Santiago (Miércoles, 21-09-2016, Gaudium Press) «Llenos de alegría por la patria que el buen Dios nos ha regalado, nos encontramos en esta histórica Catedral de Santiago, techo común de tantos acontecimientos ciudadanos, para agradecer el camino recorrido e implorar nuevas luces y renovadas fuerzas para seguir avanzando confiados hacia la justicia, la paz y la prosperidad de todos los hijos e hijas de Chile», con estas palabras el Arzobispo de Santiago, cardenal Ricardo Ezzati dio inicio al tradicional Te Deum de Fiestas Patrias durante un nuevo aniversario de la Independencia Nacional.
Al oficio religioso asistieron la Presidenta de la República, Michelle Bachelet Jeria, representantes de las altas autoridades del Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial, además de los Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas y de Orden, entre otras autoridades.
«Una esperanza que renueva la vida»
En su mensaje a la Nación, el pastor capitalino reflexionó en torno a la virtud de la esperanza, especialmente en momentos en que la sociedad chilena atraviesa una importante crisis de confianza en las instituciones y sus autoridades.
«Alguien podría objetar que ante a los problemas que enfrentamos en la actualidad -tan numerosos y tan urgentes-, estaría fuera de lugar hablar de esperanza. Ante los problemas actuales -se podría rebatir- hay que hablar del presente y no del futuro. Entonces, ¿por qué hablar de la esperanza?», se cuestionó.
Y agregó: «Sin embargo, la esperanza es lo más urgente que nuestro pueblo necesita, porque la manera como nos situamos ante el futuro, de alguna forma, modela nuestro presente. El futuro repercute en la manera como orientamos nuestra convivencia y la vida social. Es cierto, algunos modos de hablar de la esperanza futura podrían implicar una cierta desvalorización del tiempo presente y de la historia concreta, pero la auténtica esperanza no resta valor al presente, sino que, justamente al contrario, es un estímulo para un compromiso mayor con la realidad actual».
«La esperanza no es una virtud que adormece, una ilusión engañosa; no ´prolonga el tormento del hombre´, como afirmaba un famoso filósofo. La esperanza auténtica no es una ilusión engañosa, ´no se experimenta como ráfagas inconexas de pequeños relatos raquíticos´. Bien fundada, ella es esencial para la vida buena, justa y fraterna de hoy y también de mañana. Invita a levantar los ojos para escudriñar de dónde nos viene el auxilio oportuno, para extender la mirada y establecer esas alianzas fecundas que permiten caminar con criterios acertados y firme decisión de construir, aquí y ahora, un mundo mejor, más justo, solidario y fraterno», añadió.
Cristo, nuestra esperanza
En su alocución, monseñor Ezzati hizo presente a los asistentes que «los Evangelios dan testimonio de cómo Jesús anuncia una esperanza de futuro y simultáneamente la realiza. La esperanza que Él proclama en las parábolas tiene una realización concreta en la vida cotidiana. Así, cuando acogía a los pecadores y se sentaba a la mesa con ellos, no sólo anunciaba la oferta gratuita de salvación que traía de parte de Dios Padre, sino la realizaba concretamente. Quienes se sentaban a la mesa con Él no sólo escuchaban acerca de la Vida en abundancia, también experimentaban en su existencia concreta aquella auténtica vida humana que era anunciada en las parábolas».
Precisó en esta línea que «en Jesús, tal como una semilla, se encierra una realidad que está llamada a desplegarse de manera abundante. Por ello, si bien la esperanza del Evangelio no se verifica de modo pleno en este mundo, sino parcialmente, de todos modos, la vida de Jesús nos muestra que lo que Él anuncia no es una ilusión, sino algo posible y que, al menos de modo germinal, ya se realiza en la historia concreta de la familia humana. Así, la esperanza se vuelve como el «ancla segura y firme de la vida» (Hb 6,19), que aunque no se ve, porque está sumergida en el fondo del mar, es capaz de dar solidez y estabilidad a la embarcación».
Razones para la esperanza
Contrario al pesimismo generalizado, el purpurado enfatizó en que el pueblo chileno tiene muy buenas razones para tener esperanza. «Tenemos razones para esperar, porque, en situaciones críticas, nuestra sociedad ha sido capaz de mirar al bien común y lograr acuerdos que han traído tantos beneficios. Nos hace bien ser capaces de reconocer lo que hemos podido avanzar en las últimas décadas, no para auto-complacernos o llamar al conformismo, sino para confirmar que tenemos razones concretas para la esperanza», dijo.
Y agregó: «Si hoy anhelamos un mayor entendimiento y trabajo colaborativo, no podemos dejar de recordar que ha habido momentos concretos en nuestra historia en que, aún en contextos de una severa polarización, hemos sido capaces de posponer los beneficios individuales y lograr el entendimiento en función del bien común».
Casi al término de su mensaje, exhortó a las autoridades a tener esperanza en Dios: «La fe nos asegura que la fuerza de Dios es siempre más grande que la debilidad humana y que los ataques del mal. Oramos de manera diferente, pero lo hacemos juntos, porque nuestros corazones reconocen una esperanza común. También esta oración común expresa la paradoja del ser humano, que aspira a una plenitud que es incapaz de lograr sólo con los propios esfuerzos, pero que espera recibir como un regalo. Esta gran esperanza, que va más allá de nosotros, solo se puede apoyar en Dios, el Padre del universo, que trasciende todo, el único que nos puede dar aquello que nosotros, por nuestras solas fuerzas, no somos capaces de lograr (cf. Ib. 31)».
«Por eso, nuestra oración se hace canto de alabanza y de gratitud: el Dios de la historia no nos deja solos. Aún en medio de tantas dificultades, a pesar de nuestras propias fragilidades, podemos reconocer las grandes obras que Dios realiza por medio de los corazones de buena voluntad. Todo esto nos lleva a cantar el «Te Deum» de la confianza: tenemos buenos motivos para la esperanza, esa esperanza que nos permite caminar hacia el futuro, confiados en aquellos brotes que nos preanuncian la plenitud que anhelamos, que nos permite vencer el miedo y el sin sentido de la vida. Es la esperanza que nos ofrece Dios, Padre de ternura y misericordia, la confianza que la vida puede llegar a su meta venciendo todos los temores, el «ancla segura» y la «esperanza que no defrauda» (Rom. 5, 5)», concluyó.
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