Redacción (Viernes, 16-09-2016, Gaudium Press) Mucho cuidado con cierta «objetividad», esa que solo nos permite ver los seres concretos como en apariencia ellos son y que coarta la labor de la buena imaginación. Porque resulta que los seres son mucho más de lo que vemos en su exterior, ellos son símbolos de Ideas Divinas, son expresiones del Creador, según la doctrina tomista expuesta por ejemplo por el P. Cornelio Fabro.
Cuantas veces no escuchamos aquellas ‘palabras criminales’ de ciertos adultos a unos pobres niños, diciéndoles, desde esa objetividad achatada y amargada: «No viva en el mundo de la luna», afirmando en el fondo que solo se existe para trabajar ‘eficientemente’ y producir dinero, queriendo extirpar del alma infantil los buenos sueños, esos que nos llevan a añorar un Imperio Perfecto, una Patria Celestial, sueños que condescienden en que encontremos pedacillos de cielo en esta tierra.
Es claro, esas mentes criminales tienen su propia lógica, una lógica que parece férrea, pero que es simple y frágil como el cartón:
– «¿Qué cree que es eso, bobo? Es una estúpida y sencilla piedra, nada más. No pierda más tiempo con eso», dirá una ‘mente criminal’ al ver a un niño que encantado contempla un pedregullo de cristal. Ese adulto cree que sí está viendo lo que es la piedra, pero es mentira. Sí, el pedregullo es pedregullo, pero también en el alma inocente puede ser el primer escalón para la imaginación de un diamante, la primera nota para componer una bella sinfonía de cristal.
Y muchas veces en apariencia simples pedregullos se convierten en diamantes. Los diamantes antes de ser diamantes parecen pedregullos. De hecho, los diamantes eran pedregullos antes que un alma inocente pensase en cortarlos, en pulirlos con esmero, en sacar de ellos lo mejor de sí, en imaginar cómo sería ese pedregullo en el cielo dando origen al diamante aquí en la tierra. De la mente criminal no hubieran surgido los diamantes.
Esa sana imaginación rumbo al cielo no es pérdida de energía sino acumulación de fortaleza.
Preguntamos: ¿Quién trabaja con más ahínco o con más alegría? ¿El picapedrero que ve solo la piedra que pica, o el que ya la imagina haciendo parte de una maravillosa catedral, aquel que piensa constantemente en la magnífica catedral que está construyendo, o mejor, aquel que piensa en la catedral arquetípica del cielo? La respuesta es evidente. La vida del primero es amarga; la vida de los segundos, en medio de la lucha, es feliz.
El segundo vive en el reino encantado de lo que Plinio Corrêa de Oliveira llamaba «transesfera», según la define Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP.: » ‘Transesfera’ es todo aquello que está como que ‘más allá de la esfera’, o sea, arriba de nosotros, pero es el hífen que liga el resto de la Creación a Dios o que a Él conduce». (1)
Por Saúl Castiblanco
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(1) Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP. O Dom de Sabedoria na Mente, Vida e Obra Plinio Corrêa de Oliveira. Vol I – Inocência, o Início da Sabedoria. Libreria Editrice Vaticana – Instituto Lumen Sapientiae. São Paulo. 2016. p. 51
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