Redacción (Lunes, 14-11-2016, Gaudium Press) Cierto día, por acción de Dios, Ezequiel fue conducido en espíritu a una planicie donde había gran cantidad de huesos muy secos.
Huesos disecados cobran vida y se levantan como un inmenso ejército
Entonces, el Altísimo ordenó al Profeta que hablase:
«Así dice el Señor Dios a estos huesos: Voy a infundiros, Yo mismo, un espíritu para que reviváis. Yo os daré nervios, haré crecer carne y extenderé por encima la piel. Pondré en vosotros un espíritu para que reviváis» (Ez 37, 5-6).
Profeta Ezequiel, Convento de Cristo, Tomar, Portugal |
Mientras Ezequiel pronunciaba esas palabras, hubo un rumor seguido de un estruendo cuando los huesos se aproximaban unos a otros. Después, nervios y carne crecieron sobre ellos y, por encima, la piel. Por fin, ellos «revivieron y se pusieron de pie cual inmenso ejército» (Ez 37, 10).
A pesar del gran castigo de haber sido llevados cautivos para la Caldea, los judíos «no habían entrado por los caminos de la penitencia: continuaban entregados a la idolatría, ilusionados por los falsos profetas que había entre ellos, con la esperanza de volver luego a su patria».
Pero esa esperanza era totalmente vana, porque no se basaba en la fe del Dios verdadero; y como consecuencia ellos cayeron en un tal estado de desánimo y debilidad que podrían ser comparados metafóricamente a cadáveres.
Así, la finalidad inmediata de esa visión era mostrar que el pueblo hebreo, humillado al extremo, se restablecería por la gracia del Altísimo, se tornaría dispuesto para la lucha como un ejército y Dios lo reconduciría a la tierra de Israel (cf. Ez 37, 12).
Ella se aplica también al mundo actual que, desde el punto de vista de la vida sobrenatural, se asemeja a huesos resecos. Europa, cuna de la Civilización Cristiana, que tanta gloria dio al Creador por sus catedrales, castillos y otras estupendas obras de arte, «ni siquiera está en el salón funerario, sino ya son los huesos de Europa»… Entretanto, Dios intervendrá en los acontecimientos y «los hombres quedarán atónitos ante las bellezas surgidas de la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo en el Reino de María».
Pero esa visión tiene un significado escatológico, pues la mayor parte de los Padres de la Iglesia se sirvió de ella para indicar que los muertos resucitarán en el último día. Es más, la resurrección de todos los hombres en el fin del mundo es un dogma constante del undécimo artículo del Credo.
«Estableceré mi gloria entre las naciones»
Otra profecía de Ezequiel se refiere a los impresionantes castigos que caerán sobre los impíos – designados por los términos «Gog» y «Magog» (cf. Ez 38, 2) -, causantes de tantas devastaciones entre los israelíes. Pero también se aplica a otras épocas históricas.
Magog representa una multitud impía y Gog su jefe supremo. Esos canallas cubrirán la tierra como nube, y Gog maquinará «proyectos malignos», diciendo: «Invadiré un país indefenso, atacaré gente pacata que vive en seguridad, viviendo todos en villas sin murallas, sin trancas o puertas» (Ez 38, 9-11). Eso muestra cómo los israelíes de entonces vivían sin vigilancia y en completo optimismo.
Pero Dios dijo: «Mi ira e indignación transbordarán […] Habrá un gran terremoto en la tierra de Israel.
Delante de Mí temblarán los peces del mar, los pájaros del cielo, los animales salvajes, todos los réptiles que se arrastran sobre el piso y todos los seres humanos que se encuentran en la faz de la Tierra. Las montañas se desmoronarán, las rocas se estrellarán y todas las murallas del país se derrumbarán. Contra él llamaré todo tipo de terror […] y la espada de unos se volverá contra los otros […] Haré caer trombas de agua, lluvias de piedra, fuego y azufre sobre él, sus hordas y los numerosos pueblos aliados. Mostraré así mi grandeza y mi santidad […] Así sabrán que Yo soy el Señor» (Ez 38, 18-23).
Comenta el Padre Fillion: «Admirable descripción, análoga a las que narran, en los Libros Sagrados, sobre la venida de Dios, cuando Él viene sobre la Tierra para castigar a los pecadores.»
Y el Altísimo agregó: «Estableceré mi gloria entre las naciones. Todas las naciones verán el juicio que ejecuto y mi mano que interviene en medio de ellas» (Ez 39, 21).
Los enemigos de la Iglesia serán devorados por un fuego que descenderá del cielo
Gog y Magog simbolizan «los enemigos de Dios y de la verdadera Religión sobre la Tierra». Realmente, escribe San Juan Evangelista que, en cierta época histórica, «Satanás será suelto de su prisión – esto es, del Infierno. Él saldrá para seducir a las naciones de los cuatro rincones de Tierra, de Gog y Magog, a fin de reunirlas para el combate. El número de ellas es como la arena del mar […]. Cercaron el campamento de los santos y la ciudad amada. Pero del cielo descendió fuego y las devoró» (Ap 20, 7-9).
Ezequiel profetizó también que el pueblo de Israel recuperaría su patria y reconstruiría un nuevo Templo (cf. cap. 40 a 48).
Afirma el historiador Padre Darras que Ezequiel fue muerto «en Babilonia por un juez de Israel al cual él censuraba su tendencia idolátrica». Se ignora «la fecha de la muerte de Ezequiel, que debe haber ocurrido en Caldea, después del 570 a. C.» Él es santo y su memoria es conmemorada el 23 de julio.
Que San Ezequiel nos obtenga la gracia de la certeza de la victoria de aquellos que luchan con audacia por la Santa Iglesia, y que luego la gloria de Dios será establecida entre las naciones, esto es, el Reino de María.
Por Paulo Francisco Martos
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(in Noções de História Sagrada – 90)
Bibliografía
FUSTER, Eloíno Nácar e COLUNGA, Alberto OP. Sagrada Biblia – versión directa de las lenguas originales. 11.ed. Madrid: BAC. 1961, p. 881.
CLÁ DIAS, João Scognamiglio, EP. O dom de sabedoria na mente, vida e obra de Plinio Corrêa de Oliveira. Cidade do Vaticano: Libreria Editrice Vaticana; São Paulo: Instituto Lumen Sapintiae. 2016, v. V, p. 234.
FILLION, Louis-Claude. La Sainte Bible commentée – La prophétie d’Ézéchiel. 3. ed. Paris: Letouzey et aîné.1923, v.III , p. 155.
DARRAS, Joseph Epiphane. Histoire Génerale de l’Église depuis la Création jusqu’à nos jours. Paris : Louis Vivès. 1863. v. III, p. 343.
FUSTER e COLUNGA, op. cit. p. 881.
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