jueves, 21 de noviembre de 2024
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El deseo que solo se satisfará en la eternidad

Redacción (Viernes, 29-07-2016, Gaudium Press) Los últimos rayos tenues de sol en un sábado de febrero indicaban que el astro rey luego cedería lugar a las tinieblas de la noche. Una muda y desapercibida melancolía ya se hacía sentir, cuando el cielo se cubrió de un magnífico degradé: el dorado se mezcló con tonos róseos y rojizos, que, a su vez, dieron lugar a un azul-marino. Las plantas, antes iluminadas por una luz dorada, ahora reflejaban un discreto lila. Casi una delicadeza del sol, queriendo compensar, con la belleza de su salida, las horas en que se ausentaría.

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Una religiosa andaba por el patio contemplando extasiada ese espectáculo, cuando se deparó con un joven cabizbajo. ¿Qué hacía él por allí? ¿Por qué no había en la iglesia con sus familiares?

– Soy ateo.

– ¿Ateo? – replicó la religiosa. – Tan joven… ¿No fue educado en la fe? ¿O entonces, cómo la perdió? Mire para la naturaleza, no precisa ir muy lejos: ¡mire la puesta de sol! ¿Cómo esa maravilla sería posible sin un Ser Todopoderoso por detrás?

– No… Ese es un fenómeno común y fácilmente explicado por la ciencia.

En ese momento, los familiares del joven salieron de la iglesia y lo llamaron para irse. Este no es un caso aislado en la sociedad actual. La teología, entretanto, no se intimida delante de la comprobación racional de la existencia de Dios. Al contrario, reúne en sí siglos de tradición y pensamiento que pueden dar al hombre la única e ideal solución para sus inquietudes. Con efecto, afirma el gran San Agustín que nuestro corazón fue hecho para Dios e inquieto él está hasta que no repose en el Señor.

1. A la luz de la razón se conoce la existencia, pero no la esencia divina

Dios no sería Dios, sin embargo, si pusiese en el alma humana la sed del infinito y la inquietud, cuando no lo encuentra, y no pusiese al alcance los medios para que todos llegasen a conocerlo.

Ahora, aquí el propio Santo Tomás de Aquino presenta una objeción: el hombre es un compuesto de espíritu y materia, y, por causa de esta su conocimiento, parte de lo sensible: es la clásica afirmación de Aristóteles, adoptada por el Aquinate y por San Buenaventura, que en su obra ‘Itinerarium Mentis a Deo’ así se expresa: «El hombre, llamado de microcosmos, tiene cinco sentidos como cinco puertas, por las cuales entra en nuestra alma el conocimiento de todas las cosas que existen en el mundo sensible. En efecto, por la vista, entran los cuerpos sublimes: los luminosos y los demás coloreados, por el tacto, los cuerpos sólidos y terrestres; por los sentidos intermediarios, los cuerpos intermediarios, como los acuosos por el paladar, los aéreos por la audición, y el olfato los evaporables que tienen algo de la naturaleza húmeda, algo de la aérea, algo de la ígnea o caliente, como se puede ver en el humo que de los aromas se desprende’ «.

Con todo, Dios es puro espíritu y, siendo incorpóreo, no puede ser captado por nuestros sentidos, de donde se podría concluir que por nuestra razón no podemos llegar al conocimiento de Dios. Con su claridad específica, el Doctor Angélico continúa su exposición, respondiendo él mismo su oposición.

«El conocimiento que se obtiene a través de lo sensible no puede llegar a conocer todo el poder de Dios. Consecuentemente, tampoco puede ver su esencia. Pero, como son efectos dependientes de Él como causa, en ese sentido podemos partir de los efectos para saber que Dios existe» 2.

Por tanto, aquí está el punto de equilibrio: en esta tierra podemos conocer la existencia y hasta algo de la esencia divina, pero somos incapaces de conocer positivamente lo que constituye la propia deidad (esencia). Por ahora somos cuales murciélagos que, incapaces de ver el sol, permanecen constantemente inmersos en la oscuridad, y el sol, indiferentemente, brilla sobre él. El sol existe y es real, pero el murciélago no tiene en su naturaleza capacidad para verlo.

Entretanto, tiene noticia de su existencia al sentir el calor.

