Redacción (Lunes, 22-08-2016, Gaudium Press) Ya hemos visto en notas anteriores, cómo el alma inocente del niño Plinio Corrêa de Oliveira se deleitaba en la contemplación de los bellos seres, e incluso cómo él «creaba nuevos mundos» a partir de esos bellos objetos, mundos aún más bellos que los existentes, a medio camino entre la tierra y el cielo. Entretanto recalcamos que esos mundos posibles maravillosos, eran construidos en su espíritu a partir de realidades de esta tierra, como un cisne, un bello jarrón de vidrio o porcelana, una bonita lámpara, etc. En el siguiente texto se profundizará en todas esas consideraciones, para contemplar con admiración, cómo esa verdadera vía espiritual termina en un contacto especialísimo con la Divinidad.
Mundos ‘císnicos’… Foto: Rafael Vianna Croffi |
«En virtud de mi inocencia yo tenía un estado de espíritu por el cual a veces consideraba mi propia alma y percibía en ella una especie de brillo auri-plateado que hacía con que yo casi sintiese el aroma de mí mismo y de todo cuanto yo tenía de ‘éclatant’, de brillante, de recto y de puro. Esto era seguido de la idea de que esas cosas que yo admiraba y me deleitaba en poseer, existían en otro lugar de un modo mucho más intenso, como en su potencia ‘mater’ [madre]. Era como si existiese un arqui ‘alter ego’ [otro yo] mío atrayentísimo, porque era inmensa e infinitamente distante, pero enteramente dentro de mí y jugando con mi alma como un hombre podría jugar con una piedra preciosa. Yo tenía la impresión de que ese ‘alter ego’ se complacía en intensificar ora tal actitud, ora tal otra en mi alma y contemplarla», declaraba el Dr. Plinio de su infantil espíritu a los cuatro, cinco y seis años de edad. 1
Sobre el anterior trecho, explica Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP, en su obra El Don de Sabiduría en la Mente, Vida y Obra de Plinio Corrêa de Oliveira, que «este ‘alter ego’, más él que él mismo e infinitamente superior, era Dios. Él trabajaba y enriquecía su alma a fin de tornarla más parecida consigo y, de esa forma, poder entrar en diálogo y complacerse en el relacionamiento con alguien semejante a sí. Algo análogo al convivio de Dios con Adán, paseando en las tardes en el paraíso (Gn 3, 8)». 2 Destaquemos entretanto, que esa sensación de la presencia divina en su alma, se daba a partir de la admiración de seres reales bellos.
Impresiona aquí constatar que según declara arriba el Dr. Plinio, el propio Dios favorecía ese camino, con una especie de revelación y manifestación de su Ser divino a partir de tal contemplación inocente de seres bellos existiendo a su alrededor.
Mundos ‘pavónicos’… Foto: Nacho |
Continúa el Dr. Plinio:
«Al mismo tiempo ese ‘alter ego’ [Dios] me dejaba contemplar su actitud y parecía decirme: ‘Ve cómo eso es bello. Y tú, hijo mío, cómo eres pulcro, perfumado, irisado y magnífico. ¡Qué esplendor hay en ti! También, qué alegría innegable tú sientes, qué bienestar superior a cualquier satisfacción de la tierra, sin ninguna comparación. Siendo fiel a eso tú tendrás un gran papel. Y cuando lo realizares, entonces verás cómo será mi unión contigo’. (…) Todo eso me invitaba a sacrales sueños de ojos abiertos. (…) Así eran mis sueños, pero de un modo incomparablemente más elevado. Yo deseaba esa unión de almas para sentirme penetrado por eso hasta la última fibra cuando llegase el fin de mi misión. No sabía que ‘eso’ se llamaba Dios, como lo veo hoy. Yo tenía, por tanto, un deseo de unión con Dios que se expresaba de los modos más variados». 3 De las formas más variados, sí, pero comúnmente a través de los encantos que le deparaba la contemplación de la belleza del universo circundante, y su ejercicio casi instintivo de crear mundos aún más bellos que los que observaba.
Cuando el Dr. Plinio contemplaba un cisne, de aquellos que había en el Jardín de la Luz cerca a su casa, él empezaba a crear en su espíritu un mundo ‘císnico’, donde todo tuviera los rasgos de elegancia, templanza, donaire y nobleza del cisne. Pero vemos, según los textos arriba citados, que este ejercicio espiritual era más bien operado por Dios como causa primera, que de esta manera, en la creación de mundos arquetípicos, lo hacía parecer más a Él, lo acercaba más a su Esencia Divina, donde habitan todas las ideas de los mundos posibles perfectos.
Era en el fondo Dios quien estaba creando mundos arquetípicos en el alma del Dr. Plinio infante; eran verdaderas visitas de Dios en su espíritu, moldeándolo, dándole consolaciones, mostrándole cómo es Él.
Dr. Plinio insistía mucho en que -si bien tal vez no en grado, pero sí en esencia- ese es el proceso al que Dios convida a todo hombre. Y en líneas generales todo ser humano comienza a transitar en su infancia ese camino, que lamentablemente también se ve truncado por el pecado y el vicio, los cuáles vencen cuando no se ha amado de forma exclusiva esas visiones primeras de la infancia, y no se ha acudido a los auxilios de la gracia de Dios.
Pero la gracia de Dios siempre toca de nuevo la puerta, para retomar y recuperar el camino de la Inocencia…
Por Saúl Castiblanco
1 Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP. O Dom de Sabedoria na Mente, Vida e Obra de Plinio Corrêa de Oliveira. Vol I – Inocência, o Início da Sabedoria. Libreria Editrice Vaticana – Instituto Lumen Sapientiae. São Paulo. p. 55
2 Ídem.
3 Ibídem. p. 56
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