sábado, 23 de noviembre de 2024
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Samurais de Cristo

Redacción (Martes, 16-08-2016, Gaudium Press) La mayoría de las personas al escuchar hablar sobre los Samurais piensan en impasibles pero furiosos guerreros, expertos en las artes marciales, armados con armaduras temibles y las legendarias katanas, espadas cuyo filo y dureza forman una síntesis insuperable.

Pero pocos saben que el significado de la palabra Samurai es «el que sirve» , y que ellos pertenecían a una élite militar que gobernó Japón durante siglos.

La sociedad de los Samurais

En la estructura de la sociedad Japonesa de hace unos 500 años claramente se pueden distinguir semejanzas con el régimen medieval europeo, como decía el Dr. Plinio Correa de Oliveira:

«En Japón floreció un régimen feudal bastante desarrollado. Una de las glorias de esa nación es haber intuido los principios de sabiduría que fueron los fundamentos del feudalismo medieval. Y de haber intuido esto de tal manera que, haciéndose el cotejo entre los regímenes medievales japonés y del régimen medieval en Occidente, se constatan trazos de semejanza. Una de las características inherentes al régimen feudal es una cierta noción patriarcal de grandeza del señor feudal, como padre y como protector de sus vasallos.

El padre es señor de sus hijos. El señor es padre de sus vasallos. El señor asume la plena protección de sus vasallos y los defiende contra los enemigos externos. Tal defensa de los vasallos incumbe más al señor que al rey.» 1

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Los samurais eran esencialmente servidores de un señor, como lo dice el propio significado de la palabra, y es por eso que su vida giraba en torno de su «Señor feudal» que en el Japón era conocido como «Daimyo», y en última instancia en la fidelidad al Emperador.

Para los Samurais, el honor era un valor que debía de ser defendido hasta la muerte, sobre cualquier otra cosa, y claro está, principalmente el honor de su Señor.

Pero es interesante notar como esta civilización oriental, quizás por su fidelidad a la ley natural, no solamente llegó a asemejarse en su estructura social a la civilización cristiana, si no que de ella nació también un código de honor semejante al que dio, como uno de sus más preciosos frutos el Cristianismo, llamado el Bushido o «Camino del Guerrero», que en muchos de sus aspectos brilla por su semejanza con los ideales de un Caballero Católico.

El Camino del Guerrero

«Para el Samurai, la vida es un desafío, y la muerte es preferible a una vida indigna o impura.» 2 Así lo declara uno de los más reconocidos libros sobre la filosofía del guerrero Samurai, el Hagakure.

El verdadero católico sabe que esta vida no tiene sentido si no es vivida según la voluntad de Dios, y que como decía Santo Domingo Savio, «más vale morir que pecar».

Y este parece ser uno de los puntos en que más brillaron, pero también más se vieron envueltos por las tinieblas los antiguos guerreros del Japón. Pues si bien es una gloria morir por un ideal superior, la vida de un guerrero se debe entregar solamente en la batalla, después de haber dado hasta la última gota de sangre luchando por aquello que se defiende. Y no existe deshonra tal que sea excusa digna para llegar al fatalismo de quitarse la propia vida, y más bien este mismo acto es una transgresión contra su propio ser y honor, y contra Dios queriendo hacerse señor de algo que no le pertenece: el dar la vida y la muerte. Y sabemos que lamentablemente uno de los aspectos emblemáticos de esta cultura era el desprecio por la vida en un suicidio ritual por deshonor «harakiri», que igualmente es importante aclarar, no era aceptado por todos.

Pero dejando estos aspectos no tan felices, reflejos del paganismo, se pueden ver otros aspectos que si acercaban al guerrero Samurai a lo que debería de ser un «guerrero ideal», que se preocupa por vivir de una forma digna, seria y buscando la perfección y pulcritud en lo interior y exterior.

