Papa habla del Buen Pastor y de la correcta respuesta de sus ovejas

Ciudad del Vaticano (Lunes, 18-04-2016, Gaudium Press) Ayer, y en una soleada Plaza de San Pedro con miles de fieles y peregrinos, el Papa Francisco comentó la parábola del Buen Pastor, y habló de la correcta respuesta del fiel para ser una «oveja» del rebaño de Jesús.

«Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos», reza el capítulo 10 del Evangelio de San Juan (v. 27-28). «Estas palabras -comenta el Pontífice- nos ayudan a comprender que nadie puede llamarse seguidor de Jesús, si no escucha su voz. Y este ‘escuchar’ no debe ser entendido en manera superficial, sino cautivante, al punto de hacer posible un verdadero conocimiento reciproco, del cual puede nacer una serie generosa, expresada en las palabras ‘y ellas me siguen’ (v. 27). ¡Se trata de una escucha no sólo del oído sino de una escucha del corazón!».

Es estrecha la relación que Dios quiere establecer con nosotros. Por lo demás, la nuestra vida alcanza su «éxito» cuando se une a Jesús.

«Nuestra vida es plenamente segura en las manos de Jesús y del Padre, que son una sola cosa: un único amor, una única misericordia, revelados para siempre en el sacrificio de la cruz. Para salvar las ovejas perdidas que somos todos nosotros, el Pastor se hizo cordero y se dejó inmolar para tomas sobre él y sacar el pecado del mundo. ¡En este modo Él nos ha donado la vida, pero la vida en abundancia! (cfr Jn 10,10)».

Esa relación con el Señor, de alguna manera nos hace participar de su invencibilidad.

«¡El amor de Jesús es invencible! El maligno, el gran enemigo de Dios y de sus criaturas, prueba arrancarnos la vida eterna en muchos modos. Pero el maligno no puede nada si no somos nosotros a abrirle las puertas de nuestra alma, siguiendo sus adulaciones engañadoras».

«La Virgen María ha escuchado y seguido dócilmente la voz del Buen Pastor. Que ella nos ayude a recibir con alegría la invitación de Jesús a transformarnos en sus discípulos, y a vivir siempre en la certeza de ser en las manos paternas de Dios», concluyó el Pontífice.