Redacción (Martes, 11-01-2016, Gaudium Press) No son pocos los grandes empresarios del mundo que reconocen la buena calidad de la mano de obra italiana, lo que al fin y al cabo es la verdadera riqueza industrial de cualquier país. Sin embargo sí son muy pocos los que aceptan -y no bastaría solo aceptar, sino admirar, que detrás de esa calidad obrera estuvo el esfuerzo santificador de un humilde sacerdote campesino e italianísimo por los cuatro costados.
Porque una cosa es producir en grandes cantidades para satisfacer el consumismo ordinario, y otra producir con calidad ética especialmente hoy día en que la perfección y la excelencia tienden a darle espacio a lo desechable, y la mano de obra no es tan responsable como antes.
Urna con imagen y reliquias de San Juan Bosco, en Turín |
Fiat, Olivetti, Alfa Romeo incluso Lamborghini, Maseratti o Ferrari deben gran parte de su prestigio y reconocimiento mundial a esos obreros y sus descendientes que aprendieron en los talleres de artes y oficios de Don Bosco a concentrar su atención con espíritu piadoso en el aprendizaje industrial en Turín y otras ciudades donde los salesianos hicieron su apostolado.
Cuando este gran santo -que no le aceptó al papa Pío IX ni siquiera una distinción eclesiástica honorífica, recibió la gracia de Dios para ponerse a recoger en la calles y barrios pobrísimos, hijos de campesinos desplazados por la agitación política y las guerras de la unificación italiana -promovida por enemigos declarados de la Iglesia, probablemente calculó que con la Gracia y el apoyo financiero de ricos hombres de negocios italianos e incluso extranjeros, terminaría educando un tipo de obrero aplicado, creativo y solidario, pudiéndose decir que el salto italiano del artesanado a la industrialización fue hecho con obreros de espíritu salesiano. Pero, de otro lado, no sería exagerado decir que gran parte de esa riqueza creativa de aquel pueblo variopinto y emprendedor, se fue también en dramas operáticos, mucha música despampanante y excelente comida, cuando muy probablemente lo que esperaba al pueblo italiano era un futuro de exploraciones, conquistas y evangelización que los Franciscanos, Marco Polo y Colón habían iniciado siglos atrás.
Lamentablemente las postizas revoluciones sociales y políticas liberales que padeció desviaron gran parte de ese impulso.
El Dr. Plinio Corrêa de Oliveira acostumbraba a decir que los italianos era un pueblo teológico por excelencia, lo cual confirmaría una cierta capacidad de vuelo de alma incalculable como la de Santo Tomás de Aquino o San Buenaventura, y se explica también por la cantidad de Papas que ha dado. Pero al lado de esta cualidad es innegable que los italianos son un pueblo dúctil e ingenioso. San Juan Bosco tomó esa materia prima y la llevó a un alto grado de desarrollo que dio en una fuerza laboral de reconocida calidad. Es el espíritu de la Iglesia que como una hada maravillosa y santa, toca con su varita la luz primordial de cualquier pueblo y la eleva a altos niveles de comprensión e inteligente relacionamiento con su propio entorno.
Vale mucho recordar esto finalizado ya octubre el mes de nuestras misiones evangelizadoras, que no solamente son un maravilloso beneficio para las almas sino también para el buen desarrollo material de los pueblos, llevándoles la Luz de Cristo y la única religión verdadera.
Por Antonio Borda
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