En el «Camino del Samurai» hay siete virtudes fundamentales que deben ser practicadas:
Gi – justicia, Yu- Coraje, Jin – Benevolencia, Rei – Respeto, Cortesía, Makoto – Honestidad, Sinceridad absoluta, Meiyo – Honor, Chuugi – Lealtad.

De cada una de estas virtudes se podría hacer una disertación, pero parece mejor solo mencionarlas y hacer notar el aspecto más elevado del «Camino del Samurai», que era vivir y luchar por un bien superior a sí mismo.

El Guerrero ideal

Para un católico, esta vida es un constante combate. «He combatido el buen combate»3, dijo el glorioso San Pablo Apóstol, consciente que la historia de los hombres se resume en una constante lucha entre el bien y el mal, entre los que aman la Verdad y hacen la voluntad de Dios y los que siguen el padre de la mentira y el engaño.

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Es por esto que el guerrero arquetípico es el guerrero católico. No solo por poseer la más poderosa de las armas, que es la espada del espíritu. Sino que es digno de ser llamado guerrero ideal, porque sirve al Señor de los Señores, con una entrega total de cuerpo y alma, voluntad, sensibilidad e inteligencia. ¡Así es! Guerrero arquetípico, porque lo que realmente importa no es como se lucha, si no el porqué o por quién se lucha.

Es por eso que resplandecen con una luz toda especial los santos guerreros que combatieron por Nuestro Señor Jesucristo a lo largo de la historia, tales como: San Luis Rey, San Fernando de Castilla, Santa Juana de Arco, etc.

Pero también todos los gloriosos santos que llevaron a cabo grandes combates espirituales, contra la herejía o para llevar el Evangelio a todos los rincones del mundo, como lo fueron San Ignacio de Loyola y su discípulo San Francisco Xavier.

Este último, el misionero que impulsado por un fuego apostólico abrasador llegó por primera vez al «país del Sol naciente», Japón.

El país de oriente más adaptado al cristianismo

Cuán grande fue la sorpresa de los misioneros cristianos al encontrar en el extremo del mundo conocido, una civilización tan sofisticada, con elegantes edificaciones, tradiciones y pomposas ceremonias, como nunca habían visto fuera de sus países de origen.

Y qué alegría al constatar que en este pueblo existía una pureza de costumbres y deseo de perfección que claramente les predisponía a aceptar la luz del Evangelio.

Es por esto que San Francisco Xavier llegó a afirmar que Japón era: «El país de Oriente más adaptado al cristianismo». Y también llegó a decir en un arrebatamiento de celo apostólico: «Japón es la delicia de mi corazón».

Poco tiempo después de la llegada de los primeros misioneros, este árbol del Japón, comenzó a florecer y dar abundantes y valiosísimos frutos. Se construyeron Iglesias y el evangelio era aceptado por los más grandes señores, intelectuales y aristócratas de esta tierra que tanto prometía.

Y fue en ese momento que se vio como «El Camino del Guerrero» alcanzó su punto auge en la historia, cuando los Samurai decidieron poner su espada, que para ellos era un símbolo del alma del guerrero, al servicio de un Señor, no de esta tierra, si no el Señor Creador del Cielo y de la Tierra, y así se convirtieron en Samurais de Cristo.

Una persecución sin precedentes

Pero no había el árbol terminado de dar sus primeros frutos cuando la furia del mal lo azotó, con una tormenta como pocas veces, o quizás nunca se vio en la historia del Cristianismo.

Principalmente a partir del gobierno de los Tokugawa, por razones que serían muy largas de explicar, se prohibió de forma absoluta la práctica del cristianismo y se persiguió sin descanso hasta el último que profesase la verdadera religión.

Y es aquí que esta página dorada de la historia de la Iglesia se vio teñida por la sangre de miles de mártires, de guerreros victoriosos, de samurais de Cristo.

Son pocas las crónicas que existen, que cuentan los maravillosos hechos que se vieron en esos tiempos, cuando en medio de la tormenta resplandecieron luces de fe de una belleza arrebatadora.