2. De los efectos a la Causa: las criaturas, un reflejo del Creador

Conforme arriba mencionado, partiendo de los efectos, por tanto, de las criaturas, podemos remontar a la Causa, el Creador. En primer lugar, la primera prueba que engloba todas las otras es el principio del mundo. Hoy en día hay muchos adeptos a teorías que defienden la independencia del origen del mundo de un Ser Creador. Ahora, en todas las soluciones presentadas, hay ya al inicio un error que va contra el procedimiento normal de la naturaleza: nunca un ser inferior da origen al superior, pero sí lo contrario. Por eso, era imposible que el mundo pasase espontáneamente a existir sin una Mente por detrás.

Además, el gran San Buenaventura afirma que las cosas creadas forman una escalera que nos conduce a Dios, un magnífico camino que comienza a la tarde, en la penumbra de la irracionalidad de los primeros grados de la creación – son los vestigios de Dios -, continúa por la mañana, en la alborada de las criaturas inteligentes, en las cuales el alma del propio caminante se integra, y, por último, termina al mediodía, en el Principio Primero, esto es, en la alegría del conocimiento de Dios y en la reverencia de su majestad 3.
¿Qué, sin embargo, deja Dios entrever a través de lo creado que nos hace vislumbrar como es Él? Vemos en las criaturas sucesivos grados de perfección, participación de la Perfección infinita, o sea, divisamos sus atributos: la Belleza, la Bondad, la Verdad, la Omnipotencia además de un largo cortejo de perfecciones.

El itinerario de la mente a Dios, no hay hombre, consciente de las verdades reveladas o no que sea incapaz de hacerlo. San Pablo, en su carta a los romanos, los reprehende duramente, afirmando como causa de su inmoralidad su recusa de subir la «escalera» natural rumbo a Dios:

«Mientras lo que se puede conocer de Dios ellos lo leen en sí mismos, pues Dios lo reveló con evidencia. Desde la creación del mundo, las perfecciones invisibles de Dios, su sempiterno poder y divinidad, se tornan visibles a la inteligencia, por sus obras; de modo que no se pueden excusar».
«Porque, conociendo a Dios, no lo glorificaron como Dios, ni le dieron gracias. Al contrario, se extraviaron en sus vanos pensamientos, y se les oscureció el corazón insensato. Pretendiéndose sabios, se tornaron estúpidos. Cambiaron la majestad de Dios incorruptible en representaciones y figuras de hombre corruptible, de aves, cuadrúpedos y réptiles. Por eso, Dios los entregó a los deseos de sus corazones, a la inmundicia, de modo que deshonraron entre sí los propios cuerpos. Cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en vez del Creador, que es bendito por los siglos. ¡Amén!» (Rm 19-25)

3. ¿Quién es Dios?

Llegamos casi al fin del presente texto sin poder responder con éxito la cuestión al inicio planteada. Reflexionamos sobre como la creación refleja al Creador, vimos que llegamos a una pálida noción de cómo es Él, pero no dijimos quien es Él.
Para comprender a Dios, según la razón propia e íntima de Deidad, es preciso una revelación sobrenatural; sólo la fe divina nos permite aquí abajo conocer obscuramente el misterio de la vida íntima de Dios, pero, para saber con evidencia lo que es la Deidad, no hay otro medio sino verla inmendiatamente, como los bienaventurados. 4

Invito al lector a compartir en el Cielo la visión que tendremos de Dios, pues en este mundo vivimos apenas en la esperanza de ver lo que por la fe creemos. «Hoy vemos como por un espejo, confusamente; pero entonces veremos cara a cara. Hoy conozco en parte; pero entonces conocerétotalmente, como yo soy conocido» ( 1 Cor 12,13).

Por la Hna. María Beatriz Ribeiro Matos, EP

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1 SAN BUENAVENTURA. Itinerario de la mente a Dios. Capítulo 2, parágrafo 3. (Tradução pessoal).
2 S. Th. I, q.12, a.12
3 Cf. SÃO BUENAVENTURA. Itinerario de la mente a Dios. Capítulo 1, parágrafos 2 e 3.
4 GARRIGOU-LAGRANGE. Les perfections divines. 4.ed. Paris: G. Beauchesne et ses fils, 1936. p. 41. (Tradução pessoal)

 

 

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