Redacción (Martes, 13-09-2016, Gaudium Press) En nuestra era, se verifica una preocupación constante: ¿cómo alcanzar una sociedad perfecta? Se habla mucho de orden, leyes y derechos, pero la respuesta no se restringe a eso. La solución se encuentra en algo mucho más profundo, regio y elevado, que bien podemos llamar de fuente de la cual emanan todas las perfecciones: la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana.
La sociedad puede ser comparada a una enorme construcción. Para la edificación de un castillo, por ejemplo, es necesario, más que majestuosas torres y altaneras murallas o elegantes escalinatas y magníficos salones, es necesario un sólido fundamento. Sin este, de nada valdrá la construcción, pues, en la primera tempestad, todo desmoronará y se reducirá a un montón de piedras. Teniendo una base fuerte, el castillo atraviesa los siglos, incólume a lluvias e intemperies. Estas solo contribuirán para tornarlo más bello, pues le darán la gloria de haber resistido a las peores situaciones. Ahora, la sociedad tiene como fundamento la Iglesia Católica. Podemos contemplar, en el pasado, el esplendor y grandeza en todos los campos en los cuales ella penetró. En contrapartida, encontramos en los días actuales apenas los restos de esa civilización luminosa, pues ella colapsó cuando su fundamento le fue sacado. Tal realidad, muy olvidada en la sociedad en que vivimos, merece gran importancia.
La sociedad puede ser comparada a una enorme construcción Castillo de Maintenon, Francia |
En una época como la nuestra, en que las personas, guiadas por el egoísmo y por falsas doctrinas, se alejan de la Religión, es difícil tener una noción exacta de cómo fue la Edad Media. Durante tres siglos, la Iglesia tuvo entero dominio sobre los pueblos del continente europeo y, sin duda, fue este «el período más fecundo y bajo muchos aspectos, más armonioso de todos los que Europa conoció hasta nuestros días. Saliendo de las tinieblas invernales de la época bárbara, la humanidad cristiana vivió su primavera».[1] La Iglesia convirtió a aquellos bárbaros germanos en hijos de Dios y de ellos hizo una brillante civilización. La sociedad era totalmente penetrada por la Fe y el Estado tenía la obligación, antes que todo, de prestar honra a la Iglesia, darle protección y apoyo.[2] Así describe el Papa León XIII la luminosa Cristiandad Medieval:
«Tiempo hubo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados. En esa época, la influencia de la sabiduría cristiana y su virtud divina penetraban las leyes, las instituciones, las costumbres de los pueblos, todas las categorías y todas las relaciones de la sociedad civil. Entonces la religión instituida por Nuestro Señor Jesucristo, sólidamente establecida en el grado de dignidad que le es debido, en todas partes era floreciente, gracias al favor de los Príncipes y a la protección legítima de los Magistrados. Entonces el Sacerdocio y el Imperio estaban ligados entre sí por una feliz concordia y por la permuta amistosa de buenos oficios». [3]
La jerarquía eclesiástica se componía de tres grados: el Sumo Pontífice, los obispos y los párrocos. A esta categoría, «por causa de su condición sagrada, era tenida como la más importante de las clases sociales. Además de su misión propia que es de salvar las almas, tenía bajo su responsabilidad dos actividades: la educación y la salud pública».[4] De esta forma, todo el pueblo era orientado y auxiliado por el propio clero. El desempeño de enseñanza era administrado por sacerdotes y obispos, y los nobles necesitaban de una licencia eclesiástica para enseñar, pues la enseñanza decía respecto a la ortodoxia y para eso era preciso estar bajo la vigilancia del clero.[5] Notando la importancia de saber leer y escribir, no solo para los trabajos habituales sino, especialmente, para la difusión de la Religión, la Iglesia desarrolló una forma de alfabetizar a todos a través de los pasajes bíblicos. El mito de que la Edad Media fue la era del atraso en lo que dice respecto a los estudios queda desenmascarado, pues fue también en este período que se desarrolló el libro, instrumento de cultura que substituyó los pergaminos; así como los estudios profundizados de filosofía y teología en la Escolástica. [6] Además, todas las decisiones eran resueltas por el soberano, que se basaba en la doctrina católica expuesta claramente por la lógica cristiana como nos explica Woods:
