Redacción (Lunes, 01-08-2016, Gaudium Press) El principal instinto del hombre es el instinto de Dios, esa propensión que nos lleva a Dios, que busca a Dios. No podía ser de otro modo, porque como bien decía el Santo de Hipona «nos hiciste, Señor, para ti e inquieto está nuestro corazón hasta que no descanse en ti».
Ese instinto inclina a nuestros corazones hacia ‘Algo’ Eterno, Absoluto, de una Verdad total y completa, de una Bondad infinita, inagotable, de una Belleza insuperable y perfecta, impulsa a nuestros espíritus a una Patria soñada de calles de cristal, de palacios amatista, de zafiro y esmeralda, donde todos los que los habitan son santos y donde el Rey es Omnipotente y Bueno.
Por ello el hombre vive soñando paraísos. Al tiempo que el pecado original nos tira hacia el infierno, el instinto de Dios nos impusa al Cielo, a un mundo maravilloso donde habita el Creador. Buscar ese mundo maravilloso, perfecto, es lo que Plinio Corrêa de Oliveira llamaba «trascendencia».
La marcha de la trascendencia rumbo a la maravilla es connatural a todo espíritu inocente. Miremos como el Dr. Plinio describía ese movimiento en su alma de niño:
«¿Cómo se manifestaba esa inocencia? Era un ‘lumen’ [luz] en el ver la realidad por el cual yo no consideraba la vida propiamente linda, sino, sin saber explicar bien, me parecía que ella simbolizaba lindas cosas, que daban acceso a un mundo superior, el cuál también no sabía definir y no relacionaba con el Cielo, pero me aproximaba de él. Eso yo lo veía relucir magníficamente, por analogía simbólica, en toda especie de ocasiones. Esa ‘trans-esfera’ (…)». 1
Hemos analizado en nota anterior lo que para el Dr. Plinio significaba la transesfera, mundo a medio camino entre esta tierra y el cielo: A partir de las cosas bellas con las que el Dr. Plinio entraba en relación, él creaba con la ayuda de la gracia mundos aún más perfectos que el mundo real, por ejemplo mundos císnicos, mundos ‘pavónicos’, donde la gente, las construcciones, los gestos y las actitudes, los trajes, y todo estuviera a la altura de esa magnífica ave del paraíso que es el pavo real. Por eso decía el Dr. Plinio que con el paso del tiempo «en el primer periodo de la infancia, mi inocencia creció con la edad, en vez de disminuir». 2 A la luz de estas palabras, podríamos definir la inocencia no solo como la situación del alma que no ha cometido ciertas faltas, sino la del alma que posee y construye un mundo maravilloso en su interior.
Atender a ese movimiento rumbo a lo maravilloso de Dios fortalece y causa suprema alegría; no es sino pensar en la felicidad de la infancia, cuando caminábamos por esas sendas.
Topacio azul, en Brasil |
Entretanto, la vida del Dr. Plinio -analizada en profundidad por Mons. João Scognamiglio Clá Dias en su más reciente obra «El Don de Sabiduría en la Mente, Vida y Obra de Plinio Corrêa de Oliveira»- es una muestra de que nunca es tarde para reemprender el camino, pues continuamente Dios y su gracia nos está llamando a ese tipo particular de unión con Él: «Hasta la avanzada edad que alcanzó (el Dr. Plinio) [ndr. 86 años], él aún tenía encendido en la memoria el ansia de niño de vivir en los colores del arco-iris, que para él representaban algo de muy superior a todo lo que hay en la tierra, o entonces aquella aspiración que, en la infancia, lo llevaba a abandonar el bullicio de los compañeros para pasear por el mundo de lo ‘trans-rosado’, que la contemplación de un jarrón le sugería». 3
A todo momento Dios nos está llamando a su feliz Mundo maravilloso, a partir de las cosas maravillosas que aún existen en esta tierra. Ese caminar da fuerzas para las luchas de esta vida. No es sino dejarse llevar por la gracia de Dios, que constantemente está tocando nuestras puertas, en la vida cotidiana…
Por Saúl Castiblanco
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1 Plinio Corrêa de Oliveira. Notas Autobiográficas – Volume I. Editora Retornarei. Sao Paulo. pp. 79-81
2 Ibídem. p. 79
3 Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP. O Dom de Sabedoria na Mente, Vida e Obra de Plinio Corrêa de Oliveira. Vol I – Inocência, o Início da Sabedoria. Libreria Editrice Vaticana – Instituto Lumen Sapientiae. Sao Paulo. p. 97
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