Redacción (Miércoles, 17-06-2016, Gaudium Press) Al final, al final, el tema sigue siendo la felicidad, dónde se encuentra la felicidad. El dilema fundamental del hombre no es tanto el Shakesperiano, ser o no ser, sino donde hallamos o no hallamos la bienaventuranza añorada. Pues los hombres van detrás de la felicidad de forma inexorable, donde crean que la pueden encontrar, sea la verdadera o la falsa.
«Todo lo que produce felicidad es con hielo»: era ese más o menos el sugestivo eslogan que veíamos en una valla publicitaria en días pasados. Hasta para vender agua solidificada se la quiere relacionar con la felicidad…
La inmensa mayoría de la publicidad vendedora-de-felicidad ofrece al espectador un tipo humano que, usando el producto promocionado, vive feliz o consigue por su intermedio la felicidad. Son los ‘playboy’ o las ‘playwoman’; las ‘happy-families’ (bueno, este tipo de publicidad no gusta mucho de las familias) o los ‘happy businnesman’ o los ‘pretty-boys’ (algunos hoy ya no tan ‘prettys’, en fin); corrientemente personas que parecerían no tener ningún tipo de contrariedad, que en la vida todo les sonríe, que todo les resulta bien; que en buena medida gozan de aquellos conforts materiales que la sociedad de consumo ofrece; unos son más de ‘avanzada’ que otros, pero todos van en la onda del ‘futuro’; son personas que no rezan mucho, o mejor nada, no son muy o casi nada religiosas, porque no necesitan mucho de Dios… Los modelos sonríen, se divierten, su rostro refleja «felicidad» y el incauto espectador con frecuencia sigue el guión diseñado por los creativos y adquiere el producto-proporcionador-de-felicidad.
Entretanto, ocurre que muchos ilusos que asumieron para sí e imitaron esos tipos humanos «pletóricos de felicidad» terminaron decepcionados, no alcanzaron el prometido éxtasis, y difunden por aquí y más allá su decepción. La publicidad «vendedora de felicidad» ya no convence tanto como antes…
Y entonces, es en esta situación que se hace cada vez más propicio, atrayente y eficaz lo que Plinio Corrêa de Oliveira llamaba «buscar la catedral ‘engloutie’ «, y hablar de esa catedral ‘engloutie’.
‘Grosso modo’, el ilustre católico brasileño llamaba catedral ‘engloutie’ (sumergida) a unos recuerdos más o menos borrosos que todo hombre tiene de un tipo de felicidad perfecta, comúnmente relacionada con las alegrías inocentes de la infancia. Es un paraíso en el que se habría vivido y que al mismo tiempo se desea como algo futuro. Es una felicidad que se busca con ansia como algo novedoso, pero de la que al mismo tiempo ya se han probado en algo sus dulces mieles, en la edad dorada de la inocencia.
Narra Mons. João Scognamiglio Clá Días, EP, en su más reciente obra «El Don de Sabiduría en la Mente, Vida y Obra de Plinio Corrêa de Oliveira», que la infancia del Dr. Plinio podría resumirse como una fidelidad eximia «a su inocencia bautismal, [en la que] la sabiduría le abrió los ojos del alma para la contemplación de los reflejos de Dios en el universo, llevándolo a admirar todo cuanto es bello, bueno y verdadero y, en consecuencia, a una firme adhesión a Nuestro Señor Jesucristo, a María Santísima y a la Santa Iglesia Católica». 1 Dr. Plinio habitaba en un mundo que le producía suma felicidad, la felicidad de estar instalado en su Castillo Dorado. Es este un ‘Palacio’ construido con rocas que no son solo los felices recuerdos de los bellos seres contemplados, sino que son remembranzas ‘dorificadas’ de esos seres, un hacerlos más dorados, más cristalinos, más cercanos a esos «objetos absolutos» que están en la Mente de Dios.
El niño inocente no solo contempla con encanto un bello conejillo blanco, sino que en su imaginación muchas veces auxiliada por la gracia, él hace de ese animalito el conejo arquetípico, aún más «felpudo», más «sedoso», más «blanco», más «ágil», más «tímido», más… Absoluto, es decir, más cercano a la Idea de Dios de lo que sería el Conejillo Blanco Perfecto.
Un guacamayo no es para el niño inocente solo una pintoresca ave colorida como lo es para mucho adulto, sino que sus rojos o azules son de un brillo total, de una profundidad sin igual, de un impacto entusiasmante. La combinación de colores tan vivos, algo muy difícil cuando la intenta el ser humano, en los guacamayos es más que perfecta. Los movimientos del animal lejos de torpes se le hacen pintorescos, simpáticos, deseosos de establecer comunicación con el hombre. Hasta sus carrasposos gruñidos no desentonan de un conjunto que se le presenta como maravilloso.
Esa es la «catedral sumergida», aquella del mundo arquetípico y arquetipizante de la infancia, esa ‘Catedral’ que produjo las catedrales góticas y los castillos medievales, los buenos modales, la honra, la fidelidad, la hidalguía, la nobleza, y que puede hacer de esta tierra un paraíso. Es una catedral que pide por salir a la luz, para dejar de ser sumergida y convertirse en rutilante, en un gigantesco y sublime faro de luz.
Por Saúl Castiblanco
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1 Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP. O Dom de Sabedoria na Mente, Vida e Obra de Plinio Corrêa de Oliveira. Vol II – Juventude: A Sabedoria posta à prova. Libreria Editrice Vaticana – Instituto Lumen Sapientiae. São Paulo. p. 14.
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