Redacción (Martes, 13-09-2016, Gaudium Press) Es algo más que una palabra o un acontecimiento. Su significado ha estado siempre en el léxico literario, político, económico y publicitario. Indudablemente indica un cambio o transformación que altera las cosas y en muchas ocasiones las coloca en dirección absolutamente contraria a la que llevaban: revolución social, revolución francesa, revolución industrial, revolución comunista, etc., etc.
Sangrienta o pacífica una revolución siempre será revolución. Para unos conveniente, para otros dañina y perjudicial. Pero siempre revolución, es decir un cambio que el paso del tiempo puede confirmarnos qué tan maligna fue. Las revoluciones han tenido sus vaticinadores, especie de iluminados que las anuncian y pronostican como algo no solamente novedoso sino benéfico para la humanidad. También sus impugnadores que interponen una voz de alerta frecuentemente profética señalando las malas consecuencias cuando destruyen un orden justo que la tradición ha establecido aunque aparentemente esté pasando por una crisis. Los cambios que trae una revolución son casi siempre traumáticos y dolorosos para una sociedad. Pues a veces con el pretexto de arreglos, la revolución lo que lanza es un grito satánico de «Nom serviam» e intenta desbaratar todo de una vez, para establecer un estado de cosas que destruye al anterior e instaurar algo completamente distinto.
El oportunismo ha sido casi siempre la manera como una revolución intenta instaurarse: Aprovechar un momento vulnerable, agudizarlo y hacer estallar un incendio. Sobre los escombros calcinados, la revolución instaura e impone ya no el viejo y noble orden que pasaba por su crisis, sino un estado de cosas totalmente contrario a lo que antes existía. Lo peor es cuando se crea una crisis enteramente artificial y nadie la desenmascara y denuncia como el estopín que maliciosamente quiere ser usado para hacer estallar una revolución. Esa ha sido la táctica de algunas revoluciones en la historia: crear primero artificialmente la crisis, cuando no aprovecharla, si es que la crisis se presenta por alguna razón.
Por eso la revolución puede ser un pecado gravísimo y de una malicia diabólica. Es probablemente lo que intentó hacer Cam con su padre Noé: Descalificar su autoridad y deponerlo por el estado en que lo encontró. Váyase a saber si no sabía ya que el mosto de la uva embriagaba y no advirtió a su padre para usar el pretexto de la embriaguez y desacreditarlo. No se explica de otra manera la justísima indignación de Noé que maldijo la descendencia de ese oportunista revolucionario. (Gn 20-26). Sem y Jafet en cambio, supieron proceder noble y respetuosamente.
La evolución normal de un proceso puede pasar por momentos críticos o simplemente que no entendamos. Por eso el demonio fue el primer revolucionario de la historia al no aceptar con fe amorosa el plan de Dios en su totalidad. Fue un objetante furioso y desequilibrado que intentó una revolución que San Miguel arcángel con el poder de Dios detuvo, combatió y derrotó con su celosa lealtad sin condiciones a Dios Creador y Señor de todo el universo, y a Quien no tenemos por qué pedirle cuentas de nada ni mucho menos sugerirle planes.
Por Antonio Borda
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