«Tiempo hubo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados…» Catedral de Senlis, Francia |
«Si la Edad Media hubiese sido realmente un período en que las cuestiones eran resueltas por el mero recurso a los argumentos de autoridad, ese rigor en el estudio de la lógica formal no haría sentido. El empeño con que se administraba esa disciplina revela, al contrario, una civilización que deseaba comprender y persuadir. Para ese fin los profesores buscaban alumnos capaces de detectar las falacias lógicas y de formular argumentos lógicamente sólidos. Fue la Edad de la Escolástica».[7]
En cuanto a la salud pública, se sabe que la Iglesia fue solícita en atender las necesidades de los enfermos, auxiliándolos no solamente en el campo espiritual, a través de los Sacramentos, como también en el campo físico, erigiendo hospitales atenciosamente cuidados por religiosos, los cuales se dedicaban a los enfermos con esmero y verdadera caridad. De tal forma esto sucedió que no solamente el mundo cristiano fue modificado, sino todo el comportamiento global. Comprendiendo que servir al prójimo es servir a Dios, las órdenes hospitalarias atendían a los enfermos, quien quiera que fuese, de todos os lugares, sin excepción. Inclusive, fue esta «una de las razones que habían llevado a los cristianos de la Edad Media a llamar ‘Hospedaje de Dios’ o ‘Casa de Dios’ no a las iglesias, sino a los lugares donde se acogían y trataban, gratuitamente, pobres, enfermos, miserables»,[8] comenta la historiadora Régine Pernoud, haciendo alusión al vocablo francés hôtel-Dieu, hospital. En el mismo sentido, observa el Profesor Plinio Corrêa de Oliveira:
«Fue con los tesoros de dinero dados a la Iglesia, por la caridad, que se pudo extender, por el continente europeo, una notable red de hospitales. […] Tales frutos dependían del hecho de la Iglesia estar cercada de prestigio por el Estado y por los poderosos de entonces, dándole los medios de ejercer una gran acción». [9]
Encontrando el apoyo del Estado, la Iglesia pudo actuar en todos los campos:
«Impulsó las ciencias y el progreso técnico, perfeccionó las relaciones internacionales entre los estados, abolió la esclavitud, hizo avanzar en el progreso social, elevó la condición de la mujer, de tal modo que, en el siglo XIV, Europa había sobrepasado mucho todos los otros continentes».[10]
Además de los deberes y derechos individuales, los medievales se preocupaban más con el bien común que con el propio.
Considerándose ligado a los otros por la misma Fe, el hombre medieval sentía intensamente que tenía deberes para con la sociedad. Más que un medio indispensable para ganar la vida, el trabajo tenía un valor altísimo, pues creaba condiciones para la práctica de las virtudes. Tanto los campesinos como el carpintero o el panadero ejecutaban, con sus simples actividades, una obra piadosa, pues obraban visando el bien ajeno, y así, se preparaban para el Cielo. La disposición del grupo de trabajadores traía la marca cristiana de la caridad fraterna. Había muchas confraternidades o hermandades, o sea, personas que trabajaban juntas en convivencia fraterna, como los arquitectos, los escultores, pedreros, aparadores y amasadores de cal, para construir catedrales o casas parroquiales. Joyeros, curtidores, vendedores de pieles y sastres se reunían y ofrecían a la catedral un vitral que traía abajo una viñeta, designando las ocupaciones de su estado, hecho por ellos mismos en alabanza a su santo patrono o a la Virgen Madre de Dios. Así el trabajo, bajo la mirada de Dios, se ennoblecía. [11]
«Así en la Tierra como en el Cielo»: el Reinado de Cristo en la Tierra
Sabemos que la vida en esta Tierra se diferencia profundamente de la vida eterna, sin embargo no son dos planos separados uno del otro. Al contrario, poseen ellos una íntima relación: «Así como la Escuela Militar es el camino para la carrera de las armas, o el noviciado es el camino para el definitivo ingreso en una Orden Religiosa, así la tierra es el camino para el Cielo».[12]
El anhelo por la felicidad lleva al hombre a buscar en la vida presente algún resquicio del Reino que los espera en el Cielo. El propio Nuestro Señor Jesucristo nos enseñó a pedir al Padre Celeste: «Venga a nosotros vuestro Reino» (Mt 6, 10). Esta súplica, rezada todos los días, hace más de dos mil años Iglesia Militante, ruega que el Reino de Dios se establezca cuánto antes entre nosotros.
