposa puesta allí para salvarlos.
Esa es una bella historia que, aunque ilustrada, puede explicar varios hechos de nuestro día a día.
La acción angélica
Muchas veces, cuando algún presentimiento o una fuerte tentación perturban nuestro interior, luego concluimos: «¡Cosa del demonio!». Entretanto, cuando tenemos una buena inspiración, practicamos una bella acción o sentimos una fuerte inclinación a practicar la virtud, juzgamos que eso viene de nosotros mismos y nos olvidamos de los grandes guardianes que Dios nos concedió con la misión de guiarnos desde el momento de nuestra concepción hasta la Vida Eterna. En la Epístola a los Hebreos, encontramos que todos los ángeles son espíritus al servicio de Dios, el cual les confía misiones en favor de los herederos de la salvación eterna (cf. Hb 1,14).
A lo largo de la Historia, podemos comprobar cómo la Divina Providencia quiere la salvación de cada uno de los hombres y cómo Ella actúa para comunicar y realizar su plan para la humanidad. Por eso, Dios se vale de criaturas como instrumento y envía sus Ángeles que, como mensajeros celestes, ejecutan su voluntad y se relacionan con los hombres. Como dice San Juan de la Cruz: «Los ángeles, además de llevar a Dios noticias de nosotros, traen los auxilios divinos para nuestras almas y las apacientan como buenos pastores […] amparándonos y defendiéndonos de los lobos, los demonios».1
Mosaico de la Anunciación, Santa María in Trastevere, Roma |
Los seres angélicos son puros espíritus dotados de personalidad, de inteligencia y de voluntad, de poder superior a los de los hombres y que sirven a Dios de un modo más próximo y estable. El Catecismo nos enseña que «Jesús anuncia en términos graves que ‘enviará sus ángeles, y ellos erradicarán de su Reino todos los escándalos y los que practican la iniquidad, y los lanzarán a la hoguera ardiente’ (Mt 13, 4 1-42) de punición de los condenados, la cual es eterna y durará para siempre» (CCE 1034). Siendo esas criaturas más perfectas – lo espiritual es mayor que lo material – la Providencia creó esos seres en mayor cantidad que los hombres y que toda y cualquier criatura material: «Millares de millares lo servían y centenas de millares asistían ante su trono» (Dn 7,10).
Así, los Ángeles -más especialmente nuestro Ángel de la Guarda- están siempre a nuestro lado y, como que, nos miran del Cielo aguardando que busquemos el auxilio de ellos y los convoquemos para estar entre nosotros. Sepamos, pues, recurrir a esos intercesores celestes en esta gran batalla del hombre que es la de esta Tierra, hasta llegar un día, por la misericordia Divina y la intercesión de María Santísima con su Corte Angélica, a la Vida Eterna.
Por la Hna. Mariella Antunes, EP
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1 SAN JUAN DE LA CRUZ. In: Revista Arautos do Evangelho, n. 58, p. 35.
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