Redacción (Miércoles, 20-04-2016, Gaudium Press) Engarzada como una noble y gentil joya entre la accidentada geografía local, la milenaria Cefalú adorna con su gracia la esplendorosa costa siciliana.
Cefalú, Italia – Foto: Gustavo Kralj / Gaudium Press |
Su nombre, derivado del griego antiguo, Κεφαλοδιον – Kephaloídion, ensalza la presencia del inmenso promontorio de roca Κεφαλ
que domina el estupendo panorama y que parece amparar con benevolencia la atractiva y característica aldea que se alza a los pies de su presencia protectora.
Desde los albores de los tiempos, -ya los cartagineses se referían a ella en 396 a. C., – griegos, bizantinos y normandos dejaron impresos en Cefalú los indelebles razgos de su presencia. Pero fueron precisamente los normandos que nos legaron una extraordinaria obra maestra de piedad y devoción, en la imponente arquitectonía de la Catedral, famosa por su inmenso Cristo Pantocrator, en sí uno de los mosaicos más sobresalientes del mundo, tanto por sus dimensiones como por la factura de sus trazos.
Enfrentando las tormentas de la Historia y las tempestades y los vientos de la mar, Cefalú perdura hasta nuestros días como la amable presencia de una centellante perla dispuesta con maestría entre las más bellas joyas del Mar Tirreno.
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Rocas, tormentas, cielo y mar son poderosos elementos materiales, plenos de alegorías y de significado, que también nos hablan de realidades espirituales que iluminan el firmamento de la Fe.
En efecto, el propio Señor al crear esas realidades pensó también en usar su simbolismo a lo largo del Evangelio, y al establecer su Iglesia. «Pedro -afirma Jesús- tú eres Piedra (Roca) y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Y las puertas del Infierno no prevalecerán contra Ella.» (Mt 16:18)
Más allá, ante la tormenta bravía del impredecible Mar de Galilea, el Salvador sorprende a sus discípulos dominando los vientos y las aguas con una sola palabra, haciéndoles exclamar: «Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?» (Mc 4:41)
Cuántas veces, estimado lector, en nuestra propia vida cotidiana, no debemos enfrentar las tormentas, los vientos y las olas de mares amenazadores, terribles y tormentosos, que parecen descargarse sobre nosotros en forma de riesgos, situaciones difíciles y contratiempos inesperados? Es exactamente en esos momentos, que debemos mantener la mirada firme en Nuestro Señor Jesucristo, Verdadera Roca de Salvación que ‘…nos libera de la ley del Pecado y de la muerte’. (Rom 8:1)
Si así lo hacemos, nuestra propia alma, se transformará en una imagen fidedigna de la Verdadera Roca que es el Salvador. Pues nada es imposible para las almas que fortalecidas por la Gracia, saben enfrentar con fuerza y valentía las tempestades y los vientos de mil océanos, en ruta hacia la eternidad y hacia el Cielo. Como los apóstoles llevados por el viento de la Gracia. Como esa Roca firme que es la Iglesia.
O quizás, como Cefalú: simplemente entre el Cielo y el Mar.
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Por Gustavo Kralj
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