Lima (Martes, 03-05-2016, Gaudium Press) En la ordenación del hoy P. José Luis Ramírez Díaz, el sábado pasado, el Cardenal Juan Luis Cipriani recordó a los fieles la necesidad de siempre rezar por los sacerdotes.
«El Señor nos saca de entre el pueblo y nos envía al pueblo. Nos saca de esa familia, de unos papás, de unos hermanos, de un colegio, de una realidad. Nos llama, nos forma, estudiamos, procuramos crecer en el amor de Dios y la Iglesia, hoy, a través de la imposición de las manos y de la consagración, hace de este hombre otro Cristo y lo envía. Tenemos que rezar por los sacerdotes, tenemos que cuidar a los sacerdotes. Debemos ser responsables como pueblo de Dios de que los sacerdotes estén a la altura de Cristo en su prédica, en su comportamiento, en sus enseñanzas, en su conducta, en su presencia. Que alguien cuando vea a un sacerdote pueda decir: ‘Es Cristo’ «, dijo el purpurado.
«Pobreza, castidad y obediencia»
Luego, el Primado del Perú le recordó al nuevo Presbítero su misión con el pueblo y la importancia de cultivar el espíritu misionero:
«Tu lugar es la misión, tu lugar es la pobreza, castidad y obediencia, tu lugar es la catequesis, acompañar a la gente del pueblo, con esa maravillosa pedagogía de la misión tan propia de los redentoristas. Cuando el Papa Francisco dice que hay que ir a todos los rincones, a todas las periferias es la vocación que anima esta fundación redentorista. Pídele a Dios que te de ese espíritu misionero, ir por todo el mundo pero nunca abandonando tu comunidad, tus compromisos, tu unidad con Cristo, tu dirección espiritual, tu confesión frecuente, porque si no, la misión es como un gran río, cuando viene el huayco se lleva todo. Si uno no está bien anclado, firme, en Cristo, en su gracia, en su confesión, si uno no está bien anclado en la obediencia, en la comunidad, todo el entusiasmo misionero, al primer ventarrón, se lo lleva».
«El misionero deja la semilla de Cristo»
Finalmente, enfatizó en la promesa que el Señor le ha hecho y que él debe corresponder con sus actos:
«El misionero pasa y deja la semilla, la semilla de Cristo; no muere. Pasan los años y esa abuelita, ese joven, ese catequista, ese acólito, ese enfermo, recuerdan esa semilla que un día, sin darnos cuenta, sembramos».
Con información de la Oficina de Comunicaciones del Arzobispado de Lima
Deje su Comentario