Redacción – (Martes 20-09-2016, Gaudium Press) – En los principios de la constitución de la Orden de los Franciscanos, la necesidad obligaba a todos los monjes, incluso San Francisco, a dormir en el piso del dormitorio. Pero, mientras todos dormían, el santo Fundador se levantaba, salía del dormitorio e iba rezar durante algunas horas. Después volvía a dormir, para que a la hora del despertar nadie percibiese su falta.
Pidamos a Nuestra Señora que nuestra cadena esté bien atada a Ella y, así, estaremos siempre despiertos para contemplar las grandezas de Dios. |
Ahora, fue admitido en la orden un jovencito muy inocente, que devotaba gran admiración a San Francisco. Analizaba cada paso de su Fundador, y le causaba mucha curiosidad saber lo que él hacía durante las noches. Por eso, diseñó un plan: cierta noche, se acostó próximo a San Francisco y ató la cuerda de su hábito a la cuerda del hábito del Santo, para así ser alertado cuando el Santo se levantase.
Pero San Francisco, al despertar para las oraciones de costumbre, vio las cuerdas atadas y con mucha delicadeza las desató, sin despertar al niño. Poco después, el niño despertó, vio la cuerda desatada y notó la ausencia del santo. Sin perder la esperanza, salió a su búsqueda. Encontrando la puerta del patio abierta y escuchando algunas voces, se acercó y encontró a San Francisco conversando con Nuestro Señor, Nuestra Señora, San Juan Bautista y San Juan Evangelista.
Al contemplar esta escena, el niño desmayó…
Terminada la celestial conversación, San Francisco comenzó a volver para el dormitorio y, en el camino, tropezó con el pequeño desmayado. Se agachó, lo tomó en los brazos y lo cargó hasta el dormitorio. Al día siguiente, le dio obediencia de no contar a nadie el hecho, mientras viviese San Francisco.
¿Qué enseñanza podemos sacar de este hecho? Pidamos a Nuestra Señora que nuestra cadena esté bien atada a Ella y, así, estaremos siempre despiertos para contemplar las grandezas de Dios.
Por Ir. Patricia Maria Rivas Flamenco, EP.
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