Apenas comenzaron las primeras ráfagas de la persecución, un fervor y un deseo de obtener la corona del martirio comenzó a tomar cuenta de todos los cristianos.

Cuenta el Padre Pierre Francois Xavier de Charlevoix, en su «Historia del Cristianismo en Japón» que en esos tiempos era común ver a los «señores feudales» y nobles Cristianos, junto con sus familias, presentándose delante de las autoridades para declarar públicamente que eran Cristianos y que estaban dispuestos a entregar su vida si fuera necesario, para así dar testimonio de su amor a Jesucristo. Y cuando se corrió el rumor de que los primeros cristianos serían martirizados públicamente en Nagasaki, las damas cristianas comenzaron a hacerse trajes magníficos para presentarse con más esplendor el día de su triunfo, como llamaban ellas al de su muerte.

Se cuenta por ejemplo, de un noble Samurai de Bungo llamado Andrés Ongazavara que cuando supo que se formaba una lista de los cristianos, y sabiendo bien que el fin de esta era obtener candidatos para el martirio, dijo públicamente que nadie podría disputarle el derecho de que su nombre fuese de los primeros, y cuando alcanzó su deseo trató de proporcionar a toda su familia la felicidad que creía haberse asegurado. Pero temiendo Ongazavara que su padre, anciano de ochenta años, recientemente bautizado, conocido como uno de los mejores guerreros de Japón, no hubiese conocido plenamente el valor y la verdadera grandeza de la humildad cristiana, creyó que lo mejor sería inducirle a que se retirase a una casa en el campo, donde nadie le fuese a molestar. Pero al proponerle esto a su padre recibió una respuesta impresionante:

«¿Cómo has tenido la osadía de aconsejarme que huya?¡Bella cosa es que tema yo la muerte a mi edad después de haberla arriesgado tantas veces en combate! Si es honroso morir por un príncipe, respondió el anciano ¿con cuánta más razón no ha de ser el dar la vida por un Dios que fue el primero en dar la suya por nosotros?» 4

Y así como este, son incontables los hechos fulgurantes de heroísmo, entrega y amor a Dios, que marcaron esa era en Japón.

Samurais de Cristo

Pero son especialmente bellas las historias de miembros de la estirpe guerrera del Japón, que solo me permito mencionar, como la de Takayama Ukon, bautizado como Justo Takayama, que pasó de ser uno de los Daimyos más reconocidos por sus habilidades militares a ser un católico ejemplar admirado por sus virtudes en todo Japón. Este fue exiliado por no querer renegar de su Fe, sufrimiento que aceptó gustoso, abandonando todas sus riquezas y comodidades, y abrazando la humillación por amor a Nuestro Señor Jesucristo. Al día siguiente de su llegada a Filipinas, después de penosos viajes y enfermedades murió en olor de santidad.

También existen otras historias como la de Amakusa Shiro, que siendo descendiente de samurais, a semejanza de Juana de Arco, con tan solo 16 años lideró la última resistencia del catolicismo, en lo que pasó a la historia como la rebelión de Shimabara, venciendo con una fuerza de 27.000 hombres, en su mayoría campesinos, ejércitos mucho mayores de Samurais, que no podían entender de dónde les venía la fuerza y destreza a esos hombres sin experiencia en las armas. Solo después de meses de asedio en el castillo de Shimabara y con la ayuda de barcos de guerra holandeses, fueron derrotados estos gloriosos mártires, cerrando así un siglo de oro de Cristianismo en Japón.

Un mundo sin honor

Existen ciertas palabras que poco a poco van desapareciendo en el lenguaje del hombre moderno, ya sea por la falta de uso o porque han perdido su sentido y no repercuten más como lo hacían antes en las almas.

Una de esas palabras es el «Honor», que parece ya no ser necesario en un mundo en que las personas se preocupan solo por sus propios intereses y están a dispuestos a hacer cualquier cosa para obtener lo que desean.

