viernes, 22 de noviembre de 2024
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Entre el fracaso y el éxito: la diferencia que va de Judas a San Pedro

Redacción (Jueves, 08-09-2016, Gaudium Press) Dice el afamado escritor americano William Thomas Walsh, que Pedro y Judas compartían no pocos rasgos de personalidad. «De todos los discípulos, paradójicamente, él [Pedro] era el más parecido a Judas. Ellos eran ambiciosos y enérgicos hombres, a quienes el mundo y sus pompas, riquezas y circunstancias mucho significaban. Pero a uno eso significaba todo, mientras que al otro ello no era suficiente». (1)

Ambos cayeron en el mismo tipo de pecado, gravísimo, el de traición. El orgullo de Pedro le impidió verdaderamente escuchar el aviso premonitorio del Señor («Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces» – Mt 26,34); la ambición ciega de Judas le impidió escuchar la dulce voz de un Jesús ya padeciente que lo llamaba al arrepentimiento: «Judas, ¿con un beso traicionas al Hijo del hombre?»

Entretanto, el uno tuvo el final más glorioso que se pueda imaginar -primer Papa e imitador del Señor en su sacrificio máximo-, mientras que el nombre del otro es repetido con menosprecio por los siglos de los siglos. ¿Qué hizo la diferencia?

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Crucifixión de San Pedro, por Felipe Pablo de San Leocadio

Cuando Pedro vio cumplida la indefectible Palabra del Señor «lloró amargamente», sintió dolor en su corazón (Mt 26, 75; Lc 22, 62). Pedro había traicionado al temer la desaprobación de su entorno, según explicaba el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira: «Hay soldados que van a la guerra por miedo de una risa, para no caer en el ridículo. No hay nada que asuste más a los poltrones que ser ridiculizados». (2)

Judas también reconoció que había pecado, «entregando, sangre inocente» (Mt 27,4). Pero se desesperó, arrojó en el Templo las monedas con las que había vendido al Maestro, salió de ese recinto sacro y se ahorcó.

Pedro reaparece en las Escrituras cuando es avisado por la Magdalena de la desaparición del cuerpo del Señor, primera comunicación a los discípulos que allí se registra de la resurrección. Pedro ya se había reintegrado entonces a la comunidad de los seguidores de Jesús, y era avisado por María de Magdala de la resurrección de Jesús, según la orden que le había dado el Ángel: «Pasado el sábado, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé compraron perfumes para ungir el cuerpo de Jesús. A la madrugada del primer día de la semana, cuando salía el sol, fueron al sepulcro. Y decían entre ellas: ‘¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?’ Pero al mirar, vieron que la piedra había sido corrida; era una piedra muy grande. Al entrar al sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca. Ellas quedaron sorprendidas, pero él les dijo: ‘no teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Miren el lugar donde lo habían puesto. Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que él irá antes que ustedes a Galilea (…)». (Mc 16, 1-7) Jesús lo había perdonado, y mandaba a su ángel a comunicarle su triunfo a aquel que era la roca sobre la que construiría su Iglesia.

Nuevamente, la pregunta: ¿Qué pasó entre la negación traicionera de Pedro y su correr hacia un sepulcro vacío, ya en actitud contrita y humillada? Lo que ocurrió fue eso: fue la humildad. San Pedro fue humilde, se consideró a sí mismo miseria necesitada de misericordia, y la humildad le alcanzó la salvación. El primer Papa de la historia fue un traidor, pero después fue humilde, fue un buen arrepentido y luego fue un santo. La desesperación de Judas tiene raíces en su orgullo: él se angustia pero no pide perdón a Dios, su orgullo le impide reconocer contrito ante el Señor que sí, que su miseria cometió el crimen nefando; y por ello no recurrió a Dios en su perdón y en su ayuda. La desesperación fue fruto de su orgullo.

Orgullo que es la antítesis de la Virgen. Ella, la obra perfecta de la creación, quien desde los abismos de su humildad canta la oración más sublime que mera criatura pueda componer, el Magníficat. Así se expresa al respecto el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira: «¿Quién es el poderoso y quién es el humilde? El humilde es el que atribuye todo a Dios, como Ella lo hace en ese cántico, esto es, reconoce que es Dios el origen de todo bien y la fuente de todo poder, y que sin su concurso nada podemos en el orden sobrenatural, como tampoco en el orden natural. El poderoso de que habla la Santísima Virgen es quien no reconoce eso y piensa que tiene poder independiente del concurso divino. Entonces, ‘Dios depuso los poderosos y elevó los humildes’ es una tesis, seguida de todos los argumentos hasta el final, y canta muy equilibradamente la grandeza de Dios en su misericordia y en su justicia, y el dominio de Él sobre todo el universo. ¡Es el himno triunfal de la grandeza de Dios!» (3)

Seamos pues humildes, y no orgullosos: entreguémonos en las manos de Dios y de la Virgen, a todo momento, para todo empeño, que ellos y sólo ellos nos alcanzarán la victoria.

Por Saúl Castiblanco

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(1) William Thomas Walsh. Saint Peter The Apostle. The MacMillan Company. New York. 1948. 53

(2) Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP. O Dom de Sabedoria na Mente, Vida e Obra de Plinio Corrêa de Oliveira. Vol III – Vítima Expiatória. Libreria Editrice Vaticana – Instituto Lumen Sapientiae. São Paulo. 2016. p. 36.

(3) Ibídem. p. 35

 

 

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