Porto Alegre (Miércoles, 16-09-2009, Gaudium Press) El arzobispo de Puerto Alegre, Mons. Dadeus Grings, apuntó la existencia de una «crisis inhumana en el plano de la maternidad», provocada por la reducción «drástica de nacimientos». La afirmación fue hecha en un artículo publicado anteayer por la arquidiócesis de la capital del estado brasileño de Río Grande do Sul.
«Las razones son múltiples. Hubo sin dudas, una campaña sistemática, apoyada por gobiernos y por los medios de comunicación, contra la natalidad. Propagaba el miedo de la superpoblación, en un clima de explosión demográfica», dice el texto.
El arzobispo recuerda el ‘apreciable valor’ de los hijos en tiempos de la ‘familia patriarcal’, cuando normalmente ayudaban a producir riqueza para la familia. La llegada de las leyes que prohíben el trabajo de los menores habría sido, según Mons. Dadeus, el motivo del desinterés en generar hijos. «Era más fácil renunciar al placer de generar una vida que arcar con la responsabilidad de una nueva vida».
Sin embargo, la crisis consiste principalmente, en el pensamiento del arzobispo, en la concepción acerca de la propia vida. «La sociedad valora más a la mujer por la ganancia financiera que por la maternidad», afirma, al colocar que la sociedad de hoy pretende cada vez más equiparar a la mujer con el hombre.
Para Mons. Dadeus, en el momento en que es despreciada la maternidad, se desprecia también la humanidad como un todo y ‘la propia vida humana cae en descrédito’, provocando una ‘crisis de la propia vida’.
Lea el texto íntegro:
La crisis de la maternidad
La crisis más inhumana ocurrió en el plano de la maternidad. Hubo, en los últimos años, una reducción drástica de nacimientos. Contradicen todas las previsiones de medio siglo atrás. Las razones son múltiples. Hubo, sin duda, una campaña sistemática, apoyada por gobiernos y por los medios de comunicación, contra la natalidad. Propagaba el miedo de la superpoblación, en un clima de explosión demográfica.
En el tiempo de la familia patriarcal el hijo era también un factor económico de apreciable valor. Todos ayudaban, desde los más tiernos años, en la economía del hogar. Vinieron, luego, más leyes, cada vez más drásticas, prohibiendo terminantemente el trabajo de los menores. Tener un hijo no era más ventaja ni económica, ni social. Era más fácil renunciar al placer de generar una vida – favorecido por el hecho de que los anticonceptivos posibilitaban el uso del sexo sin riesgo de embarazo – que arcar con la responsabilidad de una nueva vida. El peso de la sociedad contribuía para este cambio de mentalidad.
Hasta aquí la problemática se distribuía equitativamente entre hombre y mujer. Con el surgimiento de la cuestión del género y la preponderancia de la subjetividad en las decisiones, la mujer comenzó a precaverse más. Reivindicó el derecho de decidir, tanto para el inicio de la fecundación como para la responsabilidad de llevar a término una gestación. Considera derecho exclusivo suyo optar por la generación de hijos. Consecuentemente la natalidad cae drásticamente.
Pero lo que revela más profundamente la crisis de la maternidad es la concepción acerca de la propia vida. Descendió a un nivel extremamente bajo. En la alternativa entre producción, con la consecuente ganancia técnica, y la generación, con la exigencia de la educación de hijos, prevaleció la primera. La sociedad valora más a la mujer por la ganancia financiera que por la maternidad.
Se quiere equiparar al hombre. La sociedad, como un todo, se volvió uni-sex. Vale apenas el producto técnico e intelectual. La mujer es arrancada del hogar para correr, en pie de igualdad, con los hombres: tener iguales salarios e iguales competencias. No querer más ser considerada mujer, sino simplemente desea ser vista como humana. Sin distinción ni especificación.
Es claro que, al colocarse, en esta dimensión, la realización del ser humano, desaparezca la maternidad. Es vista como una excrecencia, cuando no como óbice para la verdadera promoción humana, entendida como eliminación de lo femenino. Ya sea igualdad con los hombres, lo que equivale a decir que se pretende hacer tabla rasa de la femineidad y de la maternidad. El pivot de la crisis de la maternidad está exactamente en la desvalorización de una función humana, que siempre se consideró la más profunda y más dignificante. La Iglesia, al presentar a María como Madre de Dios, quiere exaltarla al máximo grado de dignidad humana. Y al acoger la maternidad de cada mujer, con su profunda ligación a la educación de los hijos, a través del amor materno, considerado insustituible, quiere colocar a la mujer en el más alto pedestal de la realización humana. Allí estará su más profunda auto-estima.
En el momento en que se deprecia la maternidad, la humanidad, como un todo, entra en crisis. La propia vida humana cae en descrédito. La crisis de la maternidad es el síntoma más claro y palpable de la crisis de la humanidad y de crisis de la propia vida, que se abatió sobre el género humano en los cambios de esta época.
Mons. Dadeus Grings – Arzobispo de Puerto Alegre
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