Redacción (Miércoles, 06-04-2016, Gaudium Press) En los suburbios de Madrás, hoy llamada Chennai, se eleva uno de los santuarios más significativos de la India y de la Cristiandad.
Se trata de la Basílica de Santhomé, erigida para custodiar la tumba del Apóstol de la India. Cabe destacar que sólo existen en el mundo tres basílicas que comparten el común privilegio de albergar la tumba de uno de los primeros Doce apóstoles de Jesucristo: La Basílica de San Pedro en Roma, la de Santiago de Compostela en la península Ibérica y Santhomé de Mylapore, en el corazón de la Antigua Madras, hoy conocida por Chennai.
Tumba de Santo Tomás. Lugar de la ubicación original, Chennai – Madrás, India Foto: Gustavo Kralj / Gaudium Press |
Fue aquí que en artículo anterior dejamos a Vijahan, el hijo del Raja de Mylapore, en su lecho de muerte atacado por una enfermedad mortal. La vida del príncipe heredero se extingue inexorablemente, en manos de una misteriosa enfermedad que ningún médico consigue dominar. En esos momentos, su padre, Mehadevan decide buscar la salvación en aquél que había prometido refugio y amparo a todos los que, en nombre de Jesús, rezasen frente a su tumba. El Rajá decide tomar al príncipe moribundo y colocarlo ante los restos del Apóstol Santo Tomás. Y, milagro: ¡Ante la apertura de la tumba, el joven es curado! La preciosa narración del milagro perdura hasta nuestros días en la obra ‘De Miraculis Sanctae Thomae’, de la pluma del célebre San Gregorio de Tours.
A lo largo de la historia, la Tumba del apóstol Santo Tomás, habría de ser abierta apenas en otras tres ocasiones: entre 1222 y 1225, cuando las reliquias del apóstol fueron enviadas a Ortona, en Italia; en 1523 con motivo de la reconstrucción emprendida por el reino de Portugal; y en 1729, ocasión en que una luz celestial emanaba de la misma.
En nuestros días, la Basílica es la meta de peregrinaciones diarias venidas de todas las partes de la India y del Mundo, atraídas por la presencia dominante del Santo, quien concede gracias y milagros a todos los que se lo piden con fe y devoción sinceras.
Ya en el Siglo VI, los viajantes europeos dejaban constatada la existencia del imponente Santuario, confirmada por escritos de peregrinos Ingleses enviados por el Rey Alfred, en 883. Además, el renombrado explorador y mercader veneciano Marco Polo hace referencia al Santuario en sus crónicas de 1292 y lo mismo se repite con viajeros ilustres y legados Papales de los siglos XII y XIV.
Destruida por las turbulencias de los siglos posteriores, la basílica fue reconstruida por los portugueses en el siglo XVI. El presente solar, dio lugar a una espléndida construcción neogótica de mediados del siglo XIX, siendo elevada a la categoría de Basílica Menor en 1956.
Imagen de Santo Tomás, Santuario del Monte de Santo Tomás, Chennai – Madrás, India Foto: Gustavo Kralj /Gaudium Press |
El actual solar alberga espléndidos vitrales así como la reliquia de la lanza del Martirio de Santo Tomás.
En el altar lateral puede venerarse una bellísima imagen de María, Madre de Dios, bajo la advocación de ‘Mylai Matha’, que en tamil significa ‘Nuestra Señora de Mylapore’. Fue ante esta imagen, que el incansable San Francisco Javier pasó muchísimas noches en oración durante los 4 meses que se detuvo en Madrás. Una placa a los pies de la imagen indica que el santo misionero buscaba protección a los pies de María, para librarse de las insidias de un demonio que le atormentaba con visiones horribles para disuadirlo e impedirle de partir hacia el lejano Oriente.
Inesperadamente para el visitante, confluyen aquí en la basílica como un bello y armonioso arco gótico, las figuras de los dos grandes misioneros de la península indiana: Santo Tomás y San Francisco Javier. Ambos escribieron páginas de oro en el Libro de la Vida, imprimiendo con sus milagros y con la santidad de sus obras las vidas de millones de almas que habrían de venir en los siglos futuros. Ambos, con sus perfiles de gigante, habrían de marcar indeleblemente la historia de la Salvación. Ambos, misioneros legendarios, habrían de dejar una profundísima impronta en la legendaria India: una tierra de luces y de sombras, de colores fabulosos y de fascinantes escenarios, donde la vida y la muerte danzan misteriosamente en el diario vaivén de la existencia cotidiana, para siempre nueva, y para siempre cambiante. Pues, como narran las crónicas en tonos de epopeya, ‘partieron los Misioneros a evangelizar los pueblos, y desde ese momento, el mundo ya no sería el mismo….»
Por Gustavo Kralj
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