Otra es la palabra «Solemnidad», ya que las personas que podrían ser calificadas de «solemnes» se podría decir que están en peligro de extinción, en un mundo donde ya no existe más la ceremonia, compostura, dignidad y el espíritu de perfección en los actos humanos.
Es raro también escuchar que se califique a alguien como una persona «Leal», pues en una sociedad cada vez más igualitaria y egoísta ya casi nadie se interesa por servir con amor y verdadera entrega a un ideal o a un señor, y mucho menos en serle leal.

Y así podríamos seguir haciendo la lista de palabras que van perdiendo su utilidad hoy en día. ¿Pero cómo es posible que palabras tan bellas y llenas de significado, parezcan haber caído en el olvido?

Necesitamos verdaderos guerreros

El relativismo, egoísmo, materialismo, y el libertinaje siempre camuflado de «Libertad» quizás sean las palabras que han sustituido hoy en día los nobles ideales del pasado.

Los jóvenes bombardeados por todo tipo de basura en los medios de comunicación, sin ninguna disciplina y concentrados solo en sus propios intereses ya no se preocupan por tener un noble ideal, y solo luchan para sobrevivir en un mundo salvaje.

Decía Paul Claudel «La juventud no fue hecha para el placer, si no para el heroísmo»

Y es por esto que vemos que lo que el mundo necesita hoy en día es verdaderos guerreros, héroes de la Fe, caballeros al servicio del único Señor, Jesucristo.

Buscando el espíritu samurai

Pero volviendo a Japón. ¿Será que perduran hoy en día en estas tierras los ideales de los legendarios guerreros samurai?

Si analizamos bien quizás podamos descubrir algunas de estas luces del pasado.

Muchas personas se maravillan hoy en día al ver la fortaleza y tenacidad del pueblo Japonés frente a los desastres naturales y como salen adelante luchando contra las adversidades.

Admiran también el espíritu solemne de los japoneses que aún hoy en día permanece en la vida social y en una admiración por ceremonias del pasado.

E incluso en nuestros días es gratificante constatar la honestidad que perdura en los japoneses como una clara reminiscencia al honor antiguamente tan venerado.

Y es contemplando estos aspectos y otros más del Japón moderno que se constata, que esta nación no abandonó del todo el «Camino del Guerrero», y que muchos de sus saludables principios siguen dando orden y belleza a esta nación.

Pero por otro lado, es triste ver como el materialismo ha hecho destrozos también en el Japón moderno, haciendo las personas cada vez más egoístas y sin idealismo, trayendo consigo la tristeza y la desesperación, hasta el suicidio, tan común hoy en día en esta nación.

¿Dónde buscar entonces la esperanza en un país que parece poco a poco perder en un mar de materialismo las bellezas metafísicas que conforman su verdadera identidad y tanto brillaron en su pasado?¿Será que se puede recuperar el «espíritu samurai», gloria eterna del Japón?

Buscando la cima del monte Fuji

Es mundialmente conocido el Fuji-San, montaña más alta y bella de Japón, que se caracteriza por una cima nevada que parece fue cortada por el filo de una temible katana.

Esta montaña, sagrada para muchos japoneses, representa el anhelo de un progreso espiritual hasta lo más alto. Pero es interesante recordar que en lo más alto falta la cima, falta el pico que le dé sentido a toda esa monumental obra de la naturaleza.

Hablando en forma metafórica: qué maravilla será cuando los habitantes de la tierra del sol naciente, en su totalidad, descubran que la cima del Fuji se completaría si ellos aceptasen la verdadera Fe.

En un amanecer fulgurante verían brillar, ahora si con entera claridad, la luz divina que ellos como nación, samurais servidores del eterno Sol, Jesucristo, han sido llamados a reflejar.

Por Santiago Vieto

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1- Extracto de conferencia del Prof. Plinio, del 22¬/06¬/1970. Sin revision del autor.
2- Fragmento de: Yamamoto Tsunetomo. «Hagakure: El Camino del Samurai».
3- 2 Timoteo 4:7

 

 

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