Jerusalén (Martes, 26-04-2016, Gaudium Press) La historia del P. Abuna Nirwan, sacerdote franciscano, bien merece más de unas líneas. Por lo que tiene de reflejo de la maternidad de la Iglesia, por sus facetas de «aventura», y por cierto hecho milagroso que aquí narraremos.
El P. Nirwan es de origen iraquí, y fue antes de que iniciara su camino en la orden franciscana que él se hizo médico, artes estas que también han sido benéficas en su ministerio sacerdotal.
Fue él destinado a Tierra Santa en el 2005, a la atención ministerial de las Hermanas Dominicas del Rosario, fundadas por Santa María Alphonsine Dani Ghattas, una palestina canonizada en 2015. En el año 2009 Benedicto XVI aprobó el milagro para la beatificación de esta religiosa y se procedió a la exhumación de su cuerpo, que estuvo a cargo del P. Nirwan, quien también realizó el debido informe. Con suma devoción que el sacerdote franciscano realizó esta labor, entre otras razones por los dramáticos sucesos que había vivido dos años antes, y que son relatados por el P. Santiago Quemada.
P. Abuna Nirwan – Foto: unsacerdotenetierrasanta.blogspot.com |
En julio del 2007 el P. Nirwan fue a visitar a su familia en Irak, y para ello contrató un taxi.
«En aquellos momentos no había posibilidad de ir en avión a ver a mi familia -narró el P. Nirwan durante una homilía. Estaba prohibido. El medio de transporte era el automóvil. El plan era llegar a Bagdad y desde allí ir a Mosul, donde vivían mis padres. El chófer tenía miedo por la situación que se vivía en Irak. Nos pidió una familia -padre y madre con una niña de dos años- si podían viajar con nosotros. El taxista me dijo que se lo habían preguntado y no puse ningún reparo. (…). Les dijo que había sitio en el coche y podían ir con ellos. Paramos en una gasolinera, y otro hombre joven, musulmán, nos pidió ir a Mosul. Como había sitio también fue aceptado. La frontera entre Jordania e Irak no se abre hasta que no amanece la mañana. Cuando salió el sol se abrió la barrera y unos cincuenta o sesenta coches salieron en fila avanzando lentamente todos juntos».
Un retén sospechoso
«Seguimos con determinación el viaje. Después de más de una hora de coche llegamos a un lugar donde había una inspección. Preparamos los pasaportes. Nos detuvimos. El chófer dijo: ‘Tengo miedo de ese grupo'». Ese era antes un retén militar, pero un grupo yihadista había asesinado a los militares y se había hecho con el control del lugar. «Cuando llegamos nos pidieron los pasaportes, y no nos hicieron bajar del coche. Se llevaron los pasaportes a la oficina. Volvió la persona, se dirigió a mí y me dijo: ‘Padre, vamos a seguir con la investigación. Pueden dirigirse hasta la oficina que hay más allá. Después ya es desierto’. ‘Muy bien’, respondí, ‘si tenemos que ir, iremos’. Caminamos un cuarto de hora hasta llegar a la cabaña que nos indicaban».
«Cuando llegamos a la cabaña salieron dos hombres con la cara cubierta. Uno llevaba una cámara en una mano y un cuchillo en la otra», recuerda el franciscano. «Se acercaron a donde estábamos y uno de ellos me preguntó: ‘Padre, ¿de dónde viene?’ Dije que de Jordania. Después le preguntó al chofer. Luego fue al chico joven que venía con nosotros, le agarró por detrás con los brazos y lo mató con el cuchillo. Me ataron las manos a la espalda. Después me dijo: ‘Padre, estamos grabando esto para Al Yazira. ¿Quiere decir algunas palabras? Por favor, no más de un minuto’. Yo dije: ‘No, solo quiero rezar’. Me dejaron un minuto para rezar».
Santa María Alphonsine Dani |
«Después me empujó desde el hombro hacia abajo hasta que me arrodillé, y dijo: ‘Tú eres clérigo, y está prohibido que tu sangre caiga al suelo porque sería un sacrilegio’. Así que fue a coger un cubo, y volvió con él para degollarme. No sé qué recé en ese momento. Sentí mucho miedo, y le dije a María Alphonsine: ‘No debe ser por casualidad que te lleve conmigo. Si es menester que el Señor me lleve joven estoy listo, pero si no, te pido que nadie más muera'». Las Hermanas Dominicas del Rosario habían obsequiado al P. Nirwan una reliquia de su fundadora, además de un rosario que ella utilizaba. Esos objetos hacían sentir fuertemente al sacerdote la presencia de la religiosa en ese trance fatal.
Una fuerza misteriosa impide el asesinato
El yihadista «cogió mi cabeza con su mano, me sujetó el hombro con fuerza, y levantó el cuchillo. Unos momentos de silencio, y de repente dijo: ‘¿Quién eres tú?’ Yo contesté: ‘Un monje’. Y contestó: ‘¿Y por qué no puedo bajar el cuchillo? ¿Quién eres?’ Y ya, sin dejarme contestar, me dijo: ‘Padre, tú y todos volved al coche’. Nos fuimos hasta el donde estaba el vehículo». Una fuerza «misteriosa» había salvado la vida del sacerdote.
«Desde ese momento he dejado de tener miedo a la muerte. Sé que algún día moriré, pero ahora tengo más claro que será solo cuando Dios quiera. Desde entonces no tengo miedo a nada ni a nadie. Lo que me suceda será porque es voluntad de Dios, y Él me dará la fuerza para acoger su Cruz. Lo importante es tener fe. Dios cuida a los que creen en Él», concluye el P. Nirwan.
Gaudium Press / S.C.
Con información de ReligionenLibertad
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