Río de Janeiro (Martes, 26-04-2016, Gaudium Press) La Fiesta de San Jorge fue celebrada el sábado 23 de abril. El «santo guerrero», un gran defensor y testigo de la Fe cristiana, fue descrito en el más reciente artículo escrito por el Cardenal Arzobispo Orani João Tempesta, Arzobispod e Río de Janeiro, en el cual invitó a los fieles a pedir «que San Jorge nos enseñe a dialogar permanentemente en la defensa de nuestra Fe y en la construcción de la paz».
De San Jorge, uno de los santos a lo que más acude la población carioca y de todo el Brasil, hay pocas informaciones. Entretanto, según Mons. Orani, «el cariño de sus devotos agregó elogios en su vida, dando algunas características de aquello que el corazón habla y admira, aunque no siempre corresponda a hechos históricos».
Jorge de Anecii, hijo de padres cristianos, vivió en el siglo III, época en que Diocleciano era el emperador de Roma. Nacido en la antigua Capadocia, que actualmente pertenece a Turquía, se convirtió aún de niño al cristianismo, y luego, «pasó a temer a Dios y a creer en Jesús como su único y suficiente salvador personal».
Cuando su padre falleció, se mudó con su madre para Palestina, y allá, ingresó al servicio militar y «se distinguió por su inteligencia, coraje, capacidad organizativa, fuerza física y porte noble».
Entonces, fue rápidamente promovido a capitán del ejército romano, recibiendo el título de Conde. «Con la edad de 23 años, pasó a residir en la corte imperial en Roma, ejerciendo altas funciones», contó el Cardenal.
Y «en esa misma época, el Emperador Diocleciano trazó planes para exterminar a los cristianos», hecho que no intimidó a Jorge.
«En el día marcado para el senado confirmar el decreto imperial, Jorge se levanto en medio de la reunión, declarándose espantado con aquella decisión, y afirmó que los ídolos adorados en los templos paganos eran falsos dioses», escribió.
Manteniéndose «con gran coraje» y firme en «su Fe en Jesucristo como Señor y salvador de los hombres», Jorge ostentaba su Fe cristiana. Un cónsul llegó a cuestionarlo sobre el origen de su osadía, pero él respondió que era por causa de la verdad.
«El tal cónsul, no satisfecho, quiso saber: ‘¿qué es la verdad?’. Jorge respondió: ‘La verdad es mi Señor Jesucristo, a quien vosotros perseguís, y yo soy siervo de mi redentor Jesucristo, y en Él confiado me puse en medio de vosotros para dar testimonio de la Verdad'».
Usando el ejemplo de «santo guerrero», que al contrariar al Emperador, fue sometido a varias torturas a fin de que desistiese de su Fe, el Cardenal Tempesta recordó que «la Fe de este siervo de Dios era tan grande que muchas personas pasaron a creer en Jesús y confesarlo como Señor, por intermedio del testimonio y de la predicación del joven soldado romano».
A pesar de resistir bravamente, Jorge fue degollado el 23 de abril de 303. «Luego, la devoción a ‘San’ Jorge se tornó popular. Celebraciones y peticiones a imágenes que lo representaban se esparcieron por el Oriente y, después de las Cruzadas, tuvieron gran entrada en el Occidente», explicó el purpurado.
Conforme el Cardenal de Río de Janeiro, «la imagen de San Jorge es representada por un joven vestido con una armadura, sentado en un caballo blanco con una lanza atravesando el dragón, pues el santo es inmortalizado en la narración en que mata un dragón».
Sus restos mortales, continuó, «fueron trasladados a Lida (o Lod, antigua Dióspolis), que es una ciudad de la región de la actual Israel y fue donde habría residido su madre».
Y en este mismo lugar, más tarde, el «emperador cristiano Constantino mandó erguir un suntuoso oratorio abierto a los fieles, para que la devoción al santo fuese esparcida por todo el Oriente».
Así, la devoción a San Jorge se esparció por todo el mundo, lo que lo tornó patrono «de Inglaterra, Portugal, Georgia, Cataluña, Aragón, Lituania, de la ciudad de Moscú y de muchos otros lugares y entidades».
En el día de San Jorge, el Cardenal Tempesta exhortó que «contemplemos a todos con los ojos de la Fe y oremos para que todos busquen la vida nueva en Cristo».
«Al mirar a San Jorge podamos, a ejemplo de él, luchar contra el dragón del mal para ser vencedores en esta batalla contra los cuestionamientos de nuestra Fe. Que con el mismo coraje profesemos esta nuestra fe en este tiempo de tantas cuestiones y problemas, y que, con el corazón abierto, vivamos como hermanos y hermanas que en Cristo se aman», completó.
Al final del artículo, el Arzobispo pidió «por la paz en nuestra amada ciudad de San Sebastián de Río de Janeiro y en nuestro Estado». (LMI)
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