Entretanto, ¿cómo sería eso posible habiendo el propio Nuestro Señor Jesucristo afirmado no ser de este mundo su Reino? (Cf. Jo 18, 36). ¿Será una contradicción? ¿O habría enseñado a pedir algo imposible de alcanzarse?
De hecho, como nos explica Santo Tomás,[13] Nuestro Señor dijo: «Mi reino no es de este mundo», y no «mi Reino no está en este mundo», o sea, está en este mundo con la humanidad regenerada por la gracia y no es un reino común a los reyes de la Tierra, sino, un reino divino, pues su poder viene del Cielo. «Es el reino de la virtud, es el reino de la santidad, es el reino del Evangelio»,[14] que solo se «torna efectivo en la tierra, individual y social, cuando los hombres, en lo íntimo de su alma, como en sus acciones, y las sociedades en sus instituciones, leyes, costumbres, manifestaciones culturales y artísticas, se conforman con la ley de Cristo». [15]
El Reino de Dios se realiza en su plenitud en otro mundo. Pero para todos nosotros él comienza a realizarse en estado germinativo ya en este mundo. Tal como en un noviciado, ya se practica la vida religiosa, aunque en estado preparatorio; y en una escuela militar un joven se prepara para el Ejército… viviendo la propia vida militar. Y la Santa Iglesia Católica ya es en este mundo una imagen, y más que esto, una verdadera anticipación del Cielo. [16]
Para el futuro, por tanto, están reservadas maravillas jamás verificadas en la Historia. A este mundo controvertido, violento, que parece caminar de paradoja en paradoja, sucederá una nueva era en la cual florecerá la verdadera sociedad cristiana, aún más armoniosa y bella que la sociedad medieval, pues tendrá la unción del perdón divino, única solución – ¡pero cuán eficaz! – para las faltas de reglas humanas. Bajo la égida de ese perdón y anclada en la Iglesia, la sociedad, será verdadero espejo de la fisionomía de Cristo, donde serán reunidas «todas las cosas, las que están en los Cielos y las que están en la Tierra» (Ef I, 10).
Por la Hna. Juliana Montanari, EP
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[1] DANIEL-ROPS, Henri. A Igreja das catedrais e das cruzadas. Trad. Emérico de Gama. São Paulo: Quadrante, 1993, p. 11.
[2] CORRÊA DE OLIVEIRA, Plínio. «Tempo houve em que a filosofia do Evangelho governava os Estados…». In: Dr. Plinio. São Paulo: Ano I, n. 5, ago. 1998, p. 18.
[3] LEÃO XIII. Encíclica Imortale Dei, n. 28.
[4] CORREA DE OLIVEIRA, Plinio. As três Revoluções: Conferência. São Paulo, [s.d.]. (Arquivo IFTE).
[5] Loc. cit.
[6] Cf. PERNOUD, Régine. Idade Média : o que não nos ensinaram. 2. ed. Trad. Maurício Brett Menezes. Rio de Janeiro: Agir, 1978, p. 51.
[7] WOODS, Thomas E. Como a Igreja Católica construiu a civilização ocidental. Trad. Élcio Carillo. São Paulo: Quadrante, 2008, p. 54.
[8] PERNOUD. Op. cit. p. 141-142.
[9]CORRÊA DE OLIVEIRA. «Tempo houve em que a filosofia do Evangelho governava os Estados…» Op. cit. p. 20.
[10]CLÁ DIAS, João Scognamiglio. A Igreja é imaculada e indefectível. Disponível em http://arautos.org.br. Acesso em 13 set. 2012.
[11] Cf. DANIEL-ROPS. A Igreja das catedrais e das cruzadas. Op. cit. p. 300-303.
[12] CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. A Cruzada do século XX. In: Catolicismo. São Paulo: Ano I, n.1, jan. 1951, p. 1.
[13] SÃO JOÃO CRISÓSTOMO apud SÃO TOMÁS DE AQUINO. Catena Áurea. Exposicion del Evangelio segun Juan. C. XVIII, v. 33-38.
[14] CLÁ DIAS. Deus nos ensina a pedir o que nos quer dar: Homilia. Op. cit.
[15] CORRÊA DE OLIVEIRA. A cruzada do século XX. Op. cit. p. 1.
[16] CORRÊA DE OLIVEIRA. A cruzada do século XX. Op. cit. p. 1.
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