San Pablo (Lunes, 23-11-2016, Gaudium Press) En noviembre de 1896 llegaban al Brasil los primeros Claretianos.
Ya son 120 años que la ‘familia’ claretiana actúa en Brasil y las conmemoraciones por causa de este hecho van más allá de la Congregación fundada por San Antonio María Claret.
De norte a sur del Brasil, hay personas que gravitan o gravitaron en torno a un núcleo de claretianos. Son parroquianos, alumnos, catequizados, lectores de sus publicaciones, favorecidos con sus obras sociales y asistenciales, universitarios y formados en sus facultades, oyentes y telespectadores de sus emisoras de radio o televisión.
Las conmemoraciones son de todos aquellos que, de diferentes modos, vivieron o recibieron influencia del carisma y la espiritualidad oriunda de San Antonio María Claret.
La Historia y su contexto
«El día 15 de noviembre, amanecemos en las costas brasileñas, en el lugar llamado Cabo Frío. ¡Gran alegría! Durante todo el día fuimos costeando las tierras del Brasil sin perderlas de vista, admirando la variedad, número y frondosidad de las innúmeras islas… No nos cansábamos de mirar y admirar cosas tan raras y nunca vistas por los habitantes allá de nuestra tierra (España)»
Este trecho del «Diario de abordo» fue escrito por el Padre Raimundo Genover que, además de ser el «escribano» del navío que transportaba a los primeros misioneros claretianos al Brasil, fue el primer superior de la misión allí destinada.
Todavía no habían pasado diez años desde que el Imperio de Brasil había caído y la República trajo la separación entre la Iglesia y el Estado.
No siendo más la religión oficial del Estado y no recibiendo más la ayuda necesaria para la tarea de evangelización, el episcopado católico se vio delante de dos problemas más relevantes: una tarea evangelizadora inmensa y un clero pequeño para alcanzar todos los puntos del país.
La salida inmediata encontrada fue buscar en Europa el refuerzo necesario para suplir la falta de clero y cubrir toda la inmensidad del territorio brasileño.
Congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María
De las congregaciones buscadas para enfrentar ese problema estaba Congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, entre otras.
Después de las conversaciones entre superiores de la Congregación en España y representantes del Episcopado brasileño, partía de Europa el primer grupo de misioneros claretianos. Ellos eran diez.
El embarque del grupo de los primeros misioneros ocurrió el día 24 de octubre de 1895. Era el vigésimo quinto año de la muerte del Fundador: se atendía un deseo de Claret para que fuesen enviados misioneros para América.
Y otra fecha marcaba nueva coincidencia:
El convenio que orientaba y regulaba las relaciones entre la Congregación y la Arquidiócesis y que establecía la fundación de la misión claretiana en Brasil fue firmada el día 12 de octubre:
Para los españoles, día de Nuestra Señora del Pilar, para el Brasil, día de su Patrona: Nuestra Señora Aparecida.
Inicio misionero
Y la venida de los Claretianos para San Pablo transcurrió sin mayores problemas. El viaje fue tranquilo. Y el día 19 de noviembre pasó a ser registrado en la historia como siendo aquel en que llega al puerto de Santos el primer grupo de Misioneros hijos de San Antonio María Claret.
En el mismo día de su llegada, el grupo partió para San Pablo.
Vinieron en tren funicular y su llegada ocurrió al final de la tarde del mismo día.
Insertados en la Historia y la sociedad
Los primeros misioneros fueron Instalados provisoriamente en la casa contigua a la iglesia de la Orden Tercera de San Francisco, en el centro de la, entonces, pequeña ciudad de San Pablo.
No tenían todavía donde quedarse y allí aguardaron la construcción de la residencia definitiva que serviría de punto de apoyo para sus actividades y expansión.
La Casa de apoyo, después de algún tiempo, pasó a ser lo que hoy es el actual Colegio Claretiano que queda en la calle Jaguaribe, junto a la majestuosa Iglesia del Inmaculado Corazón de María que, hasta hoy trae en su frontispicio la inscripción que muestra el espíritu de misericordia que acompañaba los misioneros de la primera hora: Refugium Peccatorum.
El profundo deseo que ellos manifestaban de insertarse en la historia y la sociedad hizo que aquellos edificios fuesen de hecho un «Refugio de los pecadores», además de consuelo para los afligidos y auxilio para los cristianos.
En esos 120 años, generaciones y generaciones por allí pasaron y allá se alimentaron de un espíritu venido del carisma del fundador de la Congregación, que fue traído junto con el entusiasmo de los primeros claretianos que llegaron al Brasil y que, hasta hoy, guarda el perfume del sacrificio que ellos hicieron para traer y expandir un ideal que nació, mucho antes de ellos, en el tope de un monte llamado Calvario y que puede ser llamado de «tener sed de almas».
Ya en el largo viaje de navío, los misioneros estudiaban lengua portuguesa y buscaban practicarla. Al llegar, no fue diferente.
En las narrativas de esa época trasparece una verdadera alegría por las primeras predicaciones en portugués. Por los primeros contactos hechos en el nuevo idioma, por conseguir, así, esparcir la ‘buena nueva’ del Evangelio.
Ser Misionero
El deseo de vivir la dimensión misionera era inmenso y él trasparece inclusive en la Construcción del templo que hoy es un monumento de historia.
La Iglesia del Inmaculado Corazón de María en San Pablo, Brasil, debería venir a ser, más tarde, una señal de que, por María, sus misioneros estarían dispuestos a hacer todo. Y lo hicieron…
La grandeza y belleza del templo debería expresar el inmenso amor por el Inmaculado Corazón de María.
De esa Primera Casa Claretiana, -como los ríos del Estado paulista-, el ideal de los misioneros los condujo al interior no solo del estado, sino de todo el país.
Con el correr del tiempo, de San Pablo, de la calle Jaguaribe, de la Iglesia-Santuario y de aquella Casa-Madre, los Misioneros Claretianos se esparcieron de muchos modos, por las ciudades y los campos, los frutos de su trabajo apostólico (misiones populares, retiros al clero, novenas y triduos, semanas santas y semanas eucarísticas) fueron atrayendo gente de todos los lugares y llevando a todas las partes -periferias y ciudades distantes- lo que de mejor tenían.
120 años después…
La historia no terminó. Cien años en la historia de una institución es el punto donde la esperanza nace.
El rastro ya dejado por los hijos de San Antonio María Claret sugiere mucho más que el esparcir de la palabra de Dios, la formación de jóvenes, de religiosos y religiosas, de presbíteros. Sugiere un aumento de escuelas y universidades, un acompañamiento mayor de familias y grupos humanos.
Sugiere también un crecimiento en la acción social que ya es grande.
El inicio de los 120 años actuales nosotros no lo vimos. Tampoco veremos el final de los 120 años futuros…
Pero, para las personas de Fe, eso poco importa:
Lo mejor es saber que aquella obra germinó, creció y llegó hasta donde llegó. Es tener la certeza cargada de la esperanza de los primeros misioneros que no vieron… pero creyeron. (JSG)
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