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La castidad heroica de Susana

Redacción (Jueves, 17-11-2016, Gaudium Press) Entre los hebreos llevados cautivos para Babilonia se encontraban cuatro adolescentes nobles y de buena apariencia, muy bien instruidos: Daniel, Ananías, Misael y Azarías.

Diez veces más capaces que todos los sabios del Imperio Babilónico

Fueron ellos designados para servir en la corte del Rey Nabucodonosor, donde les fue enseñada literatura y lengua de los caldeos.

Liderados por Daniel, decidieron los jóvenes no alimentarse de los manjares paganos, sino seguir fielmente lo que establecía la ley mosaica en cuanto a las comidas.

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Santa Susana

Iglesia de la Encarnación, Granada, España

Pasado el período de preparación, Nabucodonosor mandó llamarlos y verificó ser más sanos que los otros jóvenes de la corte; y, después de conversar con los cuatro judíos, «los consideró diez veces más capaces que todos los sabios y magos que había en el imperio» (Dn 1, 20). Comenta San Juan Bosco: «Este hecho demuestra cómo la templanza es bendecida por Dios y favorece la inteligencia y la salud corporal.»

Daniel, que pertenecía a la familia real hebraica, se tornó un varón de tal virtud que el Profeta Ezequiel, su contemporáneo, lo compara a Noé y Job en santidad (cf. Ez 14, 14).

Es autor de un Libro sagrado, compuesto de dos partes: una histórica y otra profética. A respecto de la parte profética, se puede decir que «ella es una de las mejores pruebas que existen en favor de la veracidad de la religión revelada», esto es, de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana.

«La autenticidad del Libro de Daniel fue violentamente atacada desde los antiguos tiempos por el neoplatónico Porfirio, que proporcionó la mayor parte de sus argumentos a los racionalistas modernos.» ¿Quién fue ese Porfirio? Un filósofo del s. III d. C., violento opositor del Cristianismo, que escribió, entre otras, una obra titulada «Contra los Cristianos», en 15 volúmenes.

Dos viejos carcomidos por el vicio de la impureza

En una ciudad de Babilonia, residía Joaquín, «hombre muy rico y tenía un espacioso jardín junto a su casa» (Dn 13, 4), y su esposa Susana, bella y virtuosa.

Eran hebreos y en su residencia se reunían los principales de la ciudad, entre los cuales dos ancianos que fueron escogidos como jueces, aunque fuesen depravados moralmente.

Ellos frecuentaban la casa de Joaquín, donde recibían a las personas que los buscaban para solucionar ciertas cuestiones. Eso muestra que los judíos exilados en Babilonia gozaban, bajo el reino de Nabucodonosor, gran libertad y podían seguir, dentro de ciertos límites, sus leyes nacionales. Los caldeos apenas exigían de ellos el pago del impuesto y que no perturbasen el orden público.

Cuando todos se retiraban, inclusive Joaquín, los dos viejos permanecían en la casa para mirar impúdicamente a Susana.

Cierto día, ella se dirigió al jardín con dos jóvenes esclavas y, debido al intenso calor, resolvió tomar baño y pidió a las siervas que fuesen a buscar jabón y perfume; habiendo ellas salido y cerrado el portón, los dos viejos, que estaban en un escondite, quisieron pecar con Susana. Y le hicieron amenazas de condenarla a la muerte caso no cediese. «El plan de ellos había sido combinado con una habilidad toda diabólica.»

Pero ella, siendo casta y temerosa a Dios, les dijo que prefería morir a ofender al Creador. Esa bella reacción de Susana recuerda la actitud del casto José, cuando estaba en la casa del ministro del faraón egipcio, Putifar (cf. Gn 39, 9).

Susana gritó bien alto, pidiendo ayuda de otros siervos. Los dos empedernidos viejos también gritaron y todo el personal de la casa fue corriendo hasta la puerta del jardín; entonces, los impuros ancianos calumniaron a Susana, diciendo que la vieron pecar con un joven, el cual consiguiera huir…

En seguida, llegó Joaquín y gran número de personas; todos se reunieron en la casa de él. Los dos viejos impíos mandaron llamar a Susana, la cual compareció acompañada por sus padres, sus hijos y parientes.

Ella estaba con el rostro cubierto y «aquellos canallas mandaron sacarle el velo» (Dn 13, 32). Todos los que la contemplaron, notando su rectitud y pureza, cayeron en llantos. Pero los dos viejos la calumniaron, diciendo que la vieron pecar con un joven, luego después que las esclavas salieron del jardín. Y, habiendo impresionado aquella multitud, decidieron los dos impíos condenarla a la muerte por el pecado de adulterio, conforme estipulado en la ley mosaica (cf. Lv 20, 10).

Intervención del joven Daniel

En alta voz, la casta Susana invocó a Dios y declaró su inocencia. Y el Señor atendió su clamor. En el momento en que ella era conducida a la muerte, el joven Daniel, inspirado por el Altísimo, gritó en medio del pueblo, diciendo que fuera falso el juzgamiento.

Todos, entonces, volvieron a la casa de Joaquín y otros ancianos allí presentes pidieron que Daniel viniese a sentarse al lado de ellos. El joven ordenó que los dos viejos depravados fuesen colocados uno bien distante del otro. Habiendo sido aislados, Daniel preguntó al primero: «¿Oh hombre envejecido en la malicia» (Dn 13, 52), debajo de qué árbol viste a Susana pecar? Habiendo él respondido: «Debajo de una acacia», Daniel afirmó que el viejo mentía y agregó: «El Ángel de Dios ya recibió la orden de serrarte al medio.» (Dn 13, 55).

Habiendo ordenado que ese viejo se retirase, Daniel mandó llamar al otro. Y, después de denunciar su vida indecente, el Profeta le hizo la misma indagación, habiendo el viejo respondido que presenciara la acción pecaminosa bajo un roble. Después de llamarlo de mentiroso, Daniel afirmó: «Con la espada en la mano, el Ángel de Dios está esperando para cortarte al medio» (Dn 13, 68).

Todos los presentes aclamaron a Dios y execraron los viejos obscenos. E hicieron con ellos lo que querían realizar con Susana, o sea, fueron muertos.

Y el joven Daniel «se tornó grande delante del pueblo a partir de aquel día» (Dn 13, 64).

Pidamos a María Santísima la gracia de, a semejanza de Susana, preferir la muerte a cometer un pecado grave.

Por Paulo Francisco Martos

(in Noções de História Sagrada – 91)

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1 – SAN JUAN BOSCO. História Sagrada. 10 ed. São Paulo: Salesiana, 1949, p.156.
2 – CAULY, Eugène Ernest. Cours d’instruction religieuse – Histoire de la Religion et de l’Église.4. ed. Paris: Poussielgue. 1894, p. 140.
3 – FILLION, Louis-Claude. La Sainte Bible commentée – Le Livre de Daniel. 3. ed. Paris: Letouzey et aîné.1923, p. 215.
4 – idem,ibidem, p. 216
5 – Cf. FILLION, op. cit. p. 325.
6 – FILLION, op. cit. p. 327

 

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