Redacción (Miércoles, 07-09-2016, Gaudium Press) La literatura apocalíptica y post-apocalíptica está de moda en Estados Unidos y Europa desde los años 90 para acá. De esa literatura se ha derivado pintura, música, poesía negra, comics y cine como la serie «Walking Dead» que todavía hoy sigue alcanzando un rating de sintonía sorprendente en televisión por cable.
El tema de este género es la destrucción del mundo que hemos conocido hasta hoy y la posterior supervivencia de los pocos humanos que quedan, algo así como una indicación de lo que debe ser la actitud y comportamiento de los que queden vivos frente a una serie de fenómenos como el canibalismo y la guerra a muerte entre los sobrevivientes, divididos en bandos donde entran fenómenos paranormales y transíquicos monstruosos. Ficción, por supuesto. Con toda la super-tecnología de Hollywood y actores cada vez más enigmáticos y de misterioso talento embrujador.
La pobreza y la precariedad horripilante en la que queda sumido el planeta con una tierra estropeada e improductiva, una atmósfera contaminada destruyendo los pulmones, y aguas sucias y envenenadas, es el fondo de cuadro de la situación. Varias de esas novelas un poco más elaboradas que otras hacen referencia al temido invierno nuclear del que han hablado algunos científicos, cuando analizan los efectos de una guerra atómica: Años cayendo ceniza, el sol nublado y un frío mortal sin animales ni plantas en cientos de miles de kilómetros a la redonda.
En cierta literatura no hay búsqueda de Dios en medio del dolor y la pena |
Lo que llama la atención entre todos estos escritores y directores de cine especializados en el tema, es la ausencia absoluta de algo así como una explicación clara de lo que sucedió y fue la causa de todo, y -si cabe la observación, totalmente ausente también un retorno a la búsqueda de Dios en medio del dolor y la pena, como normalmente nos sucede cuando estamos pasando por momentos difíciles en la vida. Allí no hay nada de eso. La gente no tiene fe y solamente está concentrada en la supervivencia a cualquier precio, aunque unos pocos hacen prácticas supersticiosas. Las milenarias pasiones humanas más bajas salen a flote con una carga más poderosa y brutal todavía. Las escenificaciones dan para imaginarnos el infierno y lo que es la convivencia de los réprobos en esas condiciones de resentimiento y odio eterno sin esperanza alguna. Al final, da la impresión de que la humanidad se debe preparar para adaptarse a una vida así, donde lo sórdido, nefasto, brutal y más negro se impone sobre el cadáver pútrido de un mundo que alguna vez fue maravilloso, colorido y acogedor.
No se sabe bien todavía qué terminan pensando las nuevas generaciones al contacto con ese tipo de literatura y cine, que tiene una fuerza de persuasión irresistible para ellas. Con la capacidad de raciocinio y objetividad reducida a su mínima expresión, y convertidos en un haz de instintos e impulsos fuera de control, con varios grados de autismo, bajo el efecto cada vez más evidente de la droga «legalizada» que se convierte en una necesidad para salir de la depresión o evitar caer en ella, la juventud de hoy pareciera estar siendo preparada para una era de anarquía y horror suicida sin antecedentes en la historia de la humanidad. Hace pensar esto, que únicamente el poder sobrenatural del estado de gracia y la oración podría salvarnos en un apocalipsis como el que sueñan esos raros escritores y libretistas, uno de los cuales se ganó en el 2006 el premio Pulitzer con aclamaciones, figurando actualmente entre los más leídos por parte de intelectuales y académicos de todo el mundo. (1)
Por Antonio Borda
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(1) Cormac McCarty, «The Road».
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