Redacción (Jueves, 27-10-2016, Gaudium Press) Muchos de los testimonios de su época resaltan como el Angélico practicó eximiamente la virtud de la amistad. En la Suma Teológica él no dudó en afirmar que un buen amigo «vale más que la honra, y ser amado es mejor que ser honrado» (Summa Theologiae, II-II, q. 74, a. 2). En ese sentido, es digno de nota recordar el gran afecto que él manifestaba a Fray Reginaldo de Piperno, su secretario particular.
Al escribir el Compendio de Teología, en un gesto de profunda amistad, Santo Tomás dedicó esa obra a su devoto compañero de trabajo: el «hijo queridísimo Reginaldo» (Compendium Theologiae, I, cap. I).
Otro ejemplo de amistad que perduró a lo largo de toda la vida fue aquella entre Santo Tomás y San Buenaventura. Tenían prácticamente la misma edad y recibieron juntos el título de Magister, en la Universidad de París. Chesterton los caracterizaba como «discordantes amigos» (Chesterton, G.K. Op. Cit., p. 109), pues, aunque luchasen a favor de la misma Verdad, muchas veces presentaron puntos de vista diferentes, sin, con todo, olvidar las reglas de la caridad.
Dios los quiso juntos tanto en la tierra como en el Cielo, pues ambos partieron para la eternidad en el año 1274. Dante, en su obra La divina comedia, al describir el Paraíso, presenta Santo Tomás alabando las glorias de San Francisco, y San Buenaventura, a su vez, en un gesto de santa retribución, exaltando las virtudes de Santo Domingo.
Un hecho que certifica la mutua estima entre esos dos santos se dio cuando el Angélico fue al convento de los franciscanos, a fin de hacer una visita a su amigo San Buenaventura. Como de costumbre, Santo Tomás entró directamente en la celda del fraile y lo encontró sentado, absorto en la tarea de escribir una biografía de su fundador, San Francisco de Asís.
Santo Tomás contempló por algún tiempo la edificante escena y, en una manifestación de profunda delicadeza, se retiró silenciosamente a fin de no interrumpirlo. Uno de los frailes quiso alertar a San Buenaventura sobre la presencia de su amigo Tomás, pero este no permitió. Y, mientras se retiraba, el Angélico comentó: «Dejemos que un santo escriba la vida de otro santo…» (Spiazzi, Raimondo. San Tommaso D’Aquino. Biografia Documentata di un uomo buono, inteligente, veramente grande. Bologna: ESD, 1995, p. 96).
Por el P. Inácio de Araújo Almeida, EP
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