Redacción (Jueves, 23-06-2016, Gaudium Press) Son tres. El mayor no tiene más de 15 años. Sentado en la vereda, junto a una bicicleta, ni siquiera hablan. Es Sábado, y tiene mucho tiempo libre por delante, la tarde es calurosa…
¿En qué piensan? Tal vez no lo sepan decir, pero, a pesar de ser tan jóvenes, ya sienten penosamente lo que el Evangelio llama – de modo tan expresivo – «el peso del día y del calor» (Mt 20, 12); el peso de la vida y sus dificultades, el peso de las dudas y de las incertidumbres.
Uno de ellos deja que su mirada distraída vague por encima de los tejados. En el vivo azul del cielo, dos cometas se debaten sin conseguir subir y por fin desaparecen, una después de la otra, siendo recogidas por otros niños que estaban a distancia. En la joven mente surge, de manera un tanto confusa, la idea: «Es así… todo cae, nada se eleva, nada cambiará esta vida sin gracia.»
Bostezo, modorra… Alguien grita en la esquina:
-¡Carlos! ¡Tu mamá te está llamando!
Y allá va Carlos calle abajo, arrastrando los pies. Los otros dos se quedan allí, pero los rayos del sol ya comienzan a incomodarlos fuertemente. Jaime se despereza, saluda al amigo con un gesto displicente y se aparta lentamente llevando su bicicleta.
El tercero-el que hace poco contemplaba la caída de las cometas -no siente ganas de levantarse, ni de quedarse, ni de nada… ¡Qué vida monótona!
De repente, un sonido totalmente inusitado quiebra la calma de la tarde: son toques de trompeta. Nuestro joven yergue la cabeza, sorprendido y maravillado, mirando en todas las direcciones. ¡Al extremo de la calle pasa un grupo de muchachos, vestidos como él nunca había visto antes! En dos saltos está al lado de los recién llegados. ¡Son jóvenes como él, alegres y sonrientes! Él está deslumbrado…
-¡Buenas tardes! ¿Cómo te llamas?- pregunta uno de ellos.
-¿Yo? Francisco. Pero… ¿qué es esto? ¿Quiénes son Uds.?
-¿No conoces? Somos los Heraldos del Evangelio y estamos en misión mariana en su barrio, trayendo la imagen de la Virgen.
Francisco no prestó atención en las palabras, pues en ese momento su mirada se fijó en la gran cruz que todos ellos ostentaban en su traje. ¡Cómo es bella!-pensó. Él nunca había visto una cruz así. ¡Qué colores! Rojo, blanco, dorado… Fue tomado por la curiosidad y las preguntas le vinieron a la mente: «¿Por qué esa forma, esos colores, ese tamaño?
-Mire, ¿me pueden explicar eso que Uds. tienen en el pecho? ¿Es una cruz?
-¡Sí! ¡Es la Cruz de los Heraldos!
-Es bastante bonita… ¿Y por qué tan grande? ¿Por qué tantas puntas?
-Te voy a explicar: esta es la cruz de la alegría y del entusiasmo, de la felicidad santa que posee quien se dedica a un altísimo ideal.
-¿Ideal? ¿Qué es eso?
-¡Ideal es un apreciable y alto valor por el cual vale la pena sacrificarse y que merece nuestra dedicación! El amor por el ideal es puesto por Dios en las almas. Para nosotros, ese ideal es servir a la Iglesia y al Papa, y trabajar para que el mundo entero sea conforme a la voluntad de Dios. Es un grande, enorme ideal y de ahí el tamaño de la cruz. Por eso no podría ser menor, ¿no te parece?
-¡Ah! ¡Entendí! ¿Y las puntas?
-La forma de esta cruz, llena de puntas como la explosión de bellos fuegos de artificio, nos habla de júbilo y esperanza, pues sabemos que, con la ayuda de Nuestra Señora, ese ideal será realizado.
-¿Y por qué roja y blanca?
El rojo es el color del Sagrado Corazón de Jesús, Nuestro Redentor y Señor del Universo, mas también es el color del heroísmo.
-¿Heroísmo?
-El coraje de enfrentar todas las dificultades y la certeza de vencer en todas las luchas de nuestra vida, repitiendo con San Pablo: «Todo lo puedo en aquel que me conforta» (Flp 4, 13).
-¿Quién lo fortalece?
-Dios Nuestro Señor, que siempre nos envía su gracia para socorrernos, por medio de la Virgen, Madre Santísima de Él y nuestra.
-Es cierto… mi mamá siempre le reza a la Virgen. Dice que Ella nunca le falló. ¿Y el blanco?
-El blanco es justamente el color del Inmaculado Corazón de María, virginalísimo y sin ninguna mancha. Es también el símbolo de la virtud de la pureza, que practicamos con el auxilio de Ella.
-¿Es difícil de practicar?
-No es sólo difícil, sino imposible sin la ayuda de la gracia, como, también, todas las virtudes. Pero rezando mucho y huyendo de las ocasiones próximas de pecado, cualquier persona puede practicarla, con alegría y entusiasmo. Vayamos al dorado: es apenas un hilo, un cordón muy fino, en medio del rojo y del blanco. El oro es el más noble de todos los metales y, por esto, representa la nobleza de nuestra misión. Dorada es también la luz del sol al amanecer, y este pequeño cordón nos recuerda la esperanza del Cielo, adonde deseamos llegar por la misericordia divina. Allá tendremos la aurora sin fin y la luz que nunca acaba, junto a Dios, María Santísima, los ángeles y los santos. Él está entre el rojo y el blanco, para mostrar que sólo puede tener heroísmo en la lucha y perseverancia en la virtud, quien tiene esperanza en la vida eterna. Pero… discúlpame, Francisco, mis compañeros ya están lejos, acaban de voltear la esquina. Mucho gusto en hablar contigo. Que la Virgen te ayude, pero mucho, ¿oíste?
-¡A Ud. también! ¡Y gracias por la explicación!
-Hasta luego.
-Hasta luego.
* * *
Esa noche Francisco demora en dormirse. Vuelven a su memoria las palabras oídas en el encuentro con los Heraldos: ideal , heroísmo, pureza, Cielo, eternidad… ¡Y, sobretodo, aquella cruz! Aquella cruz lo dejó fascinado. ¿Cómo es posible que exista una cruz tan bonita? ¡Qué alegría, qué emoción! «Creo -piensa él-que hoy encontré un ideal».
Y las lágrimas le corrieron por el rostro.
Por el P. Santiago Morazzani, EP
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