Redacción (Viernes, 11-11-2016, Gaudium Press) La Catedral de Nuestra Señora de Reims fue declara «mártir» por la piedad popular del pueblo francés. No era para menos, pues prácticamente no quedó de ella sino un motón de escombros sobre los cuales muy filantrópicamente y nada más, la Fundación Rockefeller aportó dineros para reconstruirla después de los daños que le infligieron los soldados protestantes alemanes durante la primera guerra mundial.
Escultura de un caballero en la Catedral de Reims |
Pero esta no fue la única vez que la majestad de esa gótica construcción religiosa sufrió un ataque del fanatismo y la intransigencia. En la Revolución francesa también fue acometida siniestramente y muchos de sus vitrales del medioevo -de un azul misterioso que no volveremos a ver y cuya fórmula de elaboración se perdió, fueron destruidos para siempre. Su primitiva antecesora fue construida sobre unas termas romanas y en ella se coronaban los reyes de Francia desde los tiempos de Clodoveo. Un famoso Jacobino cuyo nombre ni vale la pena mencionar, sustrajo la milagrosa «Sainte Ampoule» (Santa Ampolla – un recipiente magnífico ) traída por ángeles y que contenía el sagrado óleo con el que se ungía a los reyes, y la hizo pedazos en plaza pública. Oleo bendito que nunca se agotaba.
En Reims estaba el famoso estandarte de combate de los francos que tenía pintada una rana verde y el día del bautismo de Clodoveo se transformó en una flor de lis dorada, también estaba la propia pila bautismal en piedra que ni se sabe lo que pasó con ella tras el bombardeo.
Vitral en la Catedral de Reims |
Es famosa no solamente por su genuina e imponente arquitectura gótica, sus vitrales, altas bóvedas, arcos y arbotantes sino también porque es la catedral de Europa que posee más figuras labradas en piedra de la propia región, entre las que se encuentran sus ángeles sonrientes y otras imágenes de santos y santas con expresión alegre. Y este es el maravilloso encanto misterioso.
Cualquier parroquiano de cualquier lugar del mundo, con dos dedos de frente y buen espíritu, bien puede darse cuenta que construir catedrales de ese porte y grandeza en el año 1200 no era trabajo fácil sin grúas ni andamios modulares. Los cálculos geométricos no estaban tan elaborados como los de hoy y los constructores no habían asistido nunca a ninguna facultad de arquitectura, incluso ni tenían modelos a mano para que se pudiera decir que los copiaron de alguna parte, como hicieron los musulmanes con su arquitectura plagiada de Bizancio.
Eran hombres de pueblo, constructores de pica y pala, simples, mansos e inocentes que le arrancó precisamente a un famoso prisionero musulmán esta expresión cuando la vio y preguntó quién había construido eso: ¿Cómo gente tan sencilla fue capaz de levantar algo así? La verdad es que no fueron propiamente ellos. Hombres con la naturaleza humana paradisíaca arruinada por el pecado original en medio de la precariedad que padecían dócilmente en la Edad Media, y que lograron dejar esos monumentos en piedra labrada con fe, esperanza y caridad que superó en belleza y trabajo elaboradísimo todos los monumentos de la antigüedad pagana, pesados y arrogantes, levantados a látigo y trato brutal por manos esclavas, consiguieron eso porque tenían Fe. (Mt 17,20). Todo trabajo humano hecho con fe atrae ángeles para ayudarnos. Nuestro mismo ángel de la guarda es el primero en estar al lado tendiéndonos la mano, trayéndonos luces del Espíritu Santo, fortaleciendo nuestra voluntad, equilibrándonos la sensibilidad, incluso ayudándonos a sacar fuerza física y resistencia del fondo de nuestro propio cuerpo.
Estatua de Santa Juana de Arco, en frente de la catedral de Reims |
¿Por qué no iban a destruirla los enemigos de la Fe si allí estaba el ángel guardián de la Francia monárquica, el eco de los pasos de hierro de Santa Juana de Arco en armadura retumbando el día de la coronación de Carlos VII y el testimonio de las milagrosas curaciones que hacían los reyes de Francia el día de su coronación con los pobres escrofulosos de su reino?
Lo que hoy día vemos es la reconstrucción piadosa y de buena voluntad de un monumento a Dios que fue arrasado por odio casi en su totalidad, y que algún día los ángeles volverán a habitar, porque un templo católico sin ángeles no pasa de ser un bonito museo.
Por Antonio